- Redacción
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- 2018-10-12 00:00:00
El huevo, que hoy celebra su Día Mundial, es uno de los alimentos más excepcionales del mundo (y uno de los principales sustentos de los integrantes de esta redacción, por cierto). Es versátil, delicioso, contiene todos los aminoácidos esenciales, minerales, vitaminas… y una profunda vinculación con el vino que se remonta varios siglos atrás. Muchos habréis leído aquello de “vino apto para veganos” y habréis pensado: “¿qué tendrá que ver un producto nacido del fruto de la tierra con los animales?”. Pues la respuesta está en el proceso de clarificación del vino.
Esta práctica ancestral tiene como objetivo que el vino quede brillante y limpio, acelerando la eliminación de materias que lo enturbian tras la fermentación: levaduras, bacterias, restos vegetales… Para conseguirlo, se pueden utilizar sustancias de origen animal, marino, mineral o químico. Lo más habitual es emplear las de origen orgánico, como las que se encuentran en la caseína de la leche, en las albúminas de las claras de huevo, las gelatinas o las colas de pescado.
Muchas veces, la clarificación se produce de forma espontánea (estática), pero si se retrasa demasiado se suele buscar una alternativa para atrapar todas esas partículas que se han quedado en suspensión. El proceso es muy sencillo: una vez diluido el clarificante se introduce en el depósito, se mezcla bien y se deja caer al fondo, desde donde atraerá todas las impurezas y partículas extraviadas para que se queden junto al resto de residuos de la fermentación -las famosas lías: restos de levaduras muertas que llevaron una vida envidiable-.
Aquí os dejamos un vídeo de Bodegas Muga en el que veréis en acción a los huevos clarificadores:
Hoy en día cada vez se utiliza menos la clara de huevo como clarificante, entre otros motivos porque había que sacrificar miles de huevos por la causa (aunque en los conventos aprovechaban las yemas para elaborar sus famosos dulces) y se han buscado alternativas menos derrochadoras.
De momento, dejamos a estos pobres huevos con su duelo y nos retiramos a celebrar su gran día armonizando un buen plato de huevos rotos con jamón ibérico y patatas con un amontillado (a poder ser ligero). No hay mayor placer culinario.
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