- Redacción
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- 2011-02-01 09:00:00
De pronto, entre los hitos de piedra arenisca, las casonas, las bodegas que salpican el paisaje y las entrañables villas, en plena muga entre Rioja y Rioja Alavesa, se alza un prisma cristalino, paradigma minimalista que, lejos de entorpecer, parece acrisolar el entorno. Es solo la cima visible de una obra que merece plaza en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Desde hace un tiempo las bodegas de todo el mundo se crean y recrean con la filosofía estética y la solidez que caracterizó en sus siglos a las catedrales, y siempre a los centros de poder económico. Aquí en Rioja el símbolo de ese poder es el vino y por eso menudean las obras firmadas por arquitectos de fama universal. La grandiosa obra de Baigorri se encargó a Iñaki Azpiazu con una orden explícita: que por encima de tentaciones esteticistas pusiera la arquitectura al servicio del vino. El resultado la hace única en su género, con un derroche de ingenio técnico en cada paso de su funcionamiento. Pedro Martínez, un erudito médico murciano, es el actual propietario y ha reforzado el aspecto divulgativo y comercial de sus vinos, tanto a través de un estudio sobre la salud y el placer en una copa de vino como apoyándose en el equipo comercial formado por Miguel Marchante e Iñaki Peña.
Lo que se ve
Cada mañana, a eso de las 11, alguna visita, la mayoría extranjeros, atraídos por la fama de su maqueta que se conserva en el MoMA neoyorquino, atraviesa la puerta de esa urna de vidrio. Después de extasiarse en la vista del campanario de Samaniego o en la alfombra de vides con el color de cada temporada, se adentra en las profundidades, cinco pisos subterráneos, milagrosamente luminosos, donde se van sucediendo la sede social, el laboratorio, la vinoteca para el público, la sala de elaboración con sus deslumbrantes depósitos troncocónicos, que son los que mejor se acomodan a las maceraciones con el sombrero sumergido, y aún más abajo, la sala de barricas en penumbra y el comedor abierto al paisaje.
Admirarán la concepción primorosa de esa ladera que se vació para la vanguardista construcción, para rehacer de nuevo el cerro. Aplaudirán la conducción por gravedad para no maltratar uva o vino, sin bombas, sin excepciones, desde que la uva llega a la bodega hasta que años después sale en su vestido de botella. Para ello, los movimientos de la uva, desde que sale de las pulcras cajas de vendimia, es siempre por cintas o tornillos sin fin, y la del vino, en caída libre o remontado desde el fondo a la boca de las cubas de acero, cuando es menester, por esos depósitos móviles llamados OBI. Todo está pensado para facilitar los imprescindibles movimientos, y el corazón de la bodega, la sala de elaboración, es un medido juego de puentes grúa automatizados que se elevan y se cruzan sobre las bocas de los depósitos, a una altura prodigiosa de muros de hormigón.
Lo que no se ve
Con esa visión, con el concepto grabado en la memoria gracias a las impactantes imágenes, al viajero solo le queda comprobar el efecto de esos sabios principios sobre el vino con una muestra en el restaurante, almuerzo y cata, cuatro vinos y cuatro platos mimados en el fogón por Marian y Amelia.
Lo que los enoturistas no conocerán, aunque la visión del laboratorio es diáfana y abierta, es la media docena de importantes proyectos que allí se están cociendo en paralelo, en busca de la biodiversidad, las levaduras autóctonas o potenciar en la uva el resveratrol y los compuestos anticancerígenos. Ni contemplarán la trastienda, la sala de máquinas. Estos son los dominios recónditos de Simón Arina, el director técnico, cerebro y corazón de esta casa desde que la creara Jesús Baigorri, en 2000, desde el traspaso a manos de Pedro Martínez en 2007 hasta hoy, y seguro que hasta un largo mañana porque lo suyo es el conocimiento apasionado que sustenta la casa con más fuerza que el propio hormigón. A él, ingeniero agrónomo, se debe la gestión del campo, los detalles de una vendimia en cajas primorosas y la selección grano a grano. Más aún: el aire y el agua que se usan en la bodega, purificados hasta el límite para evitar la hipotética contaminación de máquinas, corchos, botellas... Un proceso complejo y continuo que les ha valido los más exigentes certificados de calidad internacional. ¿Y eso lo nota el vino? Como respuestas, ahí está la vitrina de premios y, sobre todo, las copas sobre la mesa, desde el joven Maceración Carbónica al blanco de Viura fermentado en barrica -todo roble francés-, o al moderno, complejo y profundo Vino de Garaje.
Baigorri
Carr. Vitoria-Logroño Km. 53
01307 Samaniego (Álava)
Tel. 945 609 420 Fax. 945 609 407
www.bodegasbaigorri.com