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L ord Byron decía: "El gran objeto de la vida es la sensación. Sentir que existimos, aunque sea en el dolor. Es este vacío insaciable el que nos empuja al juego, a la guerra, a los viajes, a todo tipo de actividades, desordenadas, pero fuertemente sentidas, cuyo atractivo principal es la agitación inseparable de su realización". El torturado poeta inglés fue uno de los autores más influyentes del Romanticismo, y él mismo encarnó la figura del antihéroe temerario, ardiente y autodestructivo que reflejó en sus obras. Su vida, rodeada de malditismo, fue un canto al exceso, el desafío y la extravagancia. Y esa obsesiva y febril búsqueda de sensaciones lo llevó por caminos poco ortodoxos, protagonizando sonados escándalos y algunas historias tan curiosas como esta. Cuentan que durante su estancia en la Abadía de Newstead (Inglaterra), encontró un antiguo cráneo humano que probablemente perteneció a algún monje. Byron confesó que, en el momento de hacer el hallazgo, "una extraña fantasía se apoderó de él": convertirla en una tenebrosa copa de vino (la oscura fascinación que despierta beber de copas de cráneo se remonta a la antigüedad, donde muchos guerreros las fabricaban con las calaveras de sus enemigos derrotados). Este excéntrico recipiente también inspiró al poeta para crear una especie de orden secreta, La Orden de la Calavera, y un poema que mandó grabar a modo de inscripción en el cráneo (Lines Inscribed Upon a Cup Formed from a Skull), del que hemos elegido estos encendidos versos: Yo viví, amé y bebí con placer, como tú. / Y ahora estoy muerto: que la tierra renuncie a mis huesos. / Lléname, no puedes ofenderme; / pues el gusano tiene labios aún más viles.