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La gran pasión de Jefferson

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  • Diana Fuego, Foto: J. Amill Santiago / Unsplash
  • 2022-09-28 00:00:00

El tercer presidente de Estados Unidos fue un ardiente defensor de la libertad... y uno de los amantes del vino más célebres de la Historia. Su colección de botellas, envuelta en leyenda, es la perdición de los 'cazatesoros'.


C uando la fascinación por el vino te alcanza, no deja de llevarte en remolinos a sus imperios imposibles... ¡aunque seas el hombre más poderoso del planeta! Thomas Jefferson, uno de los padres de la democracia estadounidense y el principal autor de la Declaración de Independencia (4 de julio de 1776), fue el tercer presidente de Estados Unidos (1801–1809) y uno de los amantes del vino más enérgicos de la Historia: "El buen vino es una necesidad vital para mí", afirmaba.
Pero como recoge James M. Gabler en su curiosísimo libro Passions: The Wines and Travels of Thomas Jefferson, "su interés por el vino iba mucho más allá de su pasión por beberlo. Estaba interesado en la viticultura, tomó notas sobre el cultivo de la viña en Alemania e Italia, y estudió a fondo los vinos más célebres de Francia. Plantó viñedos en Monticello [su espectacular residencia, la única vivienda en Estados Unidos que ha sido nombrada Patrimonio de la Humanidad] y experimentó en su jardín de los Campos Elíseos de París con injertos procedentes de algunos viñedos tan famosos como Montrachet, Chambertin, Clos de Vougeot, Hochheim y Rudesheim. Animó a Philip Mazzei o John Adlum en sus avances en viticultura y predijo que, algún día, en América se podrían elaborar vinos con tanta calidad como en Francia. También aconsejó sobre vino a los presidentes Washington, Adams, Madison y Monroe".
Este gran connoisseur del vino –como lo define Gabler– recorrió los territorios vinícolas más interesantes del mundo (e inmortalizó sus singularidades en sus cartas y cuadernos de viaje), sobre todo durante aquellos años en los que residió en Francia como embajador de los recién fundados Estados Unidos, coincidiendo con el fogoso despertar de la Revolución Francesa –simpatizó con ella en sus comienzos, como ardiente defensor de la libertad que fue–.
Gabler destaca que a su regreso al otro lado del Atlántico, primero como secretario de Estado y después como presidente, redujo los impuestos para la importación de vinos de Francia, Italia, Portugal y España. Años después seguiría defendiendo esta reducción de impuestos y escribiría una de sus frases más célebres sobre el vino: "Ninguna nación se emborracha donde el vino es barato y ninguna está sobria donde la falta de vino es sustituida por los espirituosos como bebida habitual".
Conocido como el Leonardo da Vinci de América, Thomas Jefferson fue absolutamente fiel a sus pasiones, y atesoró una asombrosa colección de vinos marcada con sus iniciales que más de 150 años después de su muerte –falleció en el quincuagésimo aniversario de la Declaración de Independencia– se vería envuelta en uno de los fraudes del mundo del vino más sonados (y detectivescos) de todos los tiempos.
Nosotros os lo contábamos así en febrero de 2007: "Lo que nadie podía prever es que esta afición suya ocuparía un buen día la atención de un directivo de un consorcio americano, de varios catedráticos de física y de la casa de subastas eBay".
Y todo por unas iniciales: Th.J., que señalan con su barroca caligrafía algunas de las botellas de vino más codiciadas del planeta, las elegidas que podrían formar parte de la casi mística colección de Jefferson.
En diciembre de 1985, la casa de subastas Christie's vendió una botella de Château Lafite de 1787 tatuada –los expertos de Christie's confirmaron que tanto la botella como el grabado eran de estilo francés del siglo XVIII– por un precio estratosférico. El mejor postor fue Christopher Forbes, vicepresidente de Forbes.
Después de esa histórica subasta, muchos intentaron emularle haciéndose con uno de aquellos tesoros perdidos, entre ellos el magnate estadounidense y coleccionista de arte Bill Koch. En 1988, Koch pagó una fortuna por cuatro botellas de Château Lafite de 1787, igualmente tatuadas con las iniciales Th.J. –en teoría pertenecían al mismo lote de 250 botellas encontradas detrás de un sótano tapiado en un antiguo edificio de París que se protegió así de los nazis–. Pero la Fundación Thomas Jefferson, en Monticello, le puso en alerta: aquellos vinos nunca pertenecieron a Jefferson. Más adelante, se descubrió que la inscripción Th.J. había sido realizada con una tecnología actual. Para enredar más esta historia de película –la contó Benjamin Wallace en The Billionaire's Vinegar: The Mystery of the World's Most Expensive Bottle of Wine–, Koch se enteró de que el supuesto vendedor era el multimillonario alemán Hardy Rodenstock, precisamente quien descubrió el botín de 1985. Las demandas se encadenaron, pero el misterio nunca se resolvió. Y todavía hoy, las botellas de Jefferson siguen siendo El Dorado de los buscadores de tesoros vinícolas


Un hombre equipado
En el divertido libro 'No entiendo mucho de vinos... pero me gustan sus curiosidades', Pamela Vandyke cuenta que Jefferson llevaba siempre con él un pequeño maletín con su cepillo de dientes, papel, pluma, tinta... ¡y un sacacorchos!



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