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Champagne Krug LA DIVINIDAD ES INMUTABLE

  • Redacción
  • 2000-10-01 00:00:00

“Espíritu” es el término con que la casa define esa fuerza vital, inagotable y serena, que las finísimas burbujas insuflan a sus copas. Espíritu que es la leyenda viva y el esfuerzo diario de seis generaciones de una familia perfeccionista.

El sonoro apellido alemán llegó de Maguncia y se convirtió en sinónimo de Champagne desde 1843, cuando Johann Joseph Krug, hasta entonces asociado a la dirección de una reputada cava, decide fundar su propia casa, donde aplicar métodos y estilo personal. En solo tres años había obtenido la nacionalidad francesa y sus botellas surtían las mesas de Rio de Janeiro, Nueva York, San Petersburgo, Valparaíso o Amsterdam.
La bodega es un edificio noble y sobrio, en el centro de la villa. Es, como las cavas subterráneas, obra de su hijo Paul que le sucedió en 1866 y disfrutó una dorada época de vino y rosas. Después llegó la guerra, la clausura del goloso mercado ruso, la ley seca norteamericana y hasta los tiempos de prisión del nieto, Joseph. Será su esposa -las mujeres del Champagne son una larga saga- quien dé a luz una añada mítica por calidad y por literatura: 1915.
A la cuarta generación le correspondió paliar los desaguisados de la Segunda Guerra Mundial. Paul se enfrentó con unas raquíticas reservas de bodega, y, con la convicción de que la seguridad está en la tierra, fue reuniendo propiedades y plantando viñas en los mejores pagos de ese jardín que es La Champagne, en Aÿ y en Mesnil sur Oger. Hoy Krug es la bodega de Champagne que cuenta con el mayor viñedo propio.

La joya de la corona
En 1971 adquiere un terreno prodigioso, Clos du Mesnil. Era un huerto soleado en el corazón de la villa, cercado por muros desde 1698 . Un claro de menos de dos hectáreas que durante siglos perteneció al monasterio benedictino. Progresivamente Krug fue replantando cada parcelita con el mejor Chardonnay, y allí madura feliz, al abrigo de los vientos.
El resultado es tan excepcional que los Krug se permiten ser infieles a la filosofía de la casa y elaborar el Clos du Mesnil -en las añadas de condiciones climáticas perfectas- como vino único, sin ensamblar. Desde el 79, cuando el viñedo alcanzó su equilibrio, hasta la última cosecha que ha salido de sus bodegas, el 89, las 12.000 botellas que aproximadamente se producen, numeradas y preservadas en cajas de madera, son objeto de deseo de los exquisitos y, en palabras de algunos críticos, la mayor gloria de Champagne.
A través de las vicisitudes históricas, a despecho de avatares empresariales que les han llevado a integrarse en el grupo Rémy Martin, la firma preserva como reglas de oro el carácter familiar y el “gusto Krug”.
La “cuvee” es el último paso para acuñar el “gusto Krug”, el sabor siempre homogéneo e inconfundible de cada una de sus vitolas. Se trata de seleccionar la proporción exacta, la combinación aurea, de cada uno de los vinos que cada año comprondrán ese sabor. Y para ello no hay más instrumento que la nariz y el paladar de los catadores, de la familia reunida en una labor que conocen profundamente.

la fermentación en barrica
Los ingredientes de esa exigente combinación -Pinot Noire para dar cuerpo y alargar la vida, suave y frutal Meunier y la base blanca, delicada, elegante y fresca de la Chardonnay- son casi cincuenta vinos propios, procedentes de más de veinte pagos y fermentados y madurados en madera durante largos años: muchos superan los diez o son reservas históricas. Ésta es también una originalidad de la casa, la fermentación en barrica, algo que garantiza a sus vinos una sana longevidad. (La boda del príncipe Carlos y Diana se celebró en el 81 con un Krug del 69, y algún envidiable coleccionista se regodea aún con el mítico Krug del 28).
Pero la selección empieza mucho antes, en la cepa, en las podas estrictas, en la vendimia de la que se excluye cualquier racimo con defecto y cualquier grano marchito; en el prensado, donde, de 4.000 kilos de uva solo se extraen, con un suave abrazo, 2.500 litros de mosto, y que Krug sólo emplea los 2.000 primeros.
Hay que conocer las limitaciones del viñedo de esa Denominación que es Champagne, y recordar los precios de sus botellas, para interpretar en lo que vale la rigidez de una selección.
Aún más. Hay que valorar la labor manual que requiere fermentar esos mostos en barricas de apenas 205 litros y, más tarde, remover diariamente 35.000 botellas. Y guardarlas mas de seis años sin atender a la tentación de la demanda. Es la perfección quien marca el ritmo... Y aún dicen que el Champagne es caro.

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