- Laura López Altares
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- 2019-03-29 00:00:00
Se dice que fue en la majestuosa corte vienesa del siglo XVIII donde se ideó la fórmula para sellar las botellas de vino y protegerlas de amenazas naturales o intencionadas. Las atractivas y sostenibles cápsulas actuales son herederas del aquellas primeras capuchas y aportan un valor sensorial añadido.
L a palabra cápsula puede evocar viajes espaciales, objetos guardados durante años en el patio del colegio o coloridos medicamentos, pero para nosotros es inevitable pensar en la peculiar armadura de la botella de vino: desvestirla de esa protección será el primer paso para desvelar los misterios que contiene.
En palabras de José Antonio Clavijo, director comercial de Ramondin (pioneros en el sector, elaboran cápsulas desde 1890 y cuentan con fábricas y delegaciones comerciales en todo el mundo), "la cápsula ha aportado una forma sencilla, práctica y atractiva de sellar la botella, y además la dota de un valor sensorial que juega mucho con el vino. Nuestra pequeña y modesta contribución es ayudar a presentar el vino de una forma más atractiva, y para eso es fundamental la cercanía con el cliente".
Las cápsulas son visualmente llamativas por sus colores y decoraciones, y lanzan un poderoso mensaje: hablan de quienes hacen ese vino y también ayudan a construir su identidad. "El vino al final son sensaciones, se compra por el placer que se espera obtener de él. Hay en la apertura un contacto físico, y esas sensaciones que transmite la cápsula son muy importantes. Hay cantidad de gente que acaba jugando con ellas en la mesa, cogiéndolas y tocándolas, y no deja de ser una experiencia", señala Jose Antonio.
El origen de estas singulares capuchas nos lleva a la majestuosa Viena del siglo XVIII, capital de la dinastía Habsburgo. Se dice que fue en la corte vienesa donde se empezaron a sellar las botellas de vino con latre para evitar filtraciones y manipulaciones inesperadas. Como indica José Antonio, "era muy bonito y artesanal, pero un desastre en cuanto a su practicidad: al abrirlo saltaba por los aires, ponía las mesas perdidas...". Eso sí, aportaba un valor añadido al llevar impreso el sello o anillo de la bodega o de la persona para la que se había elaborado ese vino (condes, reyes, etc). Las cápsulas "heredaron esos sellos, con relieves magníficos. El plomo sustituyó al lacre, y la marca se comenzó a ver de una forma mucho más evidente y atractiva. Eso es herencia del lacre. Ese es el origen".
Con el tiempo, los materiales fueron cambiando, pero la esencia es la misma más de 200 años después. "El plomo se prohibió en Estados Unidos en 1992 y en la Unión Europea en 1993. Ramondin fue el primero en hacer cápsulas de estaño 100% reciclables", destaca José Antonio. Las cápsulas de gama alta eran de estaño y una sola pieza, sin costuras; y para las de gama intermedia se empleaba un material más económico: el complejo, compuesto de aluminio-plástico-aluminio. En la búsqueda de alternativas más sostenibles, a principios de este siglo se incorporaron las tintas al agua y se eliminaron los disolventes. Hoy en día, el plástico ya empieza a desaparecer (afortunadamente). ¿Y cómo será el futuro de las cápsulas?, nos preguntamos. José Antonio nos desvela las claves más importantes: "El foco está puesto en la sostenibilidad. Y por supuesto en la parte hedonista. La gente bebe vino por placer puro (individual o compartido). Hay muchos placeres… cada uno sabrá qué placeres muestra y cuáles esconde [risas]. Pero ese placer debe estar rodeado de sostenibilidad".