- Redacción
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- 2002-09-01 00:00:00
Cinco generaciones se han sucedido al cuidado de estos vinos desde que, como pioneros, se bautizaron como Protos y como Ribera del Duero. Hoy aún conviven tres, unos en la dirección y, los más jóvenes, los futuros enólogos, en prácticas de verano.
cooperativa vitivinícola es un término que a menudo, en este país, sugiere vino básico, inclasificado y agricultores tacaños de boina calada para que preserve las escasas ideas que bullen bajo ella. Es una visión clasista y trasnochada aunque, por desgracia, bastante exacta, pero sobre todo olvida la génesis del movimiento cooperativista. Las asociaciones de agricultores nacieron como una respuesta revolucionaria, progresista, frente a los abusos de poder de los compradores. Y en el caso de Protos surgió de la mano de once viticultores cultos, preparados, capaces de bautizar en griego su vino, su primer vino, y el primero de estas características en Peñafiel y en la zona . Protos significa el primero, la avanzadilla, y así era en la fecha en que el grupo y su obra vieron la luz, en marzo de 1927.
Ahora la uva que nutre ese enorme vientre de la tierra, bajo las raíces del castillo, procede de 270 socios, y la bodega primitiva ha quedado para elaboración, mientras que la crianza se prolonga en otra que se ha unido en Peñafiel, y una más en Anguix. Y el futuro pasa por una ampliación de obra nueva en un terreno frente al cerro del castillo.
El impresionante y a la vez grácil edificio proyecta su sombra protectora sobre la firma histórica, más protectora aún desde que se convirtió en Museo del Vino, en buena medida gracias al apoyo entusiasta y económico de Protos. En ese sentido los más de 15 millones de pesetas que la bodega aportó al proyecto fueron un ejemplo para otras bodegas vecinas, y gracias a eso el Castillo de Peñafiel se ha convertido en un magnífico escaparate didáctico y vivo de los vinos de la región.
La veneración y el respeto a ese hito y su entorno ha hecho que la reciente ampliación de la bodega emblemática haya quedado púdicamente cubierta de tierra y vegetación, de modo que solo asoma la fachada como una boca del monte. Detrás se esconde un desmonte que represa la tierra con un muro de cemento de más de 30 metros de altura más otros tantos subterráneos, una excavación de amplios túneles y galerías a lo largo de más de 1.500 metros, con depósitos subterráneos de obra y resina epoxi de 38.000 a 50.000 litros, con depósitos de acero y temperatura controlada, y un parque de casi ocho mil barricas de roble americano y algunas de francés. Un territorio que mantiene inmutable de forma natural la temperatura ideal, 12º al 75% de humedad, aún a lo largo de los años más crudos.
La calificación de “emblemática” no es exagerada ni gratuita. Son los más antiguos embotelladores de Castilla-León, y su registro empresarial lleva el número 42 de toda España. Estrenaron actividad en 1927 y dos años después ya acudían a la Exposición Universal de Barcelona donde su vino regresó vestido con una Medalla de Oro. Celebran, pues, su 75 aniversario, y lo hacen por todo lo alto, reuniendo casi 500 comensales entre socios y acompañantes, en una entrañable reunión en el monasterio de San Bernardo, la vecina sede de la exposición itinerante Las Edades del Hombre.
Sin embargo, a pesar de la cifra numerosa, esos socios no cubren más de un tercio de la producción de la bodega, la más grande de la región, capaz de procesar 4,5 millones de kilos de uva cada vendimia y de sacar unos tres millones de botellas. El resto se nutre, a partes iguales, de las 100 has. de viña propia de la sociedad y de compras a otros viticultores donde, como es de suponer, eligen las cepas más antiguas y las manos más cuidadosas. Carlos Guzmán, el enólogo, dirige en vendimia un equipo técnico que se multiplica para esa selección. La segunda afecta tanto a las uvas de socios como de terceros y se realiza en una cinta móvil bajo la mirada y la habilidad de un buen puñado de estrictas seleccionadoras. Tinta fina y algo de Merlot componen sus marcas unificadas, Protos y la que fue Ribera de Duero (ahora cedida generosamente a la D.O.), que llegan a 31 países de los cinco continentes. Todos pasan por madera, al menos una media crianza y siguen siendo prototipo del sabor de la Ribera.