- Redacción
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- 2000-09-01 00:00:00
Nada se ha perdido del pasado. La casa se ha construido sobre la sólida profundidad de añejas bodegas, en Toro, en Cigales...
Pero ahora se sustenta en un mar de viña, en un talante vitalista y emprendedor y en la garantía de las barricas nuevas.
Predestinados. Estaban predestinados desde que el abuelo Frutos tuvo la ocurrencia de hacerse nacer en un pueblito tan monotemático que lleva por nombre Villavendimio.
De modo que cuando la familia se trasladó a Cigales, en su escueto ajuar viajaban tijeras de podar, talegas de mimbre para vendimiar y zarandas para separar el escobajo. Desde entonces, y a lo largo de cuatro generaciones, los Frutos Villar han cultivado y elaborado los rosados que afamaron la región, los graneles que regaron a diario la mesa. Y aún hoy.
Hoy Cigales está en fiestas y la bodega descansa, pero apenas alguien atisba la puerta entreabierta, se persona garrafa en mano: ¿Esta Jóse? Vengo a por una cántara de vino. Estamos secos... Y con la soltura de la costumbre se sirve del depósito en la oscuridad y hace el apunte de la deuda.
Es un contraste, una doble vida para esta bodega que ha situado sus modernos tintos en la cumbre de premios sin renegar de sus orígenes, de su talante popular, de la tradicional cueva de la que apenas asoma una puerta diminuta y esas raras chimeneas, las zerceras, para respirar sobre el montículo.
Ecos de ayer, voces de hoy
La cueva que fue la primitiva bodega es una de las más grandes en este pueblo minado. Poco a poco ha ido sumando a sus vecinas y hoy es un fresco laberinto de calados, cuestas y escaleras, con una típica
zona social presidida por una espectacular viga de prensa, refugio de merendolas y chuletadas, y otra zona reposada; depósitos de obra fechados en los 40, revestidos con modernas resinas y con capacidad para un millón de litros de vino.
Allí, al fondo de la escalera de entrada, el depósito 32, el más grande, con forma de quilla de navío, vio nacer a mediados de los 80 la primera experiencia de tinto.
Asi nació primero el Conde Asurez y, después, el Viña Calderona que ha supuesto para la bodega el mejor espaldarazo. Ese que tras un año de reposo en botella, maduro y en su punto, logró hacerse con el codiciado Bacchus Especial de Oro 2000, mientras su elaboración de la bodega de Toro recibió también un Bacchus de Plata.
la voz de la experiencia
Claro que, aunque la elaboración de tintos en Cigales fuera una innovación, la experiencia de esta firma era ya larga. En la Ribera del Duero adquirieron hace tiempo la mayoría de la Cooperativa de La Horra, rebautizada como Santa Eulalia, y después de una profunda reestructuración, elaboraron y criaron el Conde de Siruela en barrica.
Germán, el enólogo, forma parte de la casa, casi de la familia, desde hace veinte años, y es un puntal a la hora de asumir riesgos y disfrutar los éxitos. Y lo hace sin alharaca, con la sencillez y la tranquilidad de quien, simplemente, confía en su trabajo. Que no es poco, ya que ha de coordinar el de tres bodegas en otras tantas Denominaciones de Origen: Cigales, La Horra (Ribera) y Toro, y otra más en Villalpando con 80 ha. que proveen el Don Frutos, adscrito a la mención de Vinos de Castilla y León.
Y lo hace sustituyendo muchas veces medios por ingenio para cubrir una demanda creciente, como en el caso de Toro, donde la bodega en construcción está instalando la línea embotelladora y, hasta ahora, los Muruve -cuyo nombre evoca ganadería de alcurnia para estos Toros- se veían obligados a viajar hasta Cigales para vestirse.
También allí, en Toro, el proceso se ha repetido. Más de ochenta años ha cumplido ya su primitiva bodega, subterránea y en el centro de la villa, que obligaba a cortar la calle para cada movimiento. Ahora, la nueva se arropa con 104 ha. de viña propia recién plantada y en buena parte a pie franco, sin portainjerto, puesto que éste es uno de los escasos reductos ajenos a la amenaza de la filoxera. Por contra, en La Horra, los socios, cooperativistas de toda la vida, garantizan la provisión de uvas de cepas viejas, y en Cigales, las primitivas catorce hectáreas se han convertido en 120, prácticamente todas de Tinto Fino (Tempranillo) primorosamente conducido en espaldera y que cumplen ya entre diez y quince años, como las más antiguas de la zona.
La casa crece, la familia apuesta por la diversidad pero en cada D.O. imprime su personalidad y una exigencia de calidad que se aprecia en la copa.