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De cuando el vino fue arma

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  • Laura López Altares, Elimende Inagella / Unsplash
  • 2024-01-31 00:00:00

Desde las contiendas de la antigua Roma hasta las trincheras de la Primera Guerra Mundial, el vino ha tomado partido en los campos de batalla y en alta mar, cambiando la suerte de los ejércitos (y la propia Historia).


Antídoto, veneno, alimento, ofrenda a los dioses, medicina, símbolo cultural, fuente inagotable de disfrute, arma secreta... El vino ha jugado diferentes papeles a lo largo de la Historia, y algunos de ellos son tan fascinantes que no hemos podido resistirnos a bailar entre sus secretos.
Como narran Don&Petie Kladstrup en uno de nuestros libros favoritos, La guerra del vino, Ciro el Grande de Persia ya ordenó a sus tropas beber vino en el siglo VI a.C. como arma para combatir las enfermedades (y a los enemigos). Compartían esa creencia otros grandes estrategas, como Julio César y Napoleón, quien –como os contamos en MiVino 251– llevaba cargamentos de champán a (casi) todas sus batallas, y hay quien dice que la derrota en Waterloo fue provocada por la ausencia de su bebida de la suerte...
En otro libro interesantísimo, Las drogas en la guerra, Lukasz Kamienski escribe sobre el vino como fuente de "coraje líquido" en distintas épocas. Recuerda cómo Homero se lo dio a beber a sus héroes de la Guerra de Troya y cómo los legionarios romanos lo transportaban en grandes cantidades durante sus expediciones para su propio consumo y para embriagar –y derrotar– al enemigo sin necesidad de entrar en combate.
El pinard francés también se convirtió en arma de trincheras durante la Primera Guerra Mundial, donde cada soldado recibía un cuarto de litro de vino al día (esta cantidad se incrementó a medida que el conflicto se fue recrudeciendo). "Se creía que, en la Primera Guerra Mundial, el vino, bebida sumamente sofisticada, había contribuido en gran medida a derrotar a los alemanes, bebedores de cerveza", apunta Kamienski. La "bebida patriótica" se convirtió en mito nacional y, cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, "el ejército galo se aprovisionó no solo de armas, municiones, alimentos y combustible, sino también de grandes cantidades de vino". El político francés Édouard Barthe afirmó que infundía valor a los soldados y, tras la ofensiva alemana de mayo de 1940, "se distribuyeron a diario dos millones de litros de vino entre las tropas francesas desplegadas sobre el terreno".
Pero esta vez la victoria se les resistiría, y el vino francés se convirtió en botín de guerra. Durante la ocupación alemana, los viticultores franceses, hábiles maestros del engaño, inventaron todo tipo de ingenios para proteger sus vinos más preciados de los saqueadores del Tercer Reich –en La guerra del vino y en MiVino 240 podéis leer la historia completa–: etiquetas falsas para despistar, botellas enterradas, vinos legendarios ocultos tras falsos muros, cargamentos saboteados... Incluso la Resistencia se ocultó en las bodegas (y sus toneles), donde se crearon depósitos de armas.
Aunque quizá uno de los episodios relacionados con el vino más curiosos de la Segunda Guerra Mundial fue el que implicó a la Resistencia francesa que operaba en la región de Champagne y al mismísimo Erwin Rommel, el Zorro del Desierto. Expertos en sabotear envíos de vino francés a los nazis interceptaron en 1941 un peculiar encargo de champán hacia una "zona muy cálida", adelantándose así a los movimientos del Afrika Korps.
En cualquier caso, "el apogeo del vino como táctica militar", como recuerdan Don&Petie Kladstrup, ya se había producido cientos de años atrás, y ponen como ejemplo la inesperada salvación de la ciudad alemana de Rothenburg durante la Guerra de los Treinta Años. El mariscal Tilly, en un arrebato de piedad, prometió no destruirla si alguien era capaz de beberse de un trago una jarra de tres litros y medio de vino, "y el alcalde Nush demostró estar a la altura del desafío".
Si miramos al mar, las anécdotas en las que el vino y la guerra han cruzado sus travesías se suceden poderosamente a lo largo de nuestra historia... y ya hemos navegado por algunas de ellas. Como la de aquellos barriles de vino de Ribeiro que llevaba la Armada Invencible en su galeón San Felipe: los 300 soldados enemigos que lo abordaron quisieron celebrar su victoria antes de tiempo, ¡y acabaron hundiéndose en pleno brindis! O la del increíble papel que desempeñaron los vinos de contrabando de Tenerife en la Revolución de las Trece Colonias y la Guerra de Independencia de Estados Unidos, esquivando la vigilancia inglesa que prohibía el comercio directo con los rebeldes mediante ingeniosas estrategias. Y, por supuesto, todos esos novelescos encontronazos entre los corsarios ingleses y la flota española por el arma más preciada en alta mar (y en tierra firme): el vino de Jerez. Ya lo dijo Shakespeare en Enrique IV: "Ilumina la cara, que, como un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre (...) Y esta valentía viene del jerez, pues la destreza con las armas no es nada sin el jerez (que es lo que las acciona), y la teoría, tan solo un montón de oro guardado por el diablo hasta que el jerez la pone en práctica y en uso".      


Brindis enemigo
Francia y España, históricos enemigos de Inglaterra durante siglos, tuvieron que enfrentarse al veto a sus vinos por motivos geopolíticos. Su rival, que necesitaba grandes cantidades de vino, convirtió a Portugal en el más valioso aliado.

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