- Redacción
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- 2002-12-01 00:00:00
La obra pasó por desviar cinco arroyos para que las cavas subterráneas se aislaran de cualquier humedad. Es un proyecto faraónico, impresionante, pero se sustenta en un sueño romántico, tan entrañable y sensual como su vino. s la orilla del río, la Ribera del Duero. El corazón de una tierra convertida en mítica por el sabor de sus copas. Hasta allí mismo, hasta la grava y los chopos que siluetean el agua, han crecido desde el año 87 nuevas cepas del reino de Alejandro Fernández, un hombre y un nombre punteros en el prestigio de la zona, desde que su Pesquera encumbró la fama de la Denominación por todos los rincones del globo.
Con el empuje de esa fama, y con la incontestable excusa de la imposibilidad de cubrir la demanda de Pesquera, nació Condado de Haza. El terreno, uno de los mas codiciados de la zona, reúne más de trescientas parcelas minúsculas que eran, a la vez, la niña de los ojos y el quebradero de cabeza de casi trescientos pequeños propietarios. Con tenacidad, con obstinación y con esa zorrería castellana que si fuera francesa se llamaría “savoir faire”, Alejandro fue reuniendo el rompecabezas hasta convertirlo en un viñedo ejemplar, el que hoy, ya en plena producción, rodea a modo de château la casa bodega, sólida y monumental. Las cepas se reparten en pagos muy distintos pero idénticos en la baja productividad, la bendición del duro clima y la expresividad de la tierra. Pagos de La Valera, Los Frailes, El Castillo, Santa Cruz..., 200 hectáreas circundantes y otras 50 un poco más alejadas. Prácticamente todo es de nueva plantación, aunque después de diez o doce años está en un momento óptimo de calidad y producción. Sólo se conservaron 10 has. de mimada viña vieja cuyo néctar se incorpora como exquisito complemento a algunas elaboraciones.
Desde los ventanales del despacho y del comedor la vista se distrae por las líneas del viñedo, ahora tristón. Tras la vendimia se recrea en la pulcritud blanquecina de la tierra, y solo se refrena ante la hilera de chopos que con su deslumbrante amarillo anuncia el final del otoño.
un canto a la tradición En los porches de piedra dorada y grisácea crece una interesante colección de aperos de labranza que son un canto al recuerdo, a los tiempos en que Alejandro ingeniaba y comercializaba maquinaria agrícola, antes de que empezara a elaborar sus vinos. Como piezas curiosas, se conserva una aventadora de madera con su marca, “La Pesquerana”, y un carricoche de servicio regular, de los años 30, que luce la publicidad de la empresa.
Condado de Haza es un canto a esa tradición. Los materiales de construcción son antigüedades recicladas, desde la piedra de los muros, las tejas o los detalles de decoración del gran comedor diseñado y vestido para acoger en confortables almuerzos a grupos de visitantes. Allí las gigantescas chimeneas enfrentadas son la recuperación de piedras centenarias talladas en su día para balcones, y el hermoso horno se ha construido a la usanza antigua, de modo que cuando el barro de la bóveda se torna blanco por la temperatura se convierte en una atracción. Después, ya en la mesa, vestida con elegantes manteles y servicio, la atención se concentrará en los asados típicos de la tierra, los reyes del menú, y aún más en la copa, en el rojo potente, limpio, tentador del Condado de Haza.
En esta empresa realmente familiar, donde sus cuatro hijas se reparten todas las tareas, Haza es el castillo y la responsabilidad de Olga, aunque tanto aquí como en cualquiera de las cuatro bodegas del imperio- Pesquera, El Vínculo, Dehesa La Granja, lo que toca a elaboración y cuidado de los vinos es la labor directa de Alejandro junto a la hija menor, la enóloga, Eva.
Su filosofía para construir cada vino es, simplemente, hacerlo de forma natural, respetar la uva, la tierra y la tradición. Como prueba, en la nave de elaboración los depósitos no tienen camisa de refrigeración sino que, cuando es menester, una simple manguera y una cortina de agua controlan la temperatura de fermentación.
Para facilitar el trabajo y perfeccionar los vinos se diseñó la estructura de esta bodega horadando un cerro para que la descarga de vendimia y el trasvase de los mostos y vinos se efectúe por gravedad, y para que las naves de crianza donde duermen 3.000 barricas nuevas, y el botellero, en un túnel de 200 m. de longitud excavado a casi 30 m. bajo el viñedo mantengan naturalmente las condiciones de temperatura y humedad ideales para la conservación del vino.
Con la etiqueta de Condado de Haza salen anualmente unas 300.000 botellas, y cada una es una exhibición de la fuerza de esta tierra y de la Tinta del País -la Tempranillo- una evocación sutil de roble y un derroche de la sabiduría y experiencia de su autor.