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Viaje a la memoria de una bota

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  • Diana Fuego
  • 2023-06-29 00:00:00

Este práctico y divertido recipiente es un icono de nuestra cultura que evoca el sabor de las fiestas de los pueblos y guarda en su interior miles de años de historia, desde la antigua Grecia a la guerra de Cuba.


La seductora protagonista de esta curiosa historia tuvo varias apariciones estelares en La Odisea, la Biblia, El Quijote o en la obra de Góngora y Hemingway; y en realidad cierra una divertida trilogía dedicada a los recipientes mediterráneos tradicionales para almacenar y transportar el vino que comenzó con la sinuosa damajuana, continuó con el sensual porrón y culmina con ella: la siempre refrescante bota de vino.
Al igual que el porrón, es un símbolo artesanal del gozo compartido que despertó la inspiración de artistas de todos los tiempos; y sus raíces se pierden en las desenfrenadas festividades de Grecia y Roma, donde corría el vino a raudales en honor a Dionisos/Baco, el dios sediento. Ya entonces utilizaban odres –"cuero, generalmente de cabra, que, cosido y empegado por todas partes menos por la correspondiente al cuello del animal, sirve para contener líquidos, como vino o aceite", según la Real Academia Española de la Lengua– para almacenarlo y transportarlo, como capturaron para la posteridad algunos frescos y mosaicos, o el propio Homero en La Odisea. Aunque en este poema épico aquella bota primigenia no solo albergó el vino que emborrachó al gigante Polifemo; también contuvo los vientos de Eolo, que desataron una terrible tempestad cuando los compañeros de viaje de Ulises, desafiando la orden del dios, abrieron el odre. En Dionysos, Carl Kerényi dedica unas líneas a los askoliasmos, unos juegos en honor al dios griego del vino y la fertilidad que ganaba aquel que aguantara más tiempo en equilibrio sobre un odre –askos en griego, uter en latín– de piel de cabra untado con aceite. Así, el destino de este recipiente quedó irremediablemente unido a la diversión y la magia pagana.
Y todavía en nuestros días las botas de vino se fabrican artesanalmente con piel de cabra (aunque no como tributo a Dionisos/Baco, sino por su flexibilidad, suavidad y resistencia) con un interior de pez (resina de pino y/o enebro) que impermeabiliza el cuero. Como explican en Las Tres ZZZ, una de las boterías más emblemáticas de España –bautizada así por las trillizas del botero Gregorio Pérez, nacidas en 1914–, la bota con interior de pez "es la bota de vino original y se adapta perfectamente a un uso frecuente de vino tinto"; aunque para otras bebidas como agua, refrescos o licores, recomiendan las botas con interior de látex, que requieren menos mantenimiento y además se pueden meter en la nevera.
Precisamente en esta histórica casa de Pamplona, el impetuoso escritor y periodista estadounidense Ernest Hemingway, amante  irredento del vino, se compró dos botas por ocho pesetas. Así lo relataba en su libro Fiesta, en el que su alter ego Jake Barnes capitaneaba una excursión a Pamplona entre corridas de toros y amores imposibles: "Cuando estuve afuera, me dirigí calle abajo buscando la tienda en la que hacían botas de vino. La gente se apretujaba en las aceras y muchas de las tiendas estaban cerradas, de modo que no fui capaz de encontrarla. Caminé hasta la iglesia, mirando a ambos lados de la calle. Entonces pregunté por ella a un hombre, que me cogió del brazo y me condujo hasta allí. Dentro olía a cuero recién curtido y a brea caliente. Un hombre estaba grabando a mano sus iniciales en las botas ya terminadas, que colgaban del techo formando racimos".
Pero siglos antes de que Hemingway ejerciera de carismático embajador de la bota de vino, Cervantes también le reservó un papel destacado entre sus páginas. En El Quijote, Sancho cayó en sus tentadoras redes: "(...) y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen". En otro de sus episodios más memorables, el fantasioso hidalgo, preso de una ensoñación, combatió a cuchilladas contra los cueros de vino del ventero creyendo que se trataba de un gigante.
Como agradecimiento al fraile Fray Esteban Izquierdo por una bota de agua de azahar y unas pasas, Góngora compuso encendidos versos: "De sus risueños ojos desatada / Fragrante perla cada breve gota / Por seráfica abeja fue devota / A bota peregrina trasladada".
Esta popular conquistadora, también protagonista de decenas de refranes, se convirtió en uno de los utensilios más icónicos de nuestro país, en un símbolo de identidad cultural. Tremendamente práctica –es ligera y mantiene el vino fresco–, higiénica y divertida, evoca el sabor de las fiestas de los pueblos y las tardes de verano en el campo. Hoy despierta pasiones entre los jóvenes y ha cruzado fronteras hasta alzarse como un complemento hipster en Estados Unidos. Claro que allí no saben beber a chorro, ¡lo hacen a morro! 


Sed en las trincheras
En noviembre de 1897 se estableció por Real Orden que los soldados españoles destinados en Cuba recibiesen una bota de vino como parte de su equipo reglamentario.Juan Naranjo fue quien diseñó el 'arma secreta' de nuestro ejército.

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