- Redacción
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- 2005-11-01 00:00:00
Nueve meses han pasado desde que Richard Rogers colocara la primera piedra de la bodega que ha diseñado para Protos. Hoy, en la visita de obra, comparte con los bodegueros la divina emoción del creador: .... «Y vio que era buena». Alos pies del castillo de Peñafiel, felizmente transformado en Museo del Vino, pervive desde 1927 otro hito de la historia vitivinícola de la región. Bodegas Protos fue, como indica su nombre griego, «la primera», el ariete y el ejemplo del devenir de la viticultura y la enología de la Ribera del Duero. Nació sustentándose en el viñedo de 270 viticultores, y hoy, por encima de cambios empresariales, gracias a esa materia prima, se mantiene como la mayor bodega de la región con sus tres millones de botellas anuales. La primera que se atrevía a embotellar antes que nadie en Castilla y León y que lleva el número 42 en el registro de toda España. Un vino que, a los dos años de vida, en la Exposición Universal de Barcelona de 1929, volvió investido con una medalla de Oro... Un edificio de Richard Rogers Ahora vuelve a tomar la delantera con una renovación que es un sueño puesto en pie, una bodega vanguardista donde la dedicación al vino se pueda exhibir con talante didáctico, con placer estético. Se la han encargado al arquitecto británico Richard Rogers, urbanista vocacional y artista reconocido mundialmente desde que, con 45 años, realizó el centro Pompidou de París. Después ha dejado su impronta en edificios emblemáticos como el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo o, más cerca, en la ampliación del Aeropuerto de Barajas, en Madrid. Protos es su primera experiencia en construcción de bodega y, entre otras razones, aceptó una obra así de especial y con ese tamaño reducido porque su esposa tiene un restaurante en Londres, cerca de la sede de su estudio de arquitectura, y le dio a probar los vinos de Protos que ofrece en la carta. El diseño se ha basado en un profundo entendimiento con los elaboradores, con su forma de hacer vino, con su deseo de perfeccionarlo, y también con ese acercamiento del público a la bodega que se llama enoturismo. primero es el vino En obra ya se ve una estructura que crece frente a la bodega actual y, entre grúas y vigas y cimientos y crecientes muros de hormigón, el enólogo no tiene ojos más que para un rincón, donde se enclavará la bodega de los vinos joya, aun sin nombre. Un espacio presidido por la mesa de selección, donde la mejor uva de cada cosecha se educará en barricas de 225 litros del mejor roble. Pero eso es solo un rinconcito de la enorme obra valorada en 24 millones de Euros. Un tercio del sótano se dedicará a barricas, asentadas a dos alturas, de modo que se manejen con facilidad, y 2/3 a botellero, para afinar cada marca hasta el momento perfecto de servicio. Y es que esta obra no es sólo un lujo sino una necesidad de espacio, ya que un millón de botellas de Protos han de reposar «realquiladas» en una bodega vecina. Cuando el edificio esté concluido no solo cubrirá la capacidad de elaboración de la bodega, que no desea crecer, sino que la escamoteará en el subsuelo, tanto para preservar la temperatura y humedad ideales para la crianza, como para conservar la estética del cerro y el protagonismo del castillo que lo preside, el que, según el arquitecto, se ha tratado en los planos como el último piso del alzado. El edificio reproduce así la discreción de la bodega vieja. Es una estructura enterrada de hormigón de la que solo emergerán muros de piedra natural y una cubierta ligera, cinco bóvedas de madera, vidrio y cerámica para mimetizarse con las tejas del pueblo. Un sistema de construcción innovador, rápido y con inmediato control de calidad permitirá que se inaugure en la próxima vendimia, en septiembre de 2006. Entonces, sin perturbar el proceso, los visitantes se asomarán desde un luminoso patio a la penumbra interior y a los torreones del castillo. Así está pensado, hasta el último detalle de estética, funcionalidad y economía energética y ergonómica. Lo que está naciendo es un hogar para el vino, concebido con el mismo cuidado y con la misma pasión que el propio vino, ese que viaja a 30 países para lucir la potencia, la elegancia y la profundidad de la Tinta fina, la inconfundible Tempranillo de la Ribera del Duero. La nueva bodega de Protos es obra de uno de los grandes arquitectos contemporáneos, Richard Rogers, quien la ha diseñado acorde y respetuosa con el castillo que corona Peñafiel.