- Redacción
- •
- 2002-03-01 00:00:00
La comarca despide al Duero en su viaje a Portugal . El río se aleja de ese suelo pobre y de ese cielo avaro. En contraste son muchos los que llegan en busca de la tierra de promisión, de la mejor uva, del mejor vino. Otros ya estaban allí.
Algunos datos podrían avalar la teoría de que el primer vino que España exportó a América era de Toro. Uno es la ordenanza real que, desde el S XIV, prohibía en Sevilla y reinos vecinos la entrada de cualquier vino foráneo, excepto el de Toro. Otra es el propio nombre de la carabela que lo transportaba, La Pinta, nombre que puede aludir a una medida de capacidad que en tierras castellanas de Zamora y Toro se aplicaba al vino. Más aún, la estructura y la graduación de aquellos vinos históricos y legendarios les otorgaba pasaporte para viajar sin problemas, garantía de que llegarían en perfecto estado a su destino, por remoto que fuera.
La documentación vitivinícola de la comarca se remonta a tiempos anteriores a la llegada de los romanos; desde el S XII comenzó a exportar a otras zonas de la península y a otros países europeos, e incluso en el XIX regó las mesas francesas, mermada su producción propia por la filoxera.
Sin embargo hace pocos años esa continuidad histórica se tambaleaba. Apenas cuatro bodegas resistían el embate de la moda del momento, vinos ligeros de grado, delicados de color, vendimias adelantadas...
Los pioneros Sólo cuatro bodegas constituyeron en 1987 la Denominación de origen Toro defendiendo, contra viento y marea, el poderío y las posibilidades de la uva propia, la Tinta de Toro, una adaptación local de la Tempranillo.
Una de esas cuatro bodegas es Covitoro, sin duda la atalaya mas estable -por producción y viticultores asociados, por que ella sola elabora la tercera parte de todo el vino de la D.O- para contemplar el desembarco en Toro de muchas de las marcas y los profesionales más destacados -deslumbrantes- de la enología nacional. Son más de veinticinco las que se han instalado en los últimos tres años, llegan de La Rioja, de La Ribera en busca de la tierra prometida; pero la veteranía es un grado... o dos si se refiere al vino.
Covitoro ha reunido, desde su creación en 1974 unas 1.000 has. de viñedo: 400 de ellas han cumplido más de 50 años, 350 se plantaron hace treinta, y un buen puñado eran herencia del pasado, centenarias o con una media de 80 años.
LA CUBA 219 No ha resultado difícil, pues, seleccionar las mejores para una elaboración de viñas viejas nacida en la última vendimia. Una gestación que pone brillo en los ojillos de sus artífices, que transmite un cierto temblor tímido, emocionado, en las manos de un enólogo curtido, como Pascual Ruiz, cuando regresa al laboratorio, a la cata, con las copas llenas, con los dedos teñidos de la cuba 219, la reina de la casa.
Se extasía controlando el equilibrio entre acidez y grado, el color pleno, el cuerpo, las maneras que apunta cuando aún no ha terminado la lenta fermentación maloláctica. “No hay prisa. Este vino merece y tendrá su tiempo”. Nuria Peña levanta la vista del microscopio, y entre la humildad y el orgullo escucha hablar de esas viñas que son su obra, que ha cuidado desde la poda a la vendimia. Quizá no consiga transmitir esa pasión, ese amor a cada uno de los 225 pequeños viticultores que reúne la casa, pero al final, al analizar cada muestra de cada remolque, el refractómetro en su mano es el que manda. Y el precio es un estímulo tentador para mejorar y seleccionar calidad, para extraer lo mejor de esa tierra pedregosa y dura, la imposible de la media docena de pueblos a la redonda, la que no servía para cereal o hierba y, sin embargo, la mejor nodriza para la buena cepa.
De uno de esos pueblos, de San Román, llegó el director, Gonzalo García; de Rueda, la otra cabeza empresarial, Pedro Antonio López. Ambos, con una larga experiencia fuera, una larga añoranza que les hace poner toda la esperanza en sus vinos, los Cermeño. Solo ellos y sus paisanos saben que esa palabra define una pera pequeña y perfumada que sólo crece allí. Hace tiempo que es también un tinto joven y un rosado; y ahora, después de una generosa inversión en 800 barricas, es también un crianza. Por ahí y por los Reserva Marqués de la Villa va el futuro. La historia interminable.