- Redacción
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- 2002-06-01 00:00:00
Desde que acabó los estudios, Víctor Manuel se encarga de la bodega de La Horra. Sigue las huellas de Goyo, el enólogo de la firma, y los principios de estos bodegueros seculares que son los Villar: el vino es un bien social; debe ser bueno, no elitista.
Suele ser común en Francia tropezarse por las rutas vitivinícolas con los artilugios portátiles más diversos, con depósitos refrigerados para el mosto, con despalilladoras... Sin embargo aquí el desplazamiento de la descomunal embotelladora de los Frutos Villar de la Ceca a la Meca suponía todo un espectáculo. Su Ceca y su Meca son al menos dos de sus cuatro bodegas castellanas, porque mientras las más grandes, la fundadora de Toro y la triunfadora de los rosados de Cigales, disponen de equipamiento estable y completo, ésta de La Horra, la de los vinos de Ribera del Duero, se va acomodando a las necesidades poco a poco.
Fue bodega cooperativa desde los años 50 y una avanzadilla, pues fue la primera de la zona en criar en madera. Pero como tantas de sus congéneres, había caído en la rutina por falta de inversión, de renovación y de mantenimiento. Más aún, por falta de nuevo empuje. Éste llegó de manos de una marca y una empresa familiar reconocidas en la región desde hace un siglo. Los Villar compraron en 1988 la mayor parte de la propiedad, el 84%. Pero con la sabiduría que da la experiencia, preservaron el resto en manos de algunos socios cooperativistas, de los viticultores propietarios de las viñas más antiguas y mejor cuidadas, capaces de garantizar la provisión de las mejores uvas en cada vendimia. Se aseguraban así una estabilidad de cantidad y precio que los ponía a cubierto de la competencia y de la locura especulativa de esta zona en auge.
Esos 50 cooperativistas reúnen 160 has. de viña vieja que nutren la elaboración de unos 600.000 litros anuales, frente al millón de litros que salen de Cigales o de Toro, de uvas propias como las 100 has. que allí plantaron con el mismo fin, el de evitar fluctuaciones de calidad y precio.
Es su bodega más pequeña pero, por el prestigio de la D.O., la niña más mimada y rica. La reestructuración pasó por sustituir los depósitos de cemento por otros de acero y control de fermentación. Por investigar, con la Universidad de Valladolid, aromas, levaduras, crianzas,
EL SELLO DE LA CASA Así ha crecido la sala de barricas, bajo un cerrillo que asegura la temperatura conveniente y constante una vez resueltos los problemas de aislamiento y humedad. El cuidado es exquisito porque aquí se imprime el sello de la casa. Incluso los vinos llamados jóvenes reciben la caricia de la madera nueva durante algunos meses. En una perfecta simbiosis se domestican a la vez que envinan los toneles, el 25% que se estrenan cada año para así sustituir completamente el parque cada cuatro.
El tiempo de vida útil está estudiado a conciencia, tanto como el punto de tostado del roble -ligero a medio- y el grano
-fino- para que el proceso de oxidación y la contrapartida posterior en el botellero se realice lentamente, respetando el carácter frutal y la potencia de la uva, de la Tinta Fina, la Tempranillo local.
No se hacen distingos con las dos marcas, el Riberal y el Conde de Siruela: la misma variedad de uva, el mismo roble francés (30%), el mismo tiempo, el que pida el vino para crianza o para reserva. Las diferencias en la copa solo reflejan sus pagos de origen y, quizá, la plantación en vaso o en espaldera. No distinguen calidad, que es siempre la más alta, sino gustos, preferencias, terrenos más secos y aromáticos, vertientes más o menos soleadas...
Esa es la ventaja de disponer de otra bodega para Vino de la Tierra y Vinos de Mesa, el lagar que se encuentra en la sede central de la empresa, en una espléndida nave de más de 6.000 metros, en Valladolid. Allí trabajan codo con codo las tres ramas familiares, la cuarta generación de bodegueros: Carlos en la gerencia, José Manuel en la técnica de campo y bodegas y Daniel en el desarrollo comercial. Se vanaglorian de haber recibido de la generación anterior la solidez de un negocio y una imagen y se esfuerzan en repulirla con investigación permanente y honradez. Sin prisas, sin lanzamientos espectaculares, sino más bien preservando día a día la política secular y duradera de la casa: aquilatar calidad y precio.