- Redacción
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- 1999-10-01 00:00:00
Marcos Eguizábal es un falso octogenario que recorre con velocidad deportiva no sólo el trayecto entre Ollauri y Haro sino el camino empresarial de la geografía del vino. Desde La Rioja a Jerez y de allí a la Ribera del Duero.
Desde que se hizo con el galardón de las bandas de Paternina, este empresario incansable, el benjamín de una familia de catorce hermanos, ha matizado la enseñanza de su padre y su abuelo, tratantes de vinos en los tiempos del granel en pellejo, con los ejemplos de quienes fundamentaron la bodega desde hace casi un siglo: el entusiasta Federico Paternina, el negociante francés Etienne Labatut y el “bon vivant” Marqués de Terán. Su sello, sus útiles de escritorio, instrumentos de bodega y alguna que otra reveladora factura de sus escapadas parisinas y sus lujosos carruajes se conservan en las vitrinas.
Poco más recuerda el pasado en las modernas instalaciones de Haro. Sin embargo, la bodega inmensa y eficaz no se conformó con ser la niña fea, y en poco tiempo va puliendo su interior con estética y creaciones vanguardistas que contrastan con el rigor tradicional de la bodega madre, muy cerca de allí, en Ollauri.
Elaboración moderna y artesana
Como símbolo, aquí reposa un moderno vino de autor, el Clos Paternina. La gran bodega reserva su talante artesanal, su mimo, para cuidar la viña en busca de la mejor calidad de uva, elegir el momento óptimo de vendimia y dedicarle una microelaboración y reserva especiales, en diferentes robles y en una flamante sala, aislada y climatizada.
Junto a ella se ha inaugurado la sala de cata, un espacio claro y abovedado, dos grandes superficies de mármol de formas caprichosas. Cada detalle ha sido diseñado para la concentración y la apreciación del vino en silencio y paz.
Detrás, en un salón juguetón coloreado con tierras de Valencia, se exhiben los vinos mas valiosos encerrados en jaulones funcionales. Nada más lejos del aspecto del botellero de Ollauri, excavado hace un siglo por canteros gallegos, como un laberinto de galerías cuarenta metros por debajo de la fachada de piedra del caserón.
Entre ambas, la división Rioja de Paternina consiguió un espectacular crecimiento del 56% sobre el ejercicio anterior y la producción ha superado el millón de cajas que se distribuyen, mitad y mitad, dentro y fuera de las fronteras.
El crecimiento es fruto de una inversión visionaria. 450 millones se ha llevado la sala de embotellado con dos líneas de 12.000 y 6.000 botellas por hora.
En el centro, como un puente de mando, la quietud del laboratorio aislado tras los cristales, y aquí y allá, una ruidosa feria. Los corchos que ascienden enloquecidos en serpentinas espirales, las botellas que giran como caballitos de madera, los cascos rojos que insonorizan a los operarios, el acero que refleja la vorágine como un sueño de espejos deformantes...
Más allá de La Rioja
La nave de depósitos, aséptica y automatizada ha crecido para elaborar anualmente lo que el tiempo transforma en millón y medio de litros de Reservas y 600.000 de Grandes Reservas, en los 60.000 toneles de la nave de barricas.
Pero el variado catálogo no se agota en Rioja. Una plantación de 70 ha. de de Tinta fina crece junto a Quintana del Pidio para nutrir la nueva bodega en la D.O. Ribera del Duero. Y la División Jerez cuenta con dos bodegas históricas rebautizadas como Conde de los Andes y El Cuadro, donde se crían toda la gama de Jerez y Sanlúcar, desde la manzanilla y el fino a los brandies.
Para acercar este imperio a los aficionados nació el Club Vinoteca Paternina. A través de su boletín periódico, Matices, hace llegar a sus socios la información sobre novedades y la invitación a descubrir la casa. La visita, sin duda, tiene cita en una acogedora tienda y degustación que flanquea las instalaciónes de Haro.