- Diana Fuego
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- 2023-05-31 00:00:00
La pasión del director británico por la gastronomía y el vino quedó inmortalizada en decenas de películas en las que comida y bebida jugaron un papel clave, convertidas en elementos siniestros, metáforas, pistas... y armas.
Como gran mago del suspense, Hitchcock también supo rodear a su propio personaje de misterio y sorpresa; por eso resulta casi tan fascinante como sus películas, la mayoría de ellas repletas de pistas ocultas y juegos turbadores. En muchas de estas obras maestras de la historia del cine, la gastronomía y el vino desempeñaron un curioso papel, llegando a revelar a los espectadores más perspicaces algunos secretos de la trama.
El brillante director, que tenía un apetito voraz, era adicto a las mimosas, las patatas fritas y la quiche Lorraine; y eso que odiaba el huevo... Quizá por eso, el personaje al que interpretaba Jessie Royce Landis en Atrapa a un ladrón (1955) apagaba un cigarrillo sobre un malogrado huevo frito. "Para mí, el cine no es una porción de vida, sino un pedazo de pastel", dijo Hitchcock en una ocasión. Incluso confesó que su asesinato perfecto pasaría por una mesa llena: "Hay muchas formas preciosas de morir, comiendo es una de ellas".
Esa obsesión por la gastronomía se reflejó en su filmografía, y también su pasión por el vino. De hecho, el director británico fue nombrado Gran Oficial de la Cofradía de Tastevin de Borgoña; tenía una finca en las montañas de Santa Cruz, Heart O' The Mountain, donde él mismo plantó Riesling que vendió a Cresta Blanca Winery –en 2002, la familia Brassfield lo replantó con Pinot Noir– y atesoró una espectacular bodega con más de 1.500 botellas de vino (Château Mouton-Rothschild y Château Cheval Blanc eran algunos de sus favoritos), champagne, whisky y cognac.
El divulgador y escritor cinematográfico Juan Antonio Ribas Pérez nos explica cómo plasmaba Hitchcock esas aficiones en la gran pantalla: "Te puedo asegurar que en el 95% de sus películas se come: ya sea en una reunión alrededor de una mesa, ya sea simplemente un sándwich... siempre hay comida. Es un momento cotidiano al que solía dar una vuelta de tuerca y al final se convertía en algo extraño, perturbador".
Hace unos años, Ribas organizó junto a Felipe Monje, director y enólogo de Bodegas Monje, la divertida actividad Vinos y tapas con Hitchcock, que repasaba los momentos gastronómicos más memorables de la filmografía del director. Entonces, plantearon la figura de Hitchcock como la de un chef: "A medida que pasaba el tiempo, su cocina se iba refinando". Y también lo hacían las recetas y bebidas que aparecían en escena: "En sus primeras películas eran más sencillas; pero también van cambiando según avanza su obra, se van sofisticando: en muchas escenas aparece cognac, champagne o vino".
Al menos una de sus películas, Champagne (1928), y un episodio de su serie Alfred Hitchcock presents –A Bottle of Wine (1957)–, se convirtieron en un peculiar homenaje a sus bebidas predilectas, aunque por supuesto eran mucho más que eso. "Con Hitchcock no es solo lo que estás viendo: es lo que hay detrás, y todo está absolutamente pensado", apunta certero Juan Antonio Ribas Pérez.
Y el gusto del director por lo siniestro es legendario. Cómo olvidar aquel vaso de leche presuntamente envenenado en Sospecha (1941); a Cary Grant obligado a cambiar un Martini por una botella de bourbon en la delirantemente etílica Con la muerte en los talones (1959); o ese macabro banquete en La soga (1948), organizado sobre un arcón que escondía un cadáver: "Casi un altar de sacrificios", dice Ribas Pérez. Y nos invita a fijarnos en cómo estrangula la botella de champagne uno de los asesinos: "Está estrangulando literalmente la botella como había hecho con su amigo hacía un rato. El champagne ayuda a entender el estado anímico de cada personaje".
En El Ring (1927), una copa de champagne que ha perdido sus burbujas también se transforma en una suerte de pista, una metáfora del paso del tiempo que nos confirma lo que ya sospechábamos: que ella, como buena femme fatale, no ha acudido a la cita. Pero el vino también sirve para "tragar lo incomestible" en Frenesí (1972) mientras se habla de violentos crímenes –o de secuestros entre chianti y hamburguesas, como en La Trama (1976)–; o para albergar un oscuro secreto nazi, como en Encadenados (1946), donde el momento más álgido se vive en una impresionante bodega. Ingrid Bergman y Cary Grant, espías enamorados, se reúnen clandestinamente entre botellas de leyenda y descubren por accidente que la de Pommard del 34 no lleva dentro la esencia de Borgoña, sino un misterioso polvo mineral: uranio de contrabando para fabricar una bomba atómica.
El vino francés también tiene un genial cameo en La ventana indiscreta (1954): James Stewart y Grace Kelly acompañan la langosta thermidor del icónico Club 21 de Nueva York con una suntuosa botella que marca la diferencia entre los dos mundos de los que proceden: "Es un Montrachet", dice la sofisticada protagonista. "Daremos buena cuenta de él", promete Stewart. ¿Tendrán un final feliz?
El primer sándwich
Según apunta el experto en cine, la primera vez que apareció el pan de molde en pantalla fue en Blackmail (1929): lo hace junto a un inocente cuchillo que la protagonista acaba utilizando para matar (eso sí, en defensa propia).