- Redacción
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- 2001-04-01 00:00:00
Con línea escueta, la muestra de la Tinta fina en tres vinos y el esplendor de pagos viejos, Fuentespina hace gala en Ribera de Duero de la madera de lider que Avelino Vegas reveló a lo largo de cincuenta años en los mostos o en Rueda.
A la hora de hacer un vino, lo difícil no es elaborarlo ni criarlo. En los tiempos que corren, en el devenir de la viticultura y la enología en este país, lo verdaderamente difícil sigue siendo dominar el tiempo en sus dos acepciones, el del reloj y el calendario y el de la meteorología.
Y decimos “de este país” porque otros lo tienen más resuelto. A los Vegas les brillan los ojillos recordando la visión de pagos de viña australianos donde la función de los tubos de regadío no se limita a proveer el agua precisa o la disolución de nutrientes y plaguicidas, sino que, cuando los sensores del ordenador factotum señalan amenaza de helada, hacen surgir, cada pocos metros, chorros de vapor de agua que crean sobre el viñedo una nube protectora, el dominio de la meteorología.
Más discutible resulta la práctica de “criar” el vino con la madera dentro, y no fuera, con el toque de las virutas en vez del abrazo de las barricas pero, sin duda, es una fórmula de controlar el tiempo, de reducir los años a instantes.
Mientras esos medios y esa libertad están en las antípodas, los Vegas investigan hacia el futuro pero hacen sus vinos al al modo clásico, es decir, seleccionando la materia prima y esperando que pasen por el vino los años de 365 días.
Muchos de esos han pasado desde que, allá por los 50, Avelino Vegas y su esposa, Isabel, construyeran su primera bodega, en la Segovia llana de Santiuste. Desde allí, primero en odres y luego en garrafas, proveían a las tabernas de la zona. Él, con un talante sociable y con la habilidad comercial que conserva, recorría caminos hacia sus clientes y hacia los proveedores, los pequeños cosecheros de la región. Ella, eficaz y ordenada, llevaba los cuadernos y las cuentas. Y le quedaba tiempo para criar tres hijos que son hoy los puntales de la bodega: José María, que desde la adolescencia trabaja al lado de su padre, se preparó concienzudamente como enólogo y director técnico, Fernando y su mujer, Ana, como responsables de la comercialización y de la imagen externa, y María Isabel, siguiendo los pasos de su madre, en la administración, bastante más compleja hoy que la que recogían aquellos primeros cuadernos.
De Rueda a La Ribera
Aquella primera bodega, con el embotellado y el culto a la uva Verdejo, se convirtió en puntera de Rueda, desde que en 1985 inaugura Cerrosol. Y la que ya era una gran empresa elige, lógicamente, para elaborar tintos a la vecina y prestigiosa Ribera de Duero.
Fuentespina se asienta en la villa que le da nombre, junto a Aranda, y es el resultado de la restauración y renovación de la cooperativa local. De ese modo cuenta con la producción de los cooperativistas, que se han sumado a la empresa con armas y bagajes, es decir, con 385 ha. de tinto fino (Tempranillo) y con cepas viejas, de más de 50 años, salpicadas aquí y allá, en majuelos, en obradas. Un puntal para la calidad.
De ellas sale el Pagos Viejos, un bien escaso porque esas cepas no producen mas de 10.000 kg. por ha., pero se transforman en un vino de alta expresión que ha cosechado medallas de oro en Burdeos, en Londres y en Montreal.
La renovación de la cooperativa empezó por los cimientos, por la incorporación de técnica puntera capaz de elaborar dos millones de litros, y de una nave de crianza con aire acondicionado en la que reposan dos mil barricas. Eso y la extensión del viñedo les permite investigar, experimentar conociendo los gustos y las tendencias de un mercado muy diferenciado, según países y culturas. José María está siempre abierto a nuevos proyectos, y la bodega cuenta con un equipo humano muy joven.
Después de un viaje vuelven cargados con las mejores botellas, se sientan a la mesa y las analizan, y de allí surgen ideas para nuevas líneas: un joven floral, una madera diferente, otro tiempo de maceración o de crianza... Ese serio juego es la ventaja que da la cantidad, la materia prima garantizada. Y lo que en solo cinco años de andadura los colocó en el segundo puesto de ventas de Ribera del Duero.
Contar con uva propia en esas cantidades les permite mantener precios competitivos y estables, sin los altibajos de las cosechas ni la presión de los cosecheros. Algo muy importante para una bodega que exporta mucho y a muchos países. Allí han aprendido a enfrentarse con mercados exigentes, donde cada nueva añada se cata antes de comprar y donde la competencia, sin prejuicios sobre países o zonas es un permanente reto y estímulo.