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Vino, balas y Ley Seca

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  • Laura López Altares
  • 2021-02-01 00:00:00

Durante casi catorce años, la Prohibición intentó acabar con el consumo de alcohol en Estados Unidos; pero lejos de extinguirse, se trasladó a los bares clandestinos, envuelto en glamour, jazz y tiroteos.


Contrabando a ritmo de jazz, tragos clandestinos y la mafia reinando en las calles. El explosivo cóctel que se forjó en Estados Unidos durante la Prohibición ha inspirado películas tan inolvidables como Los Intocables de Eliot Ness o la trilogía de El Padrino, pero aquellos locos años veinte fueron más turbulentos que románticos.
El 17 de enero de 1920 entró en vigor la 18ª enmienda a la Constitución de Estados Unidos, y con ella la Ley Seca o Ley Volstead –el congresista republicano por Minnesota Andrew J. Volstead fue su principal impulsor–, que prohibía la producción, venta, transporte, importación y exportación de bebidas alcohólicas. Una incendiaria frase atribuida a Volstead –"se cerraron para siempre las puertas del infierno"– resume el sentir general de los partidarios de la Prohibición, quienes la consideraron como el noble experimento (con el tiempo demostró ser un estrepitoso fracaso) que erradicaría el consumo del alcohol en los saloons y restauraría así la "moral americana". Lo cierto es que el siglo XIX había desencadenado fuertes cambios en el país (originados por la Guerra de Secesión, la industrialización, el crecimiento urbano y la inmigración masiva), abriendo una profunda brecha en la sociedad estadounidense. Estas transformaciones motivaron la aparición de una corriente reformista que pretendía imponer la moderación y abstención alcohólica, muy arraigada en el evangelismo protestante –especialmente entre los metodistas–.
Como explica la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia Aurora Bosch en Los violentos años veinte: gánsters, prohibición y cambios socio-políticos en el primer tercio del siglo XX en Estados Unidos, las clases medias urbanas de las ciudades del norte y las mujeres instruidas constituyeron la mayoría de las bases del denominado movimiento para la templanza, que culpaba al alcohol de los problemas sociales del país: "La cruzada antialcohólica respondía tanto al aumento del consumo de alcohol como a los drásticos cambios en los hábitos de consumo alcohólico, y era a la vez una reacción nativista frente a la emigración en masa que comenzó en la década de 1830". La fuerza con la que irrumpió The American Temperance Society en 1826 sería replicada décadas después por la Women's Christian Temperance Union y la Anti-Saloon League, que promovieron la institucionalización de aquellas ideas puritanas.
Con la aplicación de la Ley Seca –¡durante los tres meses anteriores a aquel enero se vendieron más de 141 millones de botellas de vino!–, el alcohol fue prohibido de forma radical, aunque con dos interesantes excepciones: su uso con fines medicinales y religiosos. Según señala el historiador Michael Lerner en la serie documental Prohibition, de Ken Burns y Lynn Novick, el número de farmacéuticos registrados en el estado de Nueva York se triplicó durante la era de la Prohibición, y las iglesias y sinagogas tuvieron un éxito de público sin precedentes. Bebidas como el whisky medicinal y el vino litúrgico (que salvó a algunas bodegas como Brotherhood Winery, Concannon Vineyard o Bernardo Winery) se libraron de la implacable legislación, pero desde luego no fueron las únicas...
Chicago y Nueva York se convirtieron en los puntos más importantes de distribución ilegal de alcohol, que corría a raudales en los speakeasies. Estos bares clandestinos –como el legendario Cotton Club–, a los que se accedía mediante contraseña, se convirtieron en el epicentro de la vida social de la época. Controlados por gánsteres míticos (al igual que el contrabando de alcohol), todavía los rodea ese halo de atracción irresistible que despierta lo prohibido: Scott Fitzgerald y Hemingway compartiendo reservado, flappers que bailaban con petacas ocultas en sus ligas...
Los criminales de la época –entre ellos, Al Capone o Lucky Luciano– se alzaron como antihéroes en una sociedad que prefería jugarse la vida (los cócteles disfrazaban la mala calidad de un alcohol adulterado que provocó miles de muertes) antes que obedecer una ley que consideraban absurda. Y para burlarla se inventaron todo tipo de triquiñuelas: el moonshine –whisky destilado "a la luz de la luna"– de los Apalaches se hizo muy popular, y muchos aprendieron a hacer vino en casa con unos kits de zumo de uva concentrado que incluían una advertencia para que no fermentara... ¡justo el manual que necesitaban!
Muy lejos de conseguir reducir el consumo de alcohol, solventar la problemática social o mejorar la economía –la Ley Seca le costó al Gobierno once mil millones de dólares en ingresos fiscales perdidos–, la Prohibición provocó una brutal oleada de violencia y corrupción, y un deseo irrefrenable entre la población estadounidense de saborear (a cualquier precio) aquello que le había sido arrebatado.  


El final
El 5 de diciembre de 1933, la Ley Seca se estrelló contra la Historia gracias a la 21ª enmienda a la Constitución, ratificada por el presidente Franklin D. Roosvelt: "Lo que ahora necesita nuestra nación es un buen trago".






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