- Redacción
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- 2012-04-01 09:00:00
Capítulo 2: En 2016 se liberalizará en toda Europa el derecho de plantación. En Francia, la asociación Elus de la Vigne se moviliza en contra. Pero esto no es ninguna novedad. Desde hace dos mil años, el vino oscila entre la libertad y la dictadura.
Remontémonos atrás: en el año 92 de nuestra era, el emperador romano Domiciano prohíbe toda nueva plantación y manda arrancar la mitad de los viñedos en las provincias. “Roma no actuó de manera distinta a Bruselas en el año 1980”, concluye la comparación Jean Clavel, experto en vinos, en su libro Le 21e Siècle des Vins du Languedoc. Desde 1980, la Unión Europea regula la vinicultura, reparte generosamente primas por arrancar viñas y vigila la roturación, por ejemplo en el sur de Italia, por satélite.
En el siglo XVIII el filósofo Montesquieu, oriundo de Château de la Brède, junto a Burdeos, redactó un tempestuoso manifiesto en el que afirmaba que la Guyenne (Burdeos y su entorno) “debe exportar las más diversas variedades de vinos, tan diversas como sus terruños. Porque el gusto de los extranjeros es cambiante, y un vino que hace veinte años estaba de moda hoy ya no lo está, y lo que entonces se denostaba hoy es muy buscado. Hay que adaptarse y se debe poder plantar y roturar con toda libertad”. El detonante de estas palabras era un decreto del Rey que, a partir de 1725, prohibía la plantación de viñedos nuevos en todo el reino, algo que exasperaba al bueno de Montesquieu, autor de la imprescindible obra De l’Esprit des Lois (El espíritu de las leyes), sobre todo porque le impedía plantar cepas en su propia finca.
¿Arbitrariedad de políticos sedientos de poder? ¿Dictados de funcionarios ajenos a la realidad? ¿Política agraria inteligente? Se ha de saber que la vinicultura no es continuidad, sino un alegre yoyó: a veces exceso, a veces escasez, y vuelta a empezar, algo que los políticos intentan controlar con restricciones, aunque casi siempre en vano. Huir no sirve de nada, pero comprender ayuda mucho más. Comencemos: en el año 79 d.C., tras la erupción del Vesubio, una marea de lava inunda Pompeya y destruye una rica ciudad con doscientas tabernas y 30 villas productoras de vino. La añada del 78 desaparece entre las llamas. En Roma, el vino se vuelve escaso. Los romanos se muestran ágiles en su reacción: el vino es la manera más sencilla de amasar una fortuna. Sigue una batalla campal por plantar majuelos en los alrededores de Roma y hasta el último acre de campo de trigo se planta de vid; tras la bajamar, se levanta una pleamar de vino. Y poco después escasea el trigo.
Unos 1.600 años después, en 1709, las cepas de los alrededores de París se congelan y los comerciantes de la capital buscan sustitución en el sur, donde se empieza a plantar alegremente, y el equilibrio se tambalea. ¿Y en 1980? Considerando el hecho de que un tercio de la producción mundial de vino, antes situada en Europa, no se destina a mojar gargantas secas sino a suministrar material para alcohol de quemar, Bruselas está trabajando para que la calidad desplace a la cantidad. La planeada liberalización de los derechos de plantación, en el fondo, no es otra cosa que el último capítulo de un liberalismo que, aunque suicida, de alguna manera es consecuente, y con el que se pretende hacer frente a los nuevos países vinícolas, que apenas conocen las restricciones. Y el yoyó sigue saltando alegremente. El billete de vuelta ya está reservado.
Pompeya, la viña de Roma, es destruida por la erupción del Vesubio. Se desata la batalla campal por los viñedos alrededor de Roma.
Entra en vigor un edicto válido oficialmente para 200 años. Prohíbe las nuevas plantaciones en Italia y permite la roturación de la mitad de los viñedos de las provincias romanas. Pero la vinicultura continúa con alegría.
Las heladas dañan irremediablemente los vinos de la cuenca de París. Los comerciantes buscan sustitución en el sur, especialmente a lo largo de los ríos navegables. Y en el sur se empieza a plantar alegremente.
La Corona francesa prohíbe durante 25 años cualquier nueva plantación, lo que lleva a fuertes protestas especialmente en Burdeos, cuyos lujosos new french clarets hacen furor en Inglaterra.
Para controlar el exceso de producción sobre todo en el sur de España, sur de Francia y sur de Italia, la UE reglamenta la vinicultura e intenta reducir la superficie cultivada con primas para arrancar viñedos.
A partir del 1 de enero se liberalizará la viticultura. Los detractores alegan que gracias a esta reglamentación se podrían plantar majuelos allí donde sea más fácil su mecanización, y profetizan el fin de la vinicultura artesanal.