- Redacción
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- 1999-02-01 00:00:00
Como cantaba el poeta, la cuna de la generación que hoy pinta en España se meció con cuentos. Y habría que añadir que se destetó con CVNE: su Tercer Año soltaba la lengua en los cenáculos, y su Imperial fue el brindis que jalonó los primeros éxitos.
Quién no recuerda aquellas cenas temerarias -tanto por la categoría de la mesa como por la conversación- pobladas de “penenes” (profesores no numerarios) en las que, en un alarde de generosidad por parte del homenajeado o de triunfalismo por parte del grupo, alguien miraba con suficiencia al mesonero y llenaba los pulmones de orgullo para responder: no, nada de vino de la casa, hoy tráenos un Rioja, un “Cune”.
Sin talante de catadores, con las papilas arrasadas por los peleones caldos tabernarios, hubiéramos reconocido aquel gusto excelso, aquel lujo sibarita, en el último rincón del mundo.
Y efectivamente allí estaba, en cada bodega de nuestro mundo, en la primera línea de las cartas y en la primera -a veces casi la única- oferta oral donde no había ni carta. La distribución era prodigiosa, la relación calidad/precio inmejorable. Pero había más: la fama, ese valor que ayer, hoy, y sin duda mañana se sirve en la copa directamente desde la etiqueta y se hace notar en el color, en el aroma, en el paladar, como un bouquet llamado prestigio.
CVNE representaba -y representa- la tradición, la solera como cuba y metáfora del buen vino, y a la vez la modernidad empresarial, la democratización de un sector y un gusto hasta entonces elitista.
El mítico Imperial del 70
El paradigma de la mítica cosecha que fue el 70 se encerraba en una botella de Imperial, y la admiración general se centraba en aquellos seres felices que, aspirando el aroma de la copa, la comparaban displicentes con el 64.
Por entonces la bodega tenía ya un siglo a sus espaldas. Nació, como los mejores nocturnos de Chopin, gracias a la tisis galopante y a que no se habían inventado los antibióticos.
En 1879 los médicos recomendaron a Eusebio Real de Asúa un cambio de aires. Algo que no estaba al alcance de muchos, pero sí de una sólida familia vizcaína y de un emprendedor empresario. Cambió, pues, la humedad y los humos de su Bilbao por la sana y próxima Rioja, y el poteo con txacolí por aquellas copas de gusto afrancesado que estaban naciendo en Haro.
Y con su hermano Raimundo y el apoyo de las relaciones francesas de Louis Perré, convenció de la inversión a parientes y amigos y construyó una bodega en el Barrio de la Estación. El lugar, bien comunicado por ferrocarril y ya afamado por la caída de los vinos franceses en garras de la filoxera todavía estaba lejos de convertirse en lo que es hoy el territorio con más bodegas por superficie en todo el mundo.
Desde entonces, el desarrollo de CVNE ha sido una avanzadilla en lo que se refiere a oferta. La empresa familiar se constituyó pronto en sociedad anónima y, más recientemente, ha sido de las primeras en cotizar en bolsa.
En su catálogo de vinos aparecen los primeros blancos riojanos frescos, aromáticos y pálidos, al gusto actual, frente a los clásicos oxidados, ajerezados, que le rodeaban. Y también el contraste de impecables tintos versátiles -el tercer y quinto año- con los excelsos para ocasiones especiales, los Viña Real, los Imperial... Suficientes laureles para dormirse en ellos, pero la casa seguía bien despierta y gestó otro éxito, el Contino. Concebido a la manera de los grandes Châteaux y Clos franceses, en una finca-bodega que se asienta en un solar cargado de historia, sólo elabora sus propias uvas. Eso le ha permitido varietales tan sorprendentes y minoritarios como el de Graciano, del que salen poco más de ocho mil botellas.
Renovar el parque de barricas
En total CVNE tiene 500 ha. de viña que proveen la mitad de los casi seis millones de litros que elabora.
El futuro pasa por una nueva bodega en Laguardia, donde pronto elaborarán otros dos millones. A la vez se dan los últimos toques a la restauración e instalación de otra “pequeña” bodega en Villalba, un precioso caserón que preside las 10,5 Ha. que ya están en producción.
La novedad del catálogo de vinos se llama Real de Asúa, procede de la cosecha del 94 y es eso que se ha dado en llamar un vino de alta expresión, al gusto que hoy impera, de color subido, recuerdos frutales y un toque comedido de tiempo de barrica de madera nueva.
Porque ese es el reto y el esfuerzo económico que exigen los tiempos, renovar un parque de 25.000 toneles de roble americano que tantas glorias han dado al clásico sabor rioja. En las partidas nuevas predomina el roble francés, pero la experiencia dictará el equilibrio. Es un contraste ver ese ejército reluciente tras una puerta de forja de hierro casi medieval. Y una satisfacción el descubrir entre el precioso polvo intocado el orden inmutable. Todas las añadas que son ya la historia de más de un siglo.