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Casajús, vinos de viticultura

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  • Redacción
  • 2018-07-09 00:00:00

Los cambios que se han producido en el mundo del vino en la época actual –la estructura empresarial de grupos, la incorporación del capital venido de diferentes sectores, desde el arte al fútbol, al movimiento inmobiliario de los tiempos dorados, etc.– habían hecho olvidar que el vino es el fruto del campo y de su gente. La amirable vocación de José Alberto Calvo Casajús nos lo recuerda.


D ice el refrán que "con pan y vino se anda el camino". Hoy puede parecer un equipaje demasiado básico, pero la andadura de la Bodega Casajús en Ribera del Duero, en el pequeño pueblo de sus antepasados, Quintana del Pidio, lo reproduce paso a paso. Leonor y José Alberto, que en otro tiempo fue el presidente de la Cooperativa, acaban de celebrar el 25 aniversario de su bodega con un nuevo vino, Finca Doña Len, dedicado a Leonor. Fue el momento de abrir el telón de la ampliación, dos naves flamantes que aún están vacias, preparadas para lo que será su contenido: depósitos, botelleros, barricas y sobre todo la uva en la próxima –ya muy próxima– vendimia. Porque para José Alberto, la uva es lo primero. La viña ha sido el paisaje de su infancia, su escuela familiar generación tras generación, su afición de cada día. Hoy es su oficio y su vida. Y eso es lo que reflejan sus vinos: el terruño, que es la combinación de la naturaleza privilegiada de este entorno y la mano cuidadosa y amante que quiere preservarla y lucirla en toda su pureza. Extraer sus virtudes y hacerlas crecer y durar dentro de una botella. Nada más. Nada menos.


Desde las raíces
El edificio es una continuidad del estilo rústico de la casa primitiva, la que construyeron con valor y esfuerzo hace un cuarto de siglo en el terreno donde habían soñado su propia casa. Fue una decisión dura, como difícil fue para José Alberto dejar su oficio, la panadería local para dedicarse de pleno a sus sueños, a lo que ya llenaba sus horas libres: el campo, la viña propia y la de los familiares que, por edad, por imposibilidad, la estaban abandonando. Del pan al vino, tal como rememora la alegoría en la vidriera que preside la entrada de la bodega: espigas y racimos. Al otro lado del pueblo se amontonan las bodegas viejas, en un alto bien ventilado, alfombrado de maleza y tomillos primaverales y con buenas vistas. Un otero en el que asoman zarceras que son esos respiraderos de las bodegas en las que cada casa elaboraba sus uvas. En la superficie conviven piedras ruinosas y fachadas recién restauradas. La de Leonor y José Alberto es ahora su próximo proyecto, su niña mimada que ponen en pie piedra a piedra.


"Soy de pocos ingredientes"
La otra niña mimada, la más, es la viña. Y no es fácil porque en el pueblo son terrenos pequeños, producto de herencias y divisiones seculares, de modo que José Alberto tiene que recorrer todo el contorno, subir y bajar cerros entre pinos y carrascas, donde recolecta para experiencias Syrah, gloriosa Garnacha centenaria, Bobal... y por supuesto la reina de la zona, la Tempranillo, de la que salen 100.000 botellas. Y aunque la nueva bodega tiene aspecto de crecedera, no quieren más, solo las de uva propia y las que pueden cuidar.   
El resultado son vinos de los que solo el rosado no pasa por roble. Espléndidas barricas de 500 litros, muy técnicas, que sirven para fermentar la pasta o para hacer la fermentación maloláctica sin más que un calentador de pecera. Pocos ingredientes, solo lo imprescindible: que la uva llegue a bodega en tiempo mínimo, que las barricas giren fácilmente, a mano, para sustituir el primer vino –NIC, dedicado a su hijos Nicolás y Catalina– por la novedad que no se atreven a calificar de más femenino, Finca Doña Len, a base de nieve carbónica en la elaboración, un prodigio de delicadeza. Aun así, con su sencillez y honradez pasmosa, con esos vinos cuidados y personales en el sentido más estricto, no presumen de que su NIC recibiera 97 puntos en la Guía Parker en un año aciago para la Ribera del Duero. Pero ahí están las pruebas. Año tras año.

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