- Laura López Altares
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- 2019-12-03 00:00:00
En la batalla, la gloria y el exilio, el vino siempre acompañó a Napoleón Bonaparte. Hay quien piensa que su ausencia atrajo la derrota en Waterloo, incluso quien defiende que acabó con su vida, pero las pruebas sugieren que el emperador lo disfrutó hasta su último aliento.
Ardiente. Carismático. Eterno. Napoleón pasó a la Historia como brillante estratega militar, cónsul de la República y Emperador de los franceses (fue coronado en Notre Dame el 2 de diciembre de 1804). La derrota de su ejército en la batalla de Waterloo fue el golpe que provocó su inevitable caída, cambió el destino de Europa y de paso puso nombre a aquellas arriesgadas contiendas que marcan la vida de los mortales por lo fortuito de su desenlace.
Los franceses pudieron haberla ganado –tal vez sin la providencial intervención de las tropas prusianas de Blücher–, pero aquel demoledor resultado significó el fin del gran sueño imperial...
Cuenta la leyenda que precisamente fue el vino –o, mejor dicho, su ausencia– lo que desencadenó la fatalidad en Waterloo. Dicen que Napoleón llevó un cargamento de champagne a todas las batallas que libró –“En la victoria lo mereces, en la derrota lo necesitas”, escribió–, excepto a una: Waterloo. Aunque en el carruaje que Napoleón utilizó para huir aquel fatídico 18 de junio de 1815 se encontró un excepcional vino español (de Jerez, según los expertos) que fue subastado en Christie’s… ¡por 25.000 libras!
Leyendas aparte, lo cierto es que era un auténtico apasionado del vino, especialmente del champagne –sus tropas popularizaron el sableado, que consiste en descorchar las botellas con un sable–, y su relación con Moët & Chandon es legendaria (de hecho, el Imperial se creó en su honor). En la escuela militar de Brienne-le-Château conoció a Jean-Rémy Moët, nieto de Claude Moët (fundador de la marca), con quien forjó una amistad inquebrantable marcada por ostentosas muestras de aprecio: la familia Möet mandó construir en su finca de Épernay una réplica del Gran Trianón de Versalles para Napoleón y Josefina (su primera esposa), y Napoleón otorgó a Moët la Gran Cruz de la Legión de Honor.
Pero hay otros vinos que también pasaron a la historia por formar parte de los voluptuosos caprichos del emperador: su favorito era un Pinot Noir borgoñés de Gevrey-Chambertin, por el que se dice que incluso aplazó guerras. El secretario personal de Napoleón, el mariscal Louis de Marchand, escribió: “Lo único frío que había en la campaña de Egipto era el Chambertin de Napoleón, lo único cálido que había bajo el cielo gélido de Rusia era el Chambertin de Napoleón”. Entre sus vinos predilectos también estaban un Sauvignon Blanc de Poully-Fumé (en el Loira) y un singular tinto de Liguria, el Rossese di Dolceacqua. Durante su exilio en la isla de Santa Elena se aficionó al Grand Constance sudafricano (bebía 30 botellas al mes), que todavía se produce en Domaine de Groot Constantia y que este año protagonizó la exposición El vino del exilio: Groot Constantia, el vino de Napoleón en Santa Elena, organizada por el Consulado de Francia en Ciudad del Cabo para celebrar el 250º aniversario del nacimiento de Napoleón. Es curioso que para los defensores de la teoría de la conspiración, este vino pudo contener el arsénico que (dicen) acabó con su vida. La teoría oficial de la muerte (cáncer de estómago) aleja el fantasma del envenenamiento, pero el embajador francés en Sudáfrica, Christophe Farnaud, encendió de nuevo la chispa de la duda en la inauguración de la muestra: "Quizás el Constance no era solo un vino del exilio, sino también un vino de la muerte"...