- Ana Lorente
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- 1999-10-01 00:00:00
La arquitectura del vino en España se beneficia también del renacimiento arquitectónico general que vive el país.
El americano Frank Gehry, autor del bellísimo edificio-escultura del museo Guggenheim de Bilbao, ha recibido el encargo de rehabilitar y poner al día la bodega riojana de Herederos del Marqués de Riscal. El español José Rafael Moneo, de cuyo estudio salió el diseño del renombrado Museo de Mérida, prepara sigilosamente la sorpresa de una nueva bodega para Chivite. Y otro español, el catalán Domingo Triay, se ha inspirado en el antiguo Egipto para la construcción de la segunda bodega de Raïmat.
La arquitectura, como gran obra que requiere una inmensa inversión, es, a lo largo de los siglos, reflejo del poder, y más concretamente del poder económico. En el medievo la primacía de la Iglesia legó a la humanidad las mejores joyas en forma de arquitectura religiosa, del románico al gótico. Los siglos posteriores vieron la sucesión de deslumbrantes palacios y bélicos o confortables castillos y casonas burguesas.
En la España contemporánea, la escasa gran burguesía industrial, muy localizada en Cataluña, y, en menor medida, la rural andaluza, se erigió en mecenas del arte. Pero aquella arquitectura industrial, los grandes edificios bancarios y el juego estético urbano se han reducido en los últimos tiempos al ámbito del diseño de hoteles y bodegas. Esas serán las catedrales que perpetúen y recuerden nuestra generación.
Raïmat puede considerarse una de las precursoras. Mas aún, porque el espíritu de aquella herencia de principios de siglo, aquel cuidado estético que acuñó una primorosa y rica arquitectura industrial, perviven y se reproducen en la obra posterior.
Por eso, cuando las necesidades funcionales y el volumen comercial exigieron una ampliación, las cabezas rectoras no intentaron copiar o mantener un estilo que fue innovador en su día, sino crear, potenciar e integrar el arte de hoy e incluso el arte del mañana. Con ese criterio, la bodega actual es el reflejo de dos épocas bien diferentes, y el resultado de la suma ha configurado un espacio sorprendente y magnífico.
El diseño de la bodega antigua salió del estudio de un discípulo de Gaudí, el arquitecto Rubio y Bellver, según encargo de Manuel Raventós. Un encargo que concedió al artista plena libertad técnica y estética y le permitió ensayar la primera construcción española basada en hormigón armado.
Era ya un contraste la sugerencia catedralicia de los altos arcos ligeros y las ventanas de vidrieras coloreadas, con la modernidad del material.
Inspiración en el antiguo Egipto
Ese mismo juego, ese contraste, se ha potenciado con el nuevo edificio, construido en el año 1988 por Domingo Triay. Si Rubio se inspiró en el románico, Triay se ha remontado al antiguo Egipto y lo sugiere en formas evidentes y en sutiles detalles. En la pasión por el agua, por la serenidad de espejo ante las fachadas; en el sobrio e impresionante pórtico de altivas columnas, de líneas y ángulos rectos; en la imagen de pirámide truncada con que el edificio se abre al exterior; y, sobre todo, con la ingeniosa sugerencia de enterrar esa pirámide. Claro que aquí no es el desierto quien se adueña del monumento sino una dulce viña.
El edificio se construyó excavando la tierra hasta noventa metros de profundidad, la planta tiene más de 125 metros de anchura, pero tal inmensidad no afecta al paisaje, ni siquiera se adivina, púdicamente cubierta por más de metro y medio de tierra fértil sobre la que hoy fructifica un viñedo de Cabernet Sauvignon, la reina de la casa.
Abajo es la quietud de una inmensa bóveda de hormigón sustentada en una estructura de acero, espacios diáfanos distribuidos entre las sala de recepción de visitantes, las líneas de embotellado y la cava de crianza: miles de barricas de roble americano y ocho soberbias cubas de madera de roble francés que pueden albergar, cada una, cincuenta mil litros de vino.
Mientras, en las profundidades de la bodega primitiva, enclaustradas en piedra y arquería gótica, duerme el botellero, el museo de vinos históricos, la enciclopedia del sabor de los años. Fuera, a primera vista, la fachada de cristal del edificio nuevo refleja esa casa y esa historia, y en la superficie de la fuente se funden ambas en el azul del agua y en el verde de los pámpanos. No es un collage: en este caso la naturaleza, el genio y el buen gusto han gestado un acertado y armonioso coupage.
Apuesta por la modernidad
Herederos de Marqués de Riscal, fundada en el año 1830, es la bodega más antigua de Rioja aunque ahora está dispuesta a ser la más moderna. Frank Gehry, el autor del museo Guggenheim de Bilbao, es el encargado de diseñar la reforma y las nuevas instalaciones, sala de catas, museo y comedor que, nadie lo duda, tendrán el carácter de una obra de arte, tal como nos tiene acostumbrados. El coordinador, el arquitecto César Caicoya, que ya representó al famoso canadiense en el Guggenheim, adelanta que la obra será grande aunque no cara. Para Frank Gehry, las visitas a Elciego no son solamente fuente de inspiración sino un gozoso descubrimiento para un buen aficionado al vino.
