- Laura López Altares
- •
- 2020-12-04 00:00:00
La figura del rebelde y ambicioso conquistador extremeño es una de las más controvertidas de nuestra Historia. Tras la caída del Imperio azteca, forjó un legado bastante desconocido: introducir la vid europea en el Nuevo Mundo.
El conquistador inmortal, mitificado y demonizado a partes iguales, un hombre de extremos, héroe y villano. Hernán Cortés es una de las figuras más controvertidas de nuestra Historia, y sin duda una de las más interesantes. Aunque no es nuestra intención profundizar en los claroscuros de su existencia; sino desvelar el decisivo papel que desempeñó en la historia de la vitivinicultura como pionero en el cultivo de la vid y en la producción, importación y consumo del vino en América.
Nacido en Medellín (Badajoz) en 1485, abandonó sus estudios de derecho en la Universidad de Salamanca y apostó por una vida cargada de riesgos y aventuras al otro lado del Atlántico. Carismático, ambicioso, seductor y astuto, se estableció como escribano en La Española (Santo Domingo), donde acabaría siendo un terrateniente. Años después se convertiría en el secretario del gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, quien le nombró alcalde de Santiago (y con quien protagonizaría encendidas luchas de poder).
En 1519, Hernán Cortés comandó la tercera expedición a México con apenas 500 hombres –las cifras varían según los cronistas–, caballos y artillería, e inició la conquista del poderoso Imperio azteca. Durante la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, Cortés protagonizó el histórico episodio que daría lugar a la mítica expresión "quemar la naves", mandando hundir casi todos los barcos para evitar que los desertores partidarios de Diego Velázquez –a quien desafió fundando aquella ciudad– pudiesen regresar a Cuba. Cortés, crecido e implacable, avanzó hasta la próspera Tenochtitlán (fue sitiada en 1521) aprovechando el temor que inspiraba su ejército entre los indígenas –de hecho, el emperador Moctezuma llegó a creer que Cortés era el dios Quetzalcóatl– y, sobre todo, las divisiones internas entre los distintos pueblos mesoamericanos que habitaban la región.
Una vez cayó la capital, Cortés pidió semillas para iniciar el cultivo de la uva en aquellas tierras, como señala el mexicano Pedro Escobar en su libro Los Buenos Vinos en la historia: "Fue él quien mandó traer las primeras pipas de vino desde España y gestionó las ordenanzas necesarias para plantar vides europeas e injertarlas con las variedades autóctonas en suelo americano. También fue él quien dispuso las rutas de distribución entre el puerto de Veracruz y las principales ciudades de España". Al parecer, los habitantes locales conocían una vid silvestre, en cuyas cepas "bravas y muy gruesas" se injertaron vides españolas. Escobar estima que los misioneros jesuitas las cultivaron por primera vez entre 1521 y 1540: "Inicialmente, las uvas fueron plantadas en los huertos misionales con la finalidad de elaborar vinos litúrgicos, por lo que a la variedad seminal de la vitivinicultura en México se le conoció como uva Misión, aunque se ha demostrado que se trata de un injerto de la variedad Listán Prieto a variedades autóctonas".
También señala que en el libro Beber de tierra generosa. Historia de las bebidas alcohólicas en México, la antropóloga mexicana María Cristina Suárez y Farías habla sobre la importación del vino en el Nuevo Mundo: "El vino que se consumía en América durante los primeros años de la Nueva España procedía principalmente de España. Muy pronto, la demanda de las misiones evangelizadoras alcanzó tal volumen que la producción española no fue suficiente para satisfacerla; lo cual benefició a otros productores como los de las Islas Canarias, donde se producía un vino de muy alta calidad".
Algunos de aquellos vinos llegaban a su destino mareados; y la gran mayoría fueron asediados por tormentas, naufragios, insectos... ¡y hasta piratas! Las cepas mestizas se revelaron como una potente solución a tantas dificultades importadoras, y también como uno de los legados más importantes del marqués del Valle de Oxaca, que muy pronto se extendería a otras regiones americanas.