- Ana Lorente
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- 2019-02-28 00:00:00
Doble sorpresa: al coronar el collado, la vanguardista arquitectura de la bodega abrazada por la viña; y en la copa, en el mercado, la añada 2005, antes de que naciera la propia D.O. Arlanza.
Sorprendente, esa sería la primera descripción. Allí, en medio del adusto paisaje invernal de Castilla, de los infinitos campos de cereal pelados y mas allá del rosario de pueblos dormidos, la bodega, sus líneas rectas, sus tonos de tierra roja, son como un símbolo que enaltece esa serenidad. Es obra de Mariano Cobo, un famoso arquitecto de la vecindad, de Palencia, que captó milagrosamente el sueño estético del propietario y las exigencias profesionales de la dirección técnica. Por un lado, la adaptación al medio, al entorno, para que una obra de esa envergadura armonizara con el paisaje. Por otro, la adaptación a su función, a la obra del vino. Y para eso había que diseñar cada paso de su elaboración y guarda, los detalles de su movimientos, que se resolvieron, en el exterior, con la proximidad del viñedo y en el interior con una estricta conducción por gravedad. Parece fácil: la uva llega a la sala de elaboración, se selecciona y se deposita en ese tanque volador llamado OVI. A través de un puente grúa, el OVI lleva su preciada carga al tanque correspondiente para que macere y posteriomente fermente. Y cuando ha concluido, sin prisa, el vino viaja por su propio peso hasta la sala de barricas. De allí, pasado muuuucho tiempo y trasiegas, acudirá del mismo modo a la sala de embotellado. Parece fácil.
Tiempo al tiempo
Abel Buezo, burgalés aunque no oriundo, había pasado su vida soñando con hacer su vino. Es verdad que en esta zona la herencia vitícola casi había desaparecido asolada por el cereal, pero a poco que uno se fije, en cada pueblo asoman del suelo, indiscretos, cientos de zarceras, respiraderos de antiguas bodegas subterráneas, las que por siglos amamantaron con su calor y su dicha cada casa, cada familia. Y esa memoria de infancia y de leyenda es la que ha puesto en pie este activo empresario. En los últimos días del siglo XX compró la magnífica finca en Valdeazadón, en la frontera de la D.O., y comenzó a plantar 50 hectáreas de viña en una zona atlántica con fuerte influencia continental por las temperaturas extremas a 860 metros de altitud, factores que provocan grandes oscilaciones térmicas e inciden positivamente en el carácter de sus vinos. Y comenzó también a experimentar en otros lagares el vino deseado y, entre 2004 y 2008, a levantar la bodega como un castillo de sueño. Alta, ancha, crecedera, cómoda, pulcra, eficaz y bella. Asomada al paisaje y abierta a la luz. Y a la vez recóndita, con rincones tan personales, tan caprichosos como la biblioteca donde cohabitan en obras literarias y en ilustraciones irrepetibles sus dos pasiones, el vino y el arte.
El pasado ya está aquí
En la sala de elaboración conviven depósitos de acero para fermentación alcohólica y de roble, ensamblados in situ por toneleros franceses, para la maloláctica. Todos troncocónicos para favorecer las maceraciones, las largas extracciones, para que el sombrero caiga por su peso... El fin es poner todo el valor en la uva, en esas cepas que han cumplido 18 años y hay que moderar su vigor o en los proyectos de I+D, como la adaptación de diferentes variedades o las pruebas en un vino blanco fermentado en barrica. Y el trabajo, casi arqueología, en otros majuelos antiguos de 90 años de la zona que recuperan para experiencias de vinificación integral y elaboraciones tradicionales. En definitiva, a pesar de su juventud nos encontramos con un proyecto ya real, consolidado y con gran proyección.
En la inmensa sala de barricas, a una sola altura, duermen los vinos durante al menos 16 meses en el silencio y la penumbra, con la atmósfera y toda la energía de la bodega controlada de forma ecológica, a base de marquesinas de paneles solares que cubren el aparcamiento. Ese funcionamiento es el orgullo del equipo: del enólogo, Fernando López Arce, y del factótum, Miguel Corral, que es quien pasea los vinos por el mundo, quien predica la buena nueva.
Es una hermosura contemplar desde la cristalera del coqueto restaurante las estaciones de la vid, los espléndidos cielos, las labores del campo de la cuadrilla dirigida por Mariano González y reparar en que todos los procesos son controlados desde la propia bodega de principio a fin. Y toda esta dedicación se centra en sus cuatro vinos, típicos de Tempranillo y atípicos de Merlot, Cabernet Sauvignon, Petit Verdot... o el exclusivo Nattan. Experiencias potentes que tienen mucho que decir. Bienvenidos.
Bodegas Buezo
Paraje Valdeazadón
09228 Mahamud (Burgos)
Tel. 947 616 899