- Ana Lorente
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- 2019-07-12 00:00:00
Quercus Albus, la encina blanca, es un doble homenaje de la bodega: a su tierra, que los árabes bautizaron así –Alburquerque– y al roble (quercus), que es la cuna de tantos grandes vinos.
Dehesa, encinar, algunos toros y vacas tras los cercados. Cerdos no, aunque este es su elemento, o más bien su alimento preferido, pero es que este fin de primavera, cuando ya aprieta el calor, no es la época de engorde. El paisaje se extiende así por kilómetros de caminos hasta el horizonte, hasta Portugal. Estamos en la frontera. En un alto, las cigüeñas empujan a sus vástagos desde los nidos a hacer las primeras pruebas en el aire. Tan torpes y tan majestuosas a la vez. Y al lado, una casa acogedora presidida por una enorme encina que descansa sus robustos brazos en el porche. José Rivero, el bodeguero, la mira con arrobo, con mimo, como en la viña arranca una hoja aquí o ata con cuidado una rama que se ha soltado de la espaldera. No se le escapa nada, mientras Esther Gamero, la enóloga, rebusca entre los pámpanos y las hojas la alegría de un racimo que apunta. Un bien escaso.
El vino de siempre
Al pie de la bodega, entre la hierba ya dorada, aflora una gran lasca de piedra gris. En torno tiene tallado un surco y en la orilla más baja un hondón perfectamente rectangular. Es un lagar rupestre de los muchos que menudean por la zona, más de 200 en el término municipal de Alburquerque. Un apoyo para prensar la uva en medio de la viña y recoger en la poza el mosto antes de conducirlo al edificio donde fermentaría. Y todo en la primitiva época romana, y se prolongó hasta ser el viñedo mas extenso en el siglo XV.
Lo más sorprendente es que en el entorno, desde tiempo inmemorial, desapareció la viña. ¿O no? José, emprendedor y curioso, dedicado con éxito a la energía solar desde que despuntó esa tecnología hace más de 35 años, compró esta finca ganadera y, por la memoria de sus antepasados, plantó viña hasta llegar a las 32 variedades identificadas hoy. Después de pruebas y errores la puso en manos de una profesional, Esther Gamero, nacida aquí. El tándem está dando los mejores frutos, nunca mejor dicho, con la recuperación de variedades olvidadas o incluso desconocidas. Una ardua labor de arquelogía genética, de recuperación de variedades autóctonas, conjuntamente con IMIDRA (el Instituto de Investigación y Desarrollo Agrario) y el CICYTEX de la Junta de Extremadura.
La viña de donde proceden esas joyas dignas de estudio es prefiloxérica, con más de 150 años, encantadora, pero una mezcla caótica de árboles y cepas que en seis hectáreas no dan más de 3.500 kilos de uva: las que aquí llaman Balsa Blanca y Tinta, que vienen a ser la protuguesa Folgaçao o la Bruñal, o Bastardo Negra y Blanca que se creía que eran canarias, pero todas muy diferentes a las que hoy venden los viveros. Y Zurieles, y Hebén hembra, más similar a las primitivas variedades sirias... y otras sin nombre.
El futuro
Con esos mimbres y con la viña experimental de 2007, se inauguró la bodega hace tres años, respetuosa y tan personal que no cabe en ninguna D.O. La única alimentada en exclusiva por energía solar, nutrida y repulida por un rebaño de ovejas y sin más enemigos que los golosos pájaros que campan a sus anchas.
De ahí salió el primer blanco extremeño que cosechó una Medalla de Oro internacional, nada menos que en el Challenge de Burdeos, galardón que revalidó con la añada 2017, cuando también consiguió un Oro el Verdejo, bien diferente al de Rueda, y una plata el Espumoso. Así hasta 29 premios en diferentes concursos con un catálogo caprichoso en el que podemos encontrar un blanco elaborado con 19 uvas diferentes o un tinto con nueve, en ambos casos con algunas variedades únicas en el panorama vitícola. O ese espumoso tan original elaborado con el mismo vino base que el blanco, con sus 19 variedades, entre las que encontramos Chardonnay, Zurieles, Folgaçao, Bastardo Blanco o Alarije. O el tinto con Merlot, Petit Verdot, Syrah, Tempranillo, Alfrocheiro o Bastardo Negro que nacen en este clima atlántico entre 400 y 550 metros de altitud, mecidos por los vientos que llegan de Marvao, los montes portugueses que se contemplan desde la terraza.
La vendimia manual, los mejores robles en la sala de guarda y, aún más, los depósitos de 50 litros para microfermentaciones dan idea de la filosofía de la bodega: la investigación y a la vez la búsqueda del placer, de la excelencia. Sin duda, dará mucho que hablar.
Bodega Encina Blanca de Alburquerque
www.encinablancadealburquerque.com
Ctra. EX-302, Km. 8,3
06510 Alburquerque (Badajoz)
679 807 326
Mail: bodega@encinablanca.com
Facebook: @BodegaEncinaBlanca