- Redacción
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- 2002-12-01 00:00:00
Cepas de medio siglo para vinos revolucionarios. La obra de Antonio Sanz es un mundo de contrastes, tan sólido, tan cargado de historia, tan apegado a la tierra y, sin embargo, con el catálogo más innovador fantasioso inventivo y arriesgado.
Pasen y vean! Esta es la mayor perrería que se le puede hacer a un vino. La imagen es tan bella como surrealista. Ágil, nervioso, con tanto que decir que las palabras se agolpan, los tonos gallean, el monólogo se hace falso diálogo, pregunta retórica, respuesta coral.
Richard clama con la desesperación y la vehemencia de sus años jóvenes, corriendo entre las damajuanas polvorientas y verdosas. Cientos de estos panzudos botellones tapizan el patio, una rara siembra de calabazas de cristal, una fábrica de mágicas carrozas de cenicienta o...
Esta es la mayor perrería que un vino ha de soportar. Exponerlo a la luz, al sol, a la intemperie, oxidarlo al sol...
Y sin embargo, aunque le duela, ahí está la tradición de Rueda y no piensan renunciar ni perder la herencia de seis generaciones de bodegueros. Más bien al contrario. El vino rancio de las damajuanas pasa a las barricas y sigue un proceso de criaderas y soleras. Pero que nadie se engañe. Este guiño al pasado no es, en ninguna medida, una muestra de inmovilismo. Antonio Sanz, su bodega, sus vinos, sus proyectos y los que ya propician y gestan sus hijos se mueven siempre en el filo de la navaja, un paso por delante de las normas, mas allá de cualquier traba, de cualquier limitación.
Antonio recuerda historias de cuando en las dos bodegas familiares, la de Rueda y la de La Seca, se contrataba la saca de vino en pellejos, a lomo de jornalero, y se ajustaba el precio según la profundidad de las excavaciones, según los escalones que habían de soportar con los riñones prietos en la faja. Pero esa no es su bodega. Ésta, de nueva construcción y crecedera, según las necesidades de cada año, se inauguró en el 76 y es un puntal en el descubrimiento de las posibilidades de la uva verdejo, el milagro de Rueda.
Ni cava ni champagne
Primero fue la frescura descarada, la explosión de aromas y de juventud. Luego, la fermentación en barrica, o la elaboración de un espumoso, Palacio de Bornos, que no puede llamarse cava ni champagne pero que ha crecido, en aprecio y cifras hasta el medio millón de botellas.
Es la misma verdejo que inauguró la aventura en común con el Marqués de Griñón y la que ahora, elaborada con el método champenoise, inaugura una cava -cincuenta metros de excavación- que podrá extenderse en el futuro bajo las 26 has. de viña propia junto a la bodega.
Ese parece ser el faro del futuro: la viña. La selección de la Chardonnay o la Sauvignon blanc que aun no han revelado todo los que pueden dar aquí.
Con gran escándalo de los vecinos fue ésta la primera viña preparada para vendimia mecánica. La Sauvignon, tan delicada, tan pequeña, tiene además la ocurrencia de madurar cuando están en fiestas todos los pueblos de la zona. Solo así, con la máquina y el trabajo familiar se evita cualquier dependencia y se cosecha en el momento óptimo, por loco que sea Septiembre.
El secreto está en la uva
El futuro está en la uva. Según Antonio, una bodega que pretenda calidad ha de tener al menos un tercio de uva propia. Según su hijo Richard, enólogo formado en Burdeos, la preparación enológica de la zona y, en general, del país ha conseguido una digna altura pero lo que ahora hace falta es una escuela de viticultura. Por eso él, su hermano Marco Antonio y su primo Juan Demetrio se van en cualquier rato libre con el tractor y las máquinas a enseñar a quienes se ponen a tiro. A impartir doctrina, esa que asegura que no hay que esperar a probar el vino para saber lo que dará, hay que empezar a hacerlo en la planta. Y tratarla según lo que se espere de ella.
El secreto está en la uva. Y lo creen tan firmemente que ya están pergeñando una prueba descubridora y didáctica en la futura vendimia: una cata ciega, abierta a todos los paladares, donde se diferencien variedades de uva.
Mientras tanto siguen haciendo travesuras muy serias con el vino, incluso destilando el espumoso para un aguardiente que es aún un experimento de mil botellas.
En busca del tinto perfecto, a estos de Tierra de Medina se sumaron los Ribera del Duero y ya han desembarcado en la que ahora se revela como tierra de promisión: Toro.