- Redacción
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- 2000-11-01 00:00:00
De los abuelos, hasta donde queda memoria, llega la herencia de amor a la tierra, de conocimiento del terruño y sus secretos. Desde hace poco más de diez años esa sabiduría se encierra en sus barricas, en sus botellas.
Son las tantas de la madrugada y brilla la luna llena, la última antes de la vendimia. Félix Callejo regresa agotado de alguna feria de vino, con los últimas botellas de la muestra tintineando en el maletero, y el camino bordeado de viñas hasta los pinos del horizonte, el claroscuro en que intuye los racimos henchidos, ya le hace sentirse en casa. Al llegar, sin ruido, como un padre amoroso, va recorriendo sus dominios, se demora en los pasillos que forman las barricas, aldabonea con los nudillos para comprobar que siguen llenas, comprueba que no rezuman los corchos de las botellas, y, al apagar la luz, se despide con un silencioso “buenas noches”. Y sólo entonces se refugia, somnoliento, en su cama.
Al día siguiente repasará con sus hijos las novedades, porque esta bodega, a pesar de su capacidad para elaborar 700.000 kilos de uva, sigue siendo una empresa familiar y personal. José Félix, el hijo mayor, se encarga de la enología, mientras los pequeños estudian agrónomos, y Rebeca y Cristina alternan las tareas comerciales con las relaciones públicas fuera de casa y la gestión administrativa. Que no es poca, puesto que la empresa mantiene lo que durante generaciones fue la ocupación familiar, el comercio y la venta de de fitosanitarios, la compra de trigo y cereal.
Sotillo, cuna de vinos
Con ese conocimiento heredado, la viña cobra aquí la mayor importancia. Son 60 hectáreas en torno a la bodega, 20 de cepas viejas, que han cumplido entre 40 y 60 años, y el resto crecido a la par que el edificio, a finales de los años 80.
De esa bodega funcional salió en el 89 el primer vino embotellado y etiquetado con su firma. Pero en Sotillo de la Ribera, en el corazón de la Ribera del Duero, la vida de los 500 habitantes ha estado siempre rodeada por la viña y regada por el vino y, si bien en un tiempo se arrancaron cepas, lo cierto es que se trataba de las peores y de las variedades atípicas.
nacida para criar
Hoy la tinta fina, la reina de la Ribera, es dueña y señora del lugar. De ella sale incluso el capricho de un vino rosado bautizado Viña Pilar en honor de su esposa. Una pequeña producción a base del sangrado de la elaboración de tinto, con un día o dos de maceración pero con el consistente cuerpo de la variedad.
La sabia aportación de unas líneas de Cabernet Sauvignon es el secreto de la receta de elaboración de alguno de sus tintos, todos guardados para Crianza y Reserva o, al menos, para esa nueva concepción, indefinida, de unos cuatro meses de guarda, que se ha bautizado como media crianza, y cuando la añada los favorece, como Gran Reserva, puesto que la bodega se gestó con la filosofía de una alta calidad. Algo que ha recibido el refrendo de la crítica especializada e incluso la consideración de “Compra Maestra” para el Crianza 94 en la exigente revista de la OCU, la Organización de Consumidores y Usuarios.
el cuidado personal
Para ello, en las naves climatizadas reposan, apiladas en cinco alturas, 1.800 barricas de roble americano que se renuevan cada cuatro años.
Pero los detalles que cincelan la calidad empiezan mucho antes, en la uva y en la vendimia, que se realiza en tiempo record por la proximidad de las cepas a las tolvas, cuidando que los vehículos de transporte no apilen uva mas allá de 50 centímetros de altura, para que cada racimo, cada grano, llegue entero a la despalilladora. En la nave de elaboración, también climatizada, el control de fermentación se realiza regando la superficie de los depósitos, pues los Callejo han experimentado que los depósitos con camisa refrigerante no dan un resultado tan óptimo.
Es ese cuidado personal y esa agilidad para modificar temperaturas, procesos y tiempos en función de la materia prima y de sus reacciones, no del todo previsibles, lo que confiere personalidad a sus vinos. Y lo que permite que salgan al mercado en su punto a pesar de que las catas sucesivas reflejen que todavía mejoran con el tiempo. Algo que los expertos descubren en la viveza del color, en la permanencia frutal que no se deja vencer por la madera. Algo que los aficionados aprecian y definen como plenitud y equilibrio.