- Redacción
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- 2012-09-01 09:00:00
Capítulo 6: Al igual que el château vinícola, el embotellado en origen no es una garantía de calidad, sino una astuta fórmula publicitaria. La inventó un legendario barón del vino.
Mise en Bouteille au Château, embotellado en la finca, embotellado en origen… Hoy la mención no puede faltar en ninguna botella. Pretende garantizar la autenticidad del contenido. Pero el embotellado por el propio productor no es garantía de calidad, y ni siquiera es obligatorio mencionarlo en la etiqueta. Para aplicar la fórmula, durante muchos años era suficiente con trasladar el equipo móvil de embotellado a la finca del propietario. Actualmente, la Ley del Vino de la Unión Europea regula el proceso de embotellado.
La mise en bouteille au château es al embotellado comercial lo que Paulo es a Saulo. El comerciante de vinos es el indio y los vinicultores son el Séptimo de Caballería. ¡Como si todos los comerciantes de vino fueran unos granujas! Además, la mezcla no siempre es perniciosa: el comerciante compra vinos de diferentes texturas y estructuras que, solos, resultarían demasiado unidimensionales, y los mezcla para lograr un todo armónico, una práctica habitual desde hace siglos. La procedencia y la variedad de la uva solo desempeñan papeles secundarios, lo único importante es el sabor del vino. Pero esta práctica hoy es denostada. El terruño ejerce la dictadura y la pureza de la raza es lo que parece estar de moda: ¿Cabernet, Riesling o Chardonnay?
Hasta que se inventaron los enólogos, el ensamblaje era la única práctica sensata para mejorar el vino. El ensamblaje era el alma máter. Los romanos tenían el vino falerno, los italianos exportaban vinos de Florencia y los húngaros lograron que su Tokaij saltara a la fama. Burdeos transportaba desde la Edad Media su clarete en barcos hasta Inglaterra, luego Alemania les exportó sus Rhenish, Hock (de Hochheim am Main) y Moselle, el sur de España Jerez y Sack, y Portugal su Oporto; y ni rastro de embotellado en origen. Hasta hoy, solo Jerez, Oporto y Champagne han logrado defenderse con más o menos éxito de la fiebre del embotellado en la domaine.
Hasta entrados los años sesenta y setenta del siglo XX, ni los más grandes vinos se criaban y embotellaban en la propia finca, si acaso muy rara vez. Durante siglos reinó una clara división del trabajo. Los viticultores se ocupaban del viñedo, el bodeguero jefe prensaba y fermentaba… y en cuanto el vino estaba más o menos hecho, el comerciante se lo llevaba, lo cuidaba y lo mezclaba a su gusto. Las barricas eran envases de un solo uso y la madera nueva no era un método Parker, sino un mal necesario; el corcho y la botella no aparecerán hasta el siglo XVII. Y hasta finales de la década de 1960, incluso los más grandes châteaux de Burdeos llevaban al mercado la totalidad o al menos una parte de su cosecha en barricas: de muchas grandes fincas existen varios embotellados, algunos de ellos muy diferentes entre sí.
Solo los Premiers Crus acordaron ya en 1924 declarar obligatorio el embotellado en el propio château. El iniciador fue un jovencísimo barón del vino: Philippe de Rothschild, que con veinte años recién cumplidos se convirtió en propietario de Mouton-Rothschild. Lo curioso del asunto es que entonces Mouton no era un Premier Cru. Fue el único Cru del Médoc que ascendió de calificación, ya en 1973, gracias al ministro de Agricultura Jacques Chirac. Philippe, el pionero de la mise en bouteille au château, no solo ha popularizado este método y lo ha convertido en símbolo de categoría a nivel mundial, sino también ha creado exactamente lo contrario: el único vino de marca de Burdeos que, hasta la fecha, ha logrado mantener su éxito a pesar de su fluctuante calidad. Hablamos del Mouton Cadet, un clásico coupage de vinos base de toda la región, sin atisbo de mise en bouteille au château.