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El tiempo parece detenido en la plaza del reloj, en la placidez de la piedra y el jardín, en el ritmo de la viña y las barricas... pero no hay que dejarse engañar
Cada visita a Marqués de Riscal es un descubrimiento. Todo parecía ultimado cuando Frank Gehry dio el visto bueno a su obra, cuando se abrieron las puertas del hotel, que ha sido elegido por los lectores de Traveler como el mejor fuera de ciudad, cuando las piscinas del balneario empezaron a reflejar el cielo y las viñas, cuando la terraza envuelta en milagrosas lazadas de titanio multicolor se convirtió en el más privilegiado mirador sobre la piedra medieval y el campanario de Elciego... Pero desde entonces se ha restaurado, vestido y está en pleno funcionamiento una de las bodegas primitivas, precisamente la más coqueta, la más afrancesada, con sus maderas, sus puertas, sus contraventanas y los flejes de los tinos de rabioso rojo que alegra la Plaza del Reloj. Se ha dedicado a nave de barricas y de fermentación maloláctica de los vinos más mimados, y en vendimia su porche da sombra a la mesa de selección de uva más exigente.