- Laura López Altares
- •
- 2022-02-25 00:00:00
A principios del siglo XIX, España y Francia se enfrentaron en una guerra que marcó el principio del fin del Imperio Napoleónico... y que dejó una poderosa y simbólica huella en los vinos del Marco de Jerez.
Un hombre alza los brazos, abiertos, frente a un pelotón de fusilamiento sin nombre, sin rostro. Su gesto inocente y desafiante ante la muerte que lo asedia es el rostro de la rebelión, del heroísmo romántico, de una nación.
Los fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya, es una de las pinturas más estremecedoras de la Historia del Arte, y en ella cabe toda la fiereza del levantamiento del pueblo de Madrid contra el ejército francés aquel 2 de mayo de 1808. Escribía Arturo Pérez-Reverte en Un día de cólera: "Por un momento parecíamos una nación... Una nación orgullosa e indomable". Que cambiaría el curso del tiempo, prendiendo con la chispa de su sublevación al resto de España y a Europa entera, sembrando la esperanza entre la resistencia armada contra el Imperio Napoleónico. José Bonaparte había avisado a su hermano, el emperador: "Vuestra gloria se hundirá en España". Y la imprevisible victoria de los españoles –con el apoyo de los portugueses y la inesperada ayuda de los británicos– en la Guerra de Independencia, aunque agridulce porque los volvería a sumergir en la oscuridad del Antiguo Régimen tras el regreso de Fernando VII en 1814, se convirtiría en una poderosa inspiración para el movimiento romántico.
La historiadora Ana Gómez Díaz-Franzón lo explica así: "A partir de entonces, surge una nueva imagen de España. Todo lo español, su cultura y sus artes comenzaron a ejercer una gran fascinación en Europa. Esta nueva imagen fue ampliamente difundida por los viajeros románticos europeos y, en gran medida, ha perdurado hasta nuestros días".
En su publicación Guerra y libertad en los vinos del Marco de Jerez, Gómez ahonda en la apasionante relación que se dio entre la publicidad de los vinos del Marco de Jerez –tema en el que profundizaría en su premiado libro Imagen publicitaria del Marco de Jerez (1868-1936). Un retrato de la época, recorriendo otros momentos históricos– y los acontecimientos y las personalidades más importantes de la Guerra de la Independencia: "Es esta mitología nacional que se forjaría a partir del movimiento romántico la que aparece plasmada en las imágenes publicitarias, que actúan como elementos identificadores del país de origen de los vinos y como transmisores de excelsas cualidades como el valor a sus propiedades organolépticas. Además, en concordancia con la antigüedad que distingue a los héroes históricos reproducidos, esta correspondencia simbólica viene también a enfatizar la vejez que caracteriza a ciertos vinos o brandis".
Hay ejemplos muy diferentes y evocadores: desde la etiqueta de un vino de J. de Fuentes Parrilla ilustrada por una reproducción de La defensa de Zaragoza; la del amontillado Independencia de Osborne en honor a Agustina de Aragón; la del oloroso Bailén 1808 de Osborne, una adaptación de La rendición de Bailén; la de la manzanilla Viva la Pepa, de Sánchez Romate Hermanos, un simpático guiño a la Constitución de Cádiz; la del brandy Independencia de Osborne, que incluso hoy homenajea a la resistencia española, inspirándose en una pintura de Joaquín Sorolla... hasta los tributos a figuras como el general británico Wellington –en el amontillado Wellington de Pedro Domecq, por ejemplo– o incluso al enemigo, Napoleón, al que Sautu y Compañía dedicó el brandy Emperador.
La invasión francesa dejó una huella muy profunda en Jerez, que estuvo ocupada entre 1810 y 1812 –el Mariscal Soult, quien capitaneó a las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia, o el propio José Bonaparte, residieron en Sanlúcar y Jerez– y, como sucedió en otras regiones vitivinícolas asoladas por la contienda –como la zona de Valladolid–, la producción y venta de vino descendió peligrosamente.
Al igual que harían los franceses durante la II Guerra Mundial, ideando todo tipo de ingenios para hacer frente al ansia saqueadora del Tercer Reich –os lo contamos en Vino en tiempos de guerra, en MiVino 240–, los jerezanos también salvaguardaron sus tesoros enológicos de los tentáculos del enemigo, entre ellos algunas soleras históricas, bien solicitando pasaportes para poder salir de Cádiz o valiéndose de distintas triquiñuelas: "Veo con gusto que a pesar de lo mucho que han padecido sus bodegas por las enormes sacas que en ellas hizo el enemigo, todavía quedan buenos vinos como antes", escribía en una carta de 1812 Juan Murphy a Pedro Agustín Rivero de la Herrán –según recogen José y Jesús de las Cuevas–. También Jerez ganó su propia guerra.
Aliados
Los orígenes de Osborne están vinculados a la compañía Duff Gordon & Co, fundada en 1772 –por eso la bodega celebra este año su 250º aniversario– por James Duff, cónsul británico en Cádiz desde 1790 hasta 1815, y su sobrino William Gordon.