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Abundancia, destrucción, resistencia... Las vides guardan en sus raíces historias fascinantes; y cuanto más viven, más cuentan. En España todavía dan fruto algunas supervivientes prefiloxéricas. Su rendimiento es bajo, pero trasladan a los escasos racimos una sabiduría extraordinaria. El viñedo de Canarias, ese baluarte antifiloxera salpicado de exóticas cepas ancestrales, está plantado en pie franco, lo cual es muy poco frecuente. Como explican en la bodega lanzaroteña El Grifo, la más antigua de las Islas Canarias (1775), "la acción de los portainjertos americanos [la cura de la filoxera] daña el sistema vascular de la planta y acorta su vida". En su zona de chabocos (agujeros en la lava) tienen "plantas de Moscatel de Alejandría del siglo XIX". La tinerfeña Bodegas Monje también afirma que es muy común ver viñas de entre 150-250 años en su zona, La Hollera (de variedades autóctonas como la Listán Negro): "La particularidad de su longevidad radica en el no injerto, y no dejan de producir por muy viejas que sean". Lejos de las islas, también hay pequeños reductos de resistencia en Murcia, Galicia –Bodegas Gerardo Méndez elabora Do Ferreiro Cepas Vellas con vides centenarias–... y especialmente en la meseta castellana: Valladolid –Javier Sanz y su elocuente 1863–, Zamora o Segovia. Precisamente una localidad segoviana, Nieva, actuó de cortafuegos con sus suelos arenosos, donde "se caían los caminitos de la filoxera", según nos cuentan en Ossian (bodega de la zona), recuperadores de viñedos viejos abandonados: "Tenemos la responsabilidad de mantener ese patrimonio vitícola que se estaba perdiendo". En esta misma región también está el ejemplo de Blanco Nieva, pero hay más vestigios de aquella valiosa resistencia aquí y allá.