- Redacción
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- 2005-01-01 00:00:00
Cada una de las bodegas que componen el Grupo Pesquera hace gala de sus peculiaridades, marcadas por tierra y clima, pero las cuatro comparten un estilo común, marcado por la personalidad de Alejandro Fernández. Dehesa La Granja plasma su amor a la tierra. hora la enología ha venido a coincidir en la evidencia de que el vino se hace en la tierra, algo que Alejandro Fernández venía predicando desde que vendimió su primer Pesquera y aún antes, desde el 72, cuando elaboró su primer vino. No se puede hablar pues de Dehesa de la Granja como un regreso a la tierra, puesto que nunca la abandonó, sino de un canto a la naturaleza. Dehesa La Granja es precisamente lo que anuncia su nombre. Es una magnífica finca de 800 hectáreas regadas por el río Guareña, en la que tiene cabida tierras de labor, un extenso y añoso encinar, una dehesa que ha criado reses bravas y ahora acoge 300 vacas Limousin lamiendo al sol sus terneros, 2.000 ovejas para leche y corderos que son la base para el proyecto de una quesería, una cochiquera de cerdos negros, los justos para el embutido de la familia, y, por supuesto, un viñedo. La vieja bodega Hace mas de setenta años que los anteriores propietarios erradicaron la última cepa, y tampoco se veía ni una por estos contornos. Sin embargo, el subsuelo de la casa de labor y del gran patio es una bodega horadada hace trescientos años. Son 3.000 metros de pasadizos laberínticos, túneles amplios, altos, con inteligentes respiraderos, con escaleras de forja que comunican directamente con la vivienda y bocas espaciosas. Es la labor de pico y pala de más de cien obreros a lo largo de 16 años y es lo que encandiló a Alejandro cuando buscaba uvas para hacer un vino en esta zona, la de la Tinta de Toro, otra versión de su amada Tempranillo. Desde entonces, entre 1998 y 2000, se han plantado 130 has. de cepas seleccionadas entre el Tempranillo mas idóneo, enmarcando la casa con estilo y vocación de chateau. Crecen mimadas por el sol y por el gotero, y abonadas naturalmente con el estiércol de las ovejas propias. Pero la viña no fue el primer trabajo, antes hubo que sanear la bodega, localizar alguna humedad y resolver la fuga, revocar algunos muros con la solidez del cemento, tal como se hizo antes en Condado de Haza, la otra bodega familiar en Ribera del Duero. Un tino abierto en el frente, como un escenario al fondo de un pasadizo, es todo lo que queda del pasado. Junto a él se fueron apilando 3.000 barricas nuevas capaces de criar durante 24 meses el vino para 350.000 botellas, aunque tiene capacidad para 700.000 litros. La restauración de la hermosa casona castellana ha sido ejemplar. El edificio se extiende, equlibrado y amplio, en torno a un patio. Cal y teja, cal y ladrillo árabe, vigas de maderas viejas traídas de la otra bodega, la manchega de Campo de Criptana, envuelven la innegable belleza de la eficacia, de lo útil. A un lado la casa, la bodega de elaboración, excavada para que la altura que precisan los depósitos de acero no desentone en el entorno; en el centro, una nave de barricas, frente a la viña otra y la zona de embotellado; en una esquina, la plaza de toros, el tentadero y los que fueron corrales de selección de reses; y en el pajar reconstruido se ha vestido un gran comedor con un asador capaz de redondear la visita, de acoger a grupos numerosos. En donde estuvo el palomar se alzan dos pisos, como mirador sobre la viña, sobre los caballos libres que pastan hasta el río, como recepción para las visitas, cocina y comedor íntimos, y tienda y degustación de vinos y otros productos de la finca. El vino elaborado «a ojo» Del vino primero, el del 98, elaborado con uvas seleccionadas de proveedores de la región, salieron 300.000 botellas de las que no quedó ni la muestra. Vivo, intenso, aromático, equilibrado, complejo, aún se ha crecido con el tiempo de guarda en botella. Alejandro había conseguido su ideal. Y lo repite hasta la última cosecha en el mercado, la 2001. Vino de Castilla y León, no acogido a Denominación, puesto que es pionero en la zona en los tiempos modernos, aunque hereda el saber y el sabor de la Tierra del Vino zamorana. Vino, como todos los de la firma, diferente y personalísimo, elaborado «a ojo» por Alejandro y su hija Eva, la enóloga, formada en Burdeos. No hay aquí controles automáticos, ni camisas de refrigeración ni cerebros centralizados sino la mirada vigilante de quien se ha convertido en estandarte del vino castellano dentro y fuera de nuestras fronteras.