- Redacción
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- 2000-05-01 00:00:00
Antes de que el vino y el penetrante aroma del roble nuevo se adueñaran del espacio, los muros recién restaurados exhibían otro arte, la pintura y su propia arquitectura. Porque la cultura y la belleza no son lo externo sino el sustento, el espíritu de una gran obra.
El nombre es Más de Bazán y nada en él es gratuito. Por un lado la continuidad del apellido de una bodega creada a mayor gloria del Albariño. Por otro, ese sencillo “más” que lo dice todo. Habla de una trayectoria ascendente e imparable. Habla de una búsqueda inquieta y exigente, alejada de lo lineal, de lo rutinario, a imagen y semejanza de su protagonista, Manuel Otero. Él es un empresario imaginativo, libre de frenos y de prejuicios, abierto a la innovación razonada y a la estética caprichosa. Y esa frescura es lo que ha aportado al mundo del vino, primero en sus dominios gallegos y ahora en este raro periplo que le llevó e descubrir y a revivir la que posiblemente sea la bodega mas original de este país.
Modernista y caprichosa
El edificio, restos de una industria textil, está datado en 1905. La herencia de Eiffel, las espigadas columnas de hierro, crean un interior diáfano, ligero y luminoso. La ornamentación vegetal, tan al gusto de la época y el estilo, deslumbra en cada rincón, es un regalo caprichoso para la frialdad de los metales o para el utilitarismo de las máquinas.
Manuel Otero llevaba tiempo buscando por el mundo una bodega de vinos tintos, una hermanita con la que completar la producción de los blancos gallegos. Escudriñó en Burdeos, desechó ofertas en Vancuver o en Santiago de Chile y, de repente, la visión de ese espacio mágico fue un flechazo.
Y lo más sorprendente es que el estudio de los técnicos fue revelando la perfecta concepción de una bodega eficaz, la estructura y los detalles más racionales, ingeniosos y avanzados. Así la profunda y costosa restauración ha sido respetuosa y detallista, conserva la forma y el espíritu. Los antiguos depósitos tras los azulejos se han revestido de resina, esconden serpentines interiores para el control de temperatura desde un ordenador central y se cubren discretamente con tapas y válvulas de acero inoxidable; pero el tamaño, distribución y orientación originales son inmejorables. Su posición en desnivel permite descargar y seleccionar las cuidadosas cajas con la vendimia en el piso superior y que la caída por gravedad haga el resto. La disposición en dos alas, hacia norte y sur, atempera la fermentación y la conservación. Incluso la antigua prensa, con aspecto de pieza de museo, una vez renovadas las maderas y con el mecanismo más delicado y actual, se conserva útil y eficaz en el centro de la instalación.
El equipo enológico, Francis García y Santiago Martínez, cargados de experiencia, avezados en la elaboración, señalan cada detalle como si aún no pudieran dar crédito a sus ojos. No. El amor no es ciego.
Como tampoco es ciega o injustificada la elección de Utiel-Requena. Se basa en un concienzudo análisis de las posibilidades de la uva autóctona -la Bobal- y de las condiciones de tierra y clima para desarrollar otras variedades. Y, más aún, invita a experimentar todo tipo de elaboraciones, desde la maceración carbónica a la fermentación en barrica y la crianza en distintos tipos de madera, o en puntillosas combinaciones de varias de ellas.
La obra personal
Buscan así vinos con personalidad y con nombre propio, sin el freno de la tradición o la rutina. Las primeras elaboraciones con Bobal, Garnacha y Tempranillo son rosados y tintos jóvenes, coloreados, carnosos, plenos de fruta y estructura. Pero la bodega tiene capacidad para elaborar diez mil hectolitros y la sala de barricas -que en la inauguración sirvió de sala de exposición para la bienal de pintura que convoca Agro de Bazán- se puebla a ritmo vertiginoso y anuncia crianzas más o menos prolongadas, un catálogo que cincelarán el tiempo y la experiencia.
Queda también para el próximo futuro la restauración de la alquería para adecuarla a hostelería rural.
Como gustan decir en la casa, ésto es una gran cocina, un proyecto meditado y hecho a conciencia, donde no se han escatimado medios ni regateado exigencias. Ahora, la calidad de los platos que de ella salgan es responsabilidad de los cocineros, de los artistas. Y así lo entienden ellos y su entusiasmo.