- Laura López Altares, Foto: cottonbro studio / Pexels
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- 2025-02-06 00:00:00
Entre batallas, monasterios, tabernas y ‘pócimas’ mágicas, el vino –remedio para casi todo mal– vivió esta época como una de las más fascinantes de su historia, llena de cambios vertiginosos e idilios sempiternos.
M ilagroso, maldito, nutritivo, mágico… En esos turbulen-tos años que van desde la caída del Imperio Romano de Occidente (476) hasta el descubrimiento de nuevos mundos (1492), el vino jugó un papel determinante: considerado como un alimento imprescindible en la dieta medieval –en La vid y el vino en España (Edad Antigua y Media), Juan Piqueras apunta que el consumo medio se situaba en torno a los tres cuartos de litro por persona y día y equipara su importancia a la del pan–, fue venerado por sus propiedades curativas, pero también temido por su capacidad de encender los sentidos e incitar al pecado.
Piqueras explica que esta ambivalencia tiene mucho que ver con las dos caras de los dioses del vino de la mitología clásica: "La del dios exultante, bello y símbolo de la fuerza y la alegría de la vida, y la del dios ebrio e impúdico".
En la Edad Media, el vínculo entre vino y religión, esa Alianza eterna en la que profundizamos en el número 254 deMiVino, se volvió imparable: la unión arrebatada con las deidades paganas a través del vino embriagador derivó en una conexión mística, al identificarse simbólicamente el vino con la sangre de Cristo, compartido con los fieles a través de la liturgia de la eucaristía (aunque se institucionalizaría en el Concilio deTrento, posterior a la época medieval).
Con el cristianismo como religión imperante y el feudalismo como sistema político asentado tras la desaparición del modelo romano, la Iglesia católica se convirtió en una de las principales defensoras e impulsoras de la vitivinicultura, especialmente a través de las órdenes monásticas que surgieron en aquellos tiempos, como la cisterciense o la de los Cartujos: "No cabe duda de que la Iglesia tenía un interés especial en que los viñedos prosperasen por la necesidad constante de provisión. Y el papel de los monasterios fue clave para asegurar el suministro necesario para la liturgia cristiana (…). Las órdenes religiosas no solo eran grandes terratenientes por derecho propio y con viñedos como empresas rentables, sino que tenían muchas funciones sociales que exigían el suministro de vino", recoge el volumen VII de la Bullipedia: Vinos. El origen y la evolución del vino.
También sugieren, citando a William Younger, autor de Gods, Men and Wine, que "las tradiciones vitícolas no se preservaron a través de los manuscritos de las bibliotecas monásticas, sino a través de los recuerdos de los vignerons laicos", y mencionan la interesante teoría de que "los pueblos germánicos continuaran los cultivos de la vid junto a los campesinos de las zonas colonizadas", a pesar de que en el ideario colectivo hayan sido generalmente dibujados como unos bárbaros sin escrúpulos y enemigos de todo aquello que amaron los civilizados romanos (como el vino).
Además de la Iglesia y el campesinado, la nobleza fue "la tercera gran fuerza responsable del establecimiento y el desarrollo de la viticultura en el periodo comprendido entre los años 500 y 1.000. Las evidencias encontradas atestiguan que la mayoría de los viñedos monásticos procedían probablemente de fincas seculares; pero, al parecer, los reyes, príncipes y nobles del norte de Europa también mostraron gran interés por elaborar vino procedente de sus propios viñedos para consumirlo en banquetes y agasajar a sus invitados", cuentan en la Bullipedia, donde resaltan el papel del vino de calidad como una demostración de poder más de la nobleza y el clero. Pero en este juego de tronos del vino, la mayoría de la población lo bebía en casa y en las tabernas, que experimentaron un impulso vertiginoso: "Debe comprenderse como un elemento cultural que mutaba al ritmo que cambiaba la sociedad (…). Ante todo, era un espacio social. Como tal, allí se desarrollaban actividades de todo tipo, desde la compraventa hasta interacciones socioeconómicas de cualquier clase".
Otro de los aspectos más apasionantes relacionados con el vino durante la Edad Media fue la fascinación que despertó entre los eruditos de la época, especialmente entre los médicos, que lo consideraban un remedio para casi todos los males del cuerpo y del alma.
Arnau de Vilanova, uno de los representantes más prestigiosos de la Escuela de Medicina de Montpellier, extrajo el alma del vino al destilarlo mientras buscaba la fuente de la eterna juventud. Aunque no la encontró, aquella aqua ardens, "el agua que ardía", pudo ser lo más cerca que estuvo nadie de la piedra filosofal: le inspiró para crear distintas preparaciones medicinales y hasta fue acusado de hechicero. Quizá por eso se le atribuyó la (dudosa) autoría del mítico Liber de vinis, un tratado que reúne recetas de vinos curativos a los que se añadían otros ingredientes con propiedades terapéuticas (al estilo del hipocrás): el vino de la memoria, que luchaba contra el olvido, o el vino de membrillos, que alegraba el espíritu.