- Redacción
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- 2009-09-01 00:00:00
Lo que, a primera vista, produce un baño de paz no es sólo la belleza y esos perfumes que son pura aromaterapia. Es el ensamblaje perfecto de la historia, la naturaleza, la piedra crecedera cubriendo necesidades, la experiencia, el conocimiento profundo, el respeto... En fin,la saga de una familia que lleva ocho siglos en torno al vino. El clima, entre atlántico y mediterráneo, de temperaturas contrastadas, garantiza uvas con carácter. El bosque la envuelve en aromas. La recuperación de variedades como la Picapoll y un sólido trabajo enológico añaden variedad y calidad excelsa al catálogo de vinos. Así, la masía d’Avinyó recupera para la joven D.O. Pla de Bages los mejores tiempos de su secular historia vitivinícola. Ramón ha regresado hace unos meses, cargado de experiencia y formación enológica y empresarial. Capaz de perpetuar la saga familiar, de aportar a la bodega y a la actividad de la secular masía tanta vitalidad como su padre, Valentín, y como antes lo hizo el abuelo, y antes el bisabuelo... Y así hasta remontarse al año 1199, cuando la familia Roqueta se instala junto a las primeras cepas de una comarca, el Bages, que se convertiría en el mayor viñedo catalán. De ahí su nombre, como invocación al dios Baco y sus dones. La vida medieval en una masía había de ser autosuficiente, y en ésta han conservado en su sitio original las prensas de vino, los hornos de pan, las cocedoras de mosto, los alambiques, la incipiente maquinaria industrial y los carros y furgones que reflejan, paso a paso, la historia del transporte. Material sobrado para una exposición que es un entrañable museo familiar, ahora abierto al enoturismo, que refleja tanto la etapa rural primitiva como el nacimiento de la firma comercial en Manresa, cuando la filoxera arrasó el viñedo y el vecindario se vio obligado a emigrar. Volver a las raíces La denominación de origen actual, Pla de Bages, con apenas una docena de bodegas bien avenidas, es un renacimiento que refleja el regreso a los orígenes. Los Roqueta replantaron la viña en torno a la masía con concepto moderno en cuanto a variedades, clones y métodos, aunque respetando la distribución tradicional, las variedades propias -Picapoll, Sumoll- y la ecología del entorno. Así, las cepas son lunares claros, en pendientes o suaves terrazas, arropadas por el bosque mediterráneo, perfumadas de pinos, cipreses, robles, encinas y un aromático monte bajo: romero, tomillo, lavandas... El suelo es, aquí y allá, una diversa composición de arcillas, arenas y piedra caliza, de modo que, con diferente orientación y pendiente, cada parcelita, incluso la cima y la falda de cada una, determina uvas diferenciadas. Y ésa es la personalidad y diversidad que los enólogos de la casa, como Miquel Palau, pretenden atrapar. Para ello la sala de elaboración se viste con pequeños depósitos que permiten vinificar por separado lo que se cosecha, en su punto óptimo, en cada jornada, en cada miniparcela. Y eso invita a fantásticos juegos organolépticos a la hora de plantear un vino final, en el momento de combinar -ensamblar- los vinos diferentes, no sólo para realizar multivarietales, sino incluso para redondear un monovarietal. El ejemplo de su 5 Merlot es un exquisito paradigma de esa filosofía. Mimar los detalles El paisaje tiene un aspecto silvestre y natural, algo que sólo el tiempo confiere. Pero detrás hay gusto y criterio, el mismo que en la restauración de un granero para convertirlo en luminosa sala de recepción y de visita, en tienda y espacio de cata en torno a la barra que preside un magnífico cuadro de la esposa del propietario, Núria Segalés. Ella es el alma de la estética del campo, la casa, las exposiciones y hasta las vetustas salas tapizadas de toneles de vino rancio donde colocan las mesas vestidas para celebraciones públicas, bodas o reuniones privadas. Así la bodega, la masía, es en el día a día un ser aún más vivo y vital que en los mejores tiempos de su larga historia. Lo más plácido, lo más quieto, es el propio vino. Duerme en una sala climatizada, en barricas que sólo llegan a cumplir tres años, apiladas en dos alturas, de modo que es fácil la cata permanente y las trasiegas precisas. Casi todo el catálogo se redondea en barrica o adquiere delicadeza y seda en contacto con sus lías, pero eso sí, sin perder la golosa riqueza frutal y los elegantes aromas: desde el más básico, el tinto Abadal -que combina Cabernet Franc y Tempranillo- al más original -el blanco monovarietal de la autóctona Picapoll- pasando por los altos de gama: el 5 Merlot, el Abadal 3.9 -la combinación secreta basada en una parcela- o el exquisito Selecció, extracto de las mejores cepas, tan profundo, mineral y frutal que bien merece un puesto en la sobremesa, en la meditación.