- Redacción
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- 2018-10-15 00:00:00
La relación entre música y vino es tan poderosa como para alterar nuestra percepción de los sabores. Profundizamos en esta evocadora unión marcada por contagiosas melodías, tragos cargados de emociones y listas de reproducción inesperadas...
L a música, al igual que el vino, tiene un poder fascinante: el de desencadenar sensaciones muy intensas con una sola nota. Hay canciones que calman, otras que abren heridas, las hay que nos hacen viajar en el tiempo e incluso nos hacen acariciar un futuro improbable.
No es de extrañar que ese poder sea tan fuerte como para provocar cambios en la percepción del sabor. En especial si se trata de vino, una bebida profundamente apegada a la tierra y a nuestras emociones que encierra un complejo universo de aromas, gustos, colores... y sonidos.
Como explica el periodista Carlos Delgado –fundador de Opus Wine–, “el vino, como la música, tiene una línea horizontal, melódica, que se corresponde con sus aromas, y una línea vertical, armónica, que se manifiesta en la experiencia palatal". Es decir, revela su melodía a medida que se desliza por nuestro paladar, y la música puede hacer que esa melodía cambie.
Una sorprendente investigación realizada por la Universidad Heriot Watt de Edimburgo demostró que la relación entre vino y música es muy potente, tanto como para alterar nuestro sentido del gusto. Por ejemplo, al saborear una copa de Cabernet Sauvignon con Carmina Burana de fondo, los participantes percibieron el vino un 60% más potente, rico y robusto que sin música; mientras que al beber un Chardonnay al ritmo de Just can’t get enough, les pareció un 40% más refrescante.
El estudio, impulsado por el enólogo chileno Aurelio Montes –que pone música relajante en la sala de barricas de Viña Montes para mejorar la calidad de sus vinos–, propone una serie de recomendaciones musicales para cada tipo de vino: Jimi Hendrix o The Rolling Stones para acompañar un enérgico Cabernet Sauvignon; Lady Gaga para un impetuoso Pinot Grigio; (Sittin' On) The Dock of the Bay para un amable Merlot; o Nessun Dorma, de Puccini, para un voluptuoso Syrah.
Seducidos por la idea y movidos por la curiosidad, en MiVino también hemos creado una playlist para disfrutar el vino con la mayor intensidad posible. Podéis escucharla en nuestra web, pero os adelantamos que hay canciones como Ten cuidao, de Mayte Martín, bella advertencia desgarrada para templar un desamor furibundo (y un buen Oloroso); o Las lluvias de Castamere, de la BSO de Juego de Tronos, con ese ligero amargor en el paladar –perfecto para un tinto de Monastrell– que suscitan los violines previos a una de las traiciones televisivas más brutales.
Cada vez es mayor el número de iniciativas que potencian la evocadora unión de vino y música: catas acompañadas de conciertos (como la Cata con Duende, que armonizará los vinos de Palacio de Bornos con la música de Antonio Carmona y tapas gourmet en el Huerto de Juan Ranas) en espacios muy especiales –bodegas, viñedos, etc.–; festivales que mezclan gastronomía, música y vino (como el Vijazz de Penedés, el Sonorama Ribera, el Son de Viño, el Tío Pepe Festival o el Muwi Rioja Music Fest)... Hay elaboradores de vino –Aurelio Montes es uno de ellos– que llevan la música a las bodegas, incluso otros al propio viñedo, porque consideran que ciertas melodías afectan de forma positiva a las uvas, así como a los procesos de fermentación y maduración del vino. ¿Disparate o genialidad?