- Laura López Altares
- •
- 2024-10-04 00:00:00
La magnética isla, hecha de lava y Atlántico, y sus vinos jugaron un papel estratégico en el comercio marítimo, convirtiéndose en testigos de acontecimientos históricos que cambiarían el rumbo del mundo.
En esta nueva travesía en busca de los puertos más decisivos en la historia del vino, las velas –siempre hambrientas de curiosidad– nos han llevado hasta una de las islas más magnéticas del planeta, marcada por el fuego atávico de sus volcanes y por el influjo salino y poderosísimo del Atlántico.
Tenerife también fue un foco candente del comercio marítimo mundial y, al igual que sucediera con Cádiz, el vino se convirtió en motor económico y dejó una profunda impronta en el paisaje urbano y sus habitantes. Como describe el investigador científico del CSIC Agustín Guimerá Ravina en Los puertos del vino: "El vino transformó la vida cotidiana de estos puertos. Tenían un sello particular que los diferenciaba de otros lugares (…). Cuando uno pasea por los barrios históricos de Garachico, Puerto de la Cruz y Santa Cruz de Tenerife, su mirada se detiene en las casonas canarias, adornadas con balcones, pertenecientes a aquellas familias de comerciantes y cosecheros que dieron vida a estos puertos. Son edificios que evocan todo un mundo desaparecido, cuando las islas enviaban sus vinos y aguardientes a destinos lejanos".
En estos puertos, "que tenían el mar como horizonte y razón de su existencia", el negocio del vino creó una cultura y un estilo de vida particular sobre los que escribe Guimerá –"Sus grandes comerciantes y cosecheros estaban abiertos a las modas e ideas de los centros culturales más importantes de la época"–, y también sobre el gran número de oficios relacionados con el negocio que reunían: comerciantes, maestros toneleros, barqueros...
Otro investigador tinerfeño, Carlos Cólogan Soriano, explica en Tenerife Wine. Historias del comercio de vinos. Siglo XVIII (1760-1797) lo determinantes que fueron aquellas legendarias malvasías para la economía de las Islas Canarias –conocidas precisamente como las Islas del Vino junto con Madeira y Azores–: "Es de justicia decir que el vino de Tenerife, o Tenerife Wine, fue nuestra mejor divisa y casi nuestra única carta de presentación en el mundo. Por supuesto que también gracias a los vinos nuestra isla se mantuvo a flote económicamente durante el siglo XVIII. Porque hay que recordar que sin la exportación de vinos era imposible disponer de madera para duelas y, mucho más, sin este era imposible poder luego importar los necesarios cereales cuando las sequías secaban nuestros campos. ¿Sería exagerado decir que el vino nos salvó de la ruina?, no, ni mucho menos. El vino fue la tabla de salvación en todos los sentidos pero por encima de todo nos permitió ser relevantes en un mundo globalizado".
Los vinos canarios que fascinaron a Shakespeare o a los Padres Fundadores de los Estados Unidos fueron además testigos –y, en ocasiones, actores principales– de algunos de los acontecimientos históricos más relevantes del siglo XVIII, como apunta Cólogan: "Por una parte, porque recibimos en sus viajes a los más grandes exploradores del XVIII, como el capitán James Cook, La Pérouse, Borda, Bligh, Vancouver, los navíos de la First Fleet y un sinfín más de destacados marinos y científicos que dejaron huella en las Islas Canarias y cuyo legado aún perdura. Estas escalas, como ha quedado suficientemente acreditado, se debieron a la especial geolocalización de las islas y a las adecuadas condiciones para el abastecimiento de vinos y de otros suministros tan necesarios para el movimiento marítimo de aquel tiempo".
Y recuerda de una forma muy evocadora cómo el dinamismo exportador vitivinícola que mantuvo Tenerife a finales del siglo XVIII hizo posible que los vendedores locales pudieran tejer una red de relaciones comerciales inédita hasta entonces: "Desde ahora, cuando degustemos nuestros vinos, podremos decir que George Washington los bebía prescritos como una medicina. Cuando los degustemos sabremos que la British Navy los empleaba para dar de beber a su marinería y que el ejército inglés y el americano también lo hacían. Lo cierto es que el vino de Tenerife fue mucho más que una bebida, fue una garantía para la supervivencia de marinos y de soldados y, si bien tal vez muchos de ellos eran nuestros enemigos, no por ello debemos sentirnos menos orgullosos".