- Antonio Candelas
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- 2021-02-01 00:00:00
Bodegas Francisco Casas es un ejemplo de valiente e impecable evolución en un lugar tan apasionante como es la D.O. Toro. La lucidez y el aplomo de sus cuatro generaciones dedicadas al vino marcan la diferencia, la tierra se encarga del resto.
El negocio de la familia Casas ligado al vino echó a andar en Navalcarnero (Madrid) allá por 1918. El bisabuelo Vicente comenzó su particular aventura comercializando graneles en la sierra madrileña. El espíritu viajero de la saga y unas ventas prósperas hicieron que con los años se fueran abriendo nuevos mercados hacia el noroeste del país, hecho que aprovecharon las siguientes generaciones para asentarse a mediados de los sesenta con bodega propia en en el municipio zamorano de Morales de Toro. Hoy, 55 años después, las instalaciones mantienen el sabor de la arquitectura bodeguera de la época. Un edificio sobrio, alto y luminoso, en cuya cubierta unas curiosas y funcionales cerchas imprimen un innegable carácter a la construcción que da cobijo a 81 impecables y cotizadas tinajas de hormigón dispuestas en dos alturas (55 aéreas de 16.000 litros y 26 subterráneas de 25.000 litros que utilizan para la fermentación maloláctica) para evitar así trabajos innecesarios que dañen la calidad del vino. Allí lidera el impulso de la bodega la cuarta generación de la familia, representada por Eduardo Casas, al que acompaña el enólogo formado en Burdeos y con experiencia en Chile Jesús García. Ambos se saben privilegiados por poder crear vinos en aquel lugar donde la viña lo único que pide es expresarse con libertad.
Fe ciega en el viticultor
El buen aventurero requiere siempre de la compañía de un leal escudero que le proporcione la seguridad necesaria para afrontar las dificultades del camino. En la familia Casas lo han tenido siempre claro: su mejor aliado para lograr vinos a la altura del patrimonio vitícola de Toro es el viticultor. Desde sus comienzos han fiado la calidad de sus uvas al que mejor conoce la tierra toresana. Hace falta tanta pericia como humildad para ceder esa enorme responsabilidad al viticultor, pero parten con una ventaja que no tiene precio: allí, el hombre de viña goza de una sensibilidad especial para cuidar la vid. Es una persona experimentada, profesional y comprometida con una forma de trabajar que únicamente busca el equilibrio de la planta. Esta doctrina no solo garantiza la calidad de la próxima cosecha, es una inversión que mira con inteligencia hacia el futuro. Con compañeros de viaje así no es difícil salir victoriosos de cualquier aventura, por complicada que pueda parecer.
Genuinos y originales
A veces, el vino de una bodega adquiere tal fama que su nombre hace sombra a la firma que le da vida. Algo así sucedió con la gama de vinos Camparrón, que nació en los setenta con la ayuda de otro aventurero de la familia, el tío Justo, que trabajaba en Jerez y fue quien consiguió las barricas para su crianza. La buena acogida del público hizo de él un vino de excelente relación calidad-precio que hoy sigue convenciendo por preservar el poderoso carácter de la zona. Para ejemplo, Camparrón Crianza, un vino que destaca por su magnífico equilibrio entre la frescura, los sabores de la Tinta de Toro y una estructura muy bien trazada.
Pero el futuro de este proyecto con solera está llamado a que lo lideren dos elaboraciones de Tinta de Toro mimadas hasta el extremo para sacar brillo a una tierra espléndida. Podríamos decir, siguiendo con la filosofía de la bodega, que son "vinos de viticultor". Los Bayones Finca La Manga es un vino de paraje procedente de cuatro parcelas donde las viñas plantadas en vaso tienen de media 40 años. Se elaboran unas 30.000 botellas según cosecha. En su añada 2016 es carnoso, tiene extracto, poderío y una jugosidad que se complementa con una crianza de 14 meses perfectamente integrada. El singular brío que muestra contrasta con el refinamiento y elegancia del Viña Abba, este del año 2015. Procede de unas cuatro o cinco parcelas, pero de diferentes ubicaciones dentro de la D.O. Se elabora desde 2007 y la producción ronda las 20.000 botellas. Encontramos un deje frutal delicado y bien complementado por toques minerales, de bombón inglés y especias. Fresco, original, con nobleza en su estructura, pero lo mejor de todo es que en ningún momento deja de mira a su lugar de origen, una virtud que un buen aventurero nunca ha de descuidar.