- Laura López Altares
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- 2019-07-12 00:00:00
Acorazados, galeones, transatlánticos... barcos de todos los tamaños y épocas se han encomendado al vino 'bautismal' en busca de suerte y protección. Estampar la botella contra el casco antes de la botadura es una ley marítima no escrita con la que se aplaca la sed de una mar impredecible.
La mar, ya se sabe, es fiera y caprichosa. Desde hace miles de años, nuestros antepasados han saciado la sed de las deidades marinas con sangre y vino. Antes de que un barco surque las aguas por primera vez (ya sea una pequeña embarcación de pesca, un rompehielos, un buque de guerra o un colosal transatlántico), siempre se realiza una ofrenda a la mar para invocar a la Suerte.
El origen de esta tradición marítima milenaria, celebrada antes de la botadura, se pierde en las aguas del tiempo. Los vikingos preferían la sangre al vino, y realizaron sacrificios humanos a Odín y/o a sus insaciables deidades marinas: Njörd, Aegir, Ran... Los griegos aplacaron el hambre de Poseidón estampando ánforas de vino contra el casco de sus barcos; y los romanos adoptaron esta tradición en honor a Neptuno. Otras culturas y civilizaciones, como la egipcia o la babilónica, también encomendaron a sus dioses el destino de pescadores y marinos. Judíos y cristianos solían utilizar vino y agua en sus bautizos navales, y estos últimos no solo pidieron protección a su dios; también a algunos santos y a la iglesia. Alá también recibió sus tributos del Imperio Otomano, aunque no en forma de vino precisamente.
Las ofrendas al mar se mantuvieron durante siglos y, gracias al Museo Marítimo Nacional de Greenwich, se sabe cómo eran las ceremonias de botadura de la Inglaterra del XV: un representante del rey daba nombre al navío, bebía vino en una valiosa copa, lo derramaba sobre la cubierta y arrojaba la copa por la borda, que solía ser para el intrépido y afortunado buzo que la encontrase. Eso sí, como relató el constructor naval Phineas Pett sobre la ceremonia de lanzamiento del imponente navío de línea HMS Prince Royal (1610, Woolwich), el Príncipe de Gales le entregó la copa, así que también se ofrecían como obsequio a los constructores.
Según cuenta Pamela Vandyke Price en su libro No entiendo mucho de vinos... pero me gustan sus curiosidades, "el vino que se vierte en un barco de guerra deberá ser siempre rojo"; pero aunque el vino tinto es la bebida con la que se solían ungir, no siempre fue así. Algunos barcos de guerra estadounidenses fueron bautizados con agua de río, con whisky (al igual que en Escocia), brandy, ron... e incluso con vino de Madeira (así sucedió en 1797 durante el bautizo del USS Constitution –George Washington eligió su nombre–, uno de los primeros navíos de la Armada de Estados Unidos... ¡que todavía está en activo!). En el siglo XIX, el champán –asociado al lujo y la fiesta– y otros vinos espumosos (como el cava) se convirtieron en los protagonistas de estos bautizos náuticos, que tradicionalmente cuentan con una madrina, encargada de estrellar la botella contra la proa y de dar nombre al nuevo barco. Como se puede leer en el reglamento de la Armada española: "La botadura de un barco es una de las ocasiones de mayor alegría para la Armada (...). La madrina, que rompe la botella en la roda, le da el nombre y le desea buena suerte, es para el barco, mientras viva, una persona entrañablemente unida a él, y su primer comandante tiene la obligación sentimental y de cortesía de solicitar su retrato, que figurará, enmarcado en plata, en lugar de honor a bordo".
Las curiosidades, anécdotas y supersticiones sobre estas solemnes ceremonias son incontables. Se dice que si la botella no se rompe contra el casco, la tragedia se cernirá sobre ese barco... ¿Sabíais que esto es lo que ocurrió durante la ceremonia de botadura del malogrado Costa Concordia? Por cierto, el Titanic tampoco tuvo una ceremonia de botadura al uso...