- Diana Fuego, Foto: Justin Ziadeh / Unsplash
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- 2023-02-01 00:00:00
La figura del impetuoso conquistador macedonio está rodeada de leyendas e intrigas políticas; pero ninguna tan fascinante como la que rodeó su misteriosa muerte, que pudo ser provocada por una copa de vino con veneno.
Su voraz sed de gloria y su febril atracción por lo inalcanzable llevaron a Alejandro Magno a convertirse en el estratega más brillante de todos los tiempos, soberano del mayor imperio jamás forjado. Impetuoso, carismático y valiente hasta la insensatez, creció obsesionado con las gestas de los héroes clásicos, convencido de que era descendiente de Hércules y Aquiles –La Ilíada de Homero lo marcó profundamente, motivó sus sueños de conquista e inmortalidad y lo acompañó cada noche bajo la almohada–, y su anticipado final fue escrito por un veneno oculto en una copa de vino (o, al menos, eso es lo que defienden ciertas teorías de la conspiración –nuestras favoritas–).
El fuego marcó su destino de una forma casi profética: su madre, Olimpíade, sintió tras un relámpago que un rayo inflamaba su vientre, desencadenando un violento fuego que lo prendió todo en llamas; y curiosamente nació el mismo día en el que el templo de Artemis en Efeso fue incendiado. También cuenta Plutarco en Vidas paralelas: Alejandro Magno-César que su padre, Filipo II, tuvo otro simbólico sueño: en él sellaba el vientre de su esposa con la imagen grabada de un león.
Aristóteles fue el maestro de este joven león, que a los 20 años sucedió a su padre en el trono de Macedonia y se lanzó a la conquista del mundo conocido a lomos del indomable caballo Bucéfalo. Rey de Macedonia, Hegemón de Grecia, Faraón de Egipto y Gran Rey de Media y Persia, murió invicto a los 32 años. Pero tal vez fuese vencido –o al menos asediado– por su peor enemigo: él mismo. La cólera y el vino fueron la perdición de Alejandro; aunque, según el historiador Plutarco, era menos adicto de lo que se creía: "Dio impresión de ser bebedor por el largo tiempo (aunque lo empleaba más en hablar que en beber) que con cada copa prolongaba sus extensas conversaciones, y eso siempre era cuando disponía de mucho tiempo libre, ya que de sus actividades no le apartó nunca ni el vino, ni el sueño, ni los juegos, ni el sexo, ni espectáculo alguno".
Como apunta John Maxwell O'Brien en Alexander the Great: The Invisible Enemy, Alejandro compartía la fascinante ambivalencia del dios Dionisio –con tanta luz como sombras–, al que adoraba. En el curioso libro Los buenos vinos en la Historia, Pedro Escobar explica que "los macedonios creían que Dionisio no solo era el dios del vino, sino que era el vino en sí mismo y que, al consumirlo, el bebedor se convertía en un recipiente de su espíritu y sus prodigios". Y lo cierto es que, bajo sus efectos, el impulsivo rey tomó decisiones extremas. Una de ellas fue el asesinato de su gran amigo Clito después de una encendida discusión. Aquel oscuro episodio atormentaría a Alejandro hasta su muerte, pero no fue el único motivado por su embriaguez…
Escobar recuerda cómo ordenó quemar la ciudad de Persépolis tras su pacífica rendición –una salvaje excepción, ya que solía mostrarse moderado y magnánimo en sus incursiones militares–, o cuando enloqueció tras la muerte de Hefestión –su mejor amigo–: mandó cortar las crines de todos los caballos, derribó las almenas de las ciudades vecinas, prohibió la música, mató a su médico y hasta ofreció un sacrificio en nombre de su Patroclo.
Esa pasión desmesurada por el vino, como os adelantábamos en nuestros Vinos envenenados del número 246, pudo ser el talón de Aquiles de Alejandro, que enfermó inesperadamente tras beber vino –en exceso– en un banquete en honor a Hércules en Babilonia a finales de mayo del año 323 a.C. En Alejandro Magno, A.B. Bosworth recogió así el relato del historiador Diodoro: "El rey mismo bebió hasta altas horas de la noche con sus amigos y Medio de Larisa [un amigo de Alejandro que pudo haber conspirado para asesinarlo] lo invitó a seguir con una celebración más íntima, con 20 invitados, donde bebieron cantidades enormes que dieron pie a leyendas. Pronto se dijo que Alejandro bebió hasta morir o, peor aún, que fue envenenado por las siniestras maquinaciones de los hijos de Antípatro [uno de los generales más destacados de Filipo II]. Según se dijo, el punto álgido fue un intercambio de brindis en el cual el rey bebió un recipiente lleno hasta el borde de vino sin diluir, de unos 6 litros de capacidad. Eso lo llevó a un dramático colapso, acompañado de un violento espasmo de dolor, como si hubiera recibido un golpe violento".
Doce días después, entre terribles dolores de cabeza y estómago, escalofríos, cansancio extremo, fiebre y parálisis, moría el hombre más poderoso de la Tierra, dando pie a infinidad de hipótesis. Muchos expertos señalan la fiebre tifoidea, la malaria o la fiebre del Nilo como posibles causas de su agónico final, pero la más conspirativa apunta al envenenamiento con eléboro blanco... enmascarado en una fatídica copa de vino.
Un imperio dividido
Tras la repentina muerte de Alejandro Magno, su inmenso imperio comenzó a resquebrajarse –y con él su sueño–, sumido en las convulsas guerras de los Diádocos (sucesores). ¿Cambió el curso de la Historia una copa emponzoñada?