Chivite en el paisaje
Y de La Rioja a Navarra. En el comedor de las bodegas Chivite, en Cintruénigo, un fresco reproduce con un estilo ingenuo -naif le llaman los entendidos- el paraje del Señorío de Arínzano, las cepas alineadas sobre suaves colinas, el agua mansa en los meandros del Ega, el azulado perfil de Montejurra, los pastos jugosos, los bosquecillos oscuros de robles y encinas, los altos chopos, las zarzas.
A la imagen esquemática, casi infantil, se le escapan los detalles del monte bajo, el perfume del espliego, la esencia pegajosa de la flor de jara. Pero todo eso y más se salpica en las 300 hectáreas de la magnífica finca, propiedad de los Chivite desde finales de los años 80. Sobre todo, tres edificios catalogados como monumentos navarros, una pequeña iglesia dedicada a San Martín, un palacio con patio y torre, el Cabo de la Armería, y una vivienda datada en el siglo XVIII que pide a gritos una restauración.
La tierra se ha ido transformando en un viñedo que ocupa ya 200 hectáreas de vidueños variados, pero sin merma del aspecto natural del paisaje. Los edificios son el corazón del nuevo proyecto, la sorpresa que no quiere desvelar el artista hasta que esté concluido.
Y ese artista es Rafael Moneo, navarro universal, que en este momento construye también, entre otros, el palacio de congresos de San Sebastián, el famoso Kursal.
Los planos para el Señorío de Arínzano llevan su inconfundible sello, el contraste entre vanguardia rompedora y raíces de la historia. Las construcciones heredadas cobrarán si cabe más valor en un arco de naves funcionales y tecnológicas, las que garantizan el crecimiento, el trabajo, la investigación. La continuidad de los ejemplares vinos de Chivite.
Todo está pensado: un patio cubierto para el resguardo de la vendimia, una marquesina que proteja la descarga de uva, la nave de fermentación subterránea y aislada, los muros de hormigón que la meteorización disfrazará de piedra, el pabellón de reposo y ensamblaje con tejado de tres aguas y luz natural procedente del norte.
El edificio de crianza, que es siempre el más emblemático de una bodega, está concebido para que el visitante disfrute de una vista general; panorámica que se transforma en espectáculo en la sala de catas, donde al placer de la degustación se unirá el relax de los ventanales hacia el horizonte, de la naturaleza hasta donde alcanza la vista.
No hay fotografías de la obra, no hay filtraciones informativas. El secreto se desvelará pronto.
Texto: Ana Lorente
Cinco buenos ejemplos
Enate, Salas Bajas (D. O. Somontano)
La fuerza del edificio, aséptico y funcional, creado por el madrileño Jesús Manzanares, no eclipsa el paisaje, más bien está concebido para atraerlo y gozarlo. La luz purísima del prepirineo toca como una varita mágica la geometría lineal del acero inoxidable, concediéndole brillos de diamante. No hay volutas, ni concesiones, ni más curvas que las panzudas barricas.
Olarra, Logroño
Protagonista, la forma. Por dentro, la estructura de la planta en tres brazos, en Y, facilita el transporte, racionaliza el trabajo y simboliza las tres subzonas riojanas. Por fuera, los 111 tejadillos exagonales, cubiertos con teja árabe, son la firma del arquitecto Juan Antonio Ridruejo y la original visión de la Catedral del Rioja. Aquí nada es gratuito, cada elemento tiene su función.
Álvaro Palacios, Gratallops (D. O. Priorat)
Al principio fue el vino... y cuando Álvaro Palacios vio que era bueno, decidió construir una barrica, media más bien. Esa es la forma de la nave de crianza sobre cuyo esqueleto aparece acaballado el autor estrella de los vinos del Priorato. Una bóveda de cañón, moderna y funcional, pero tan artística como sus vinos.
Codorníu, San Sadurní de Anoia
José María Puig y Cadafalch firma, a finales del XIX, las primeras construcciones de Codorníu. Bautizada como “la casa grande” por sus 30 kilómetros de cavas en cinco niveles, ha sido declarada Monumento Nacional porque monumentales son sus arcos y vidrieras. Cada año la contemplan más de 200.000 visitantes.
Barbadillo, Sanlúcar de Barrameda
Raras exigencias para un arquitecto. Cuando Barbadillo encarga sus bodegas, las medidas son: 18,46 litros de aire por litro de vino y 23º de orientación noroeste; o sea, abierta al fresco viento del poniente. Así crecieron cientos de esbeltas columnas y la delicada arquería que es símbolo de la zona. Y las vigas eternas de pino de Flandes. Y el sencillo lujo de la cal.
A = Bodega Raimat, Raimat (DO Costers del Segre)
B = Bodega Alvaro Palacios, Gratallops (DO Priorat)
C = Cordoníú, San Sadurni de Noya (DO Cava)
D = Bodega Enate, Salas Bajas (DO Somontano)
E = Bodega Chivite, Cintruénigo (DO Navarra)
F = Bodega Olarra, Logroño (DO Rioja Alta)
G = Bodega Marqués de Riscal, Elciego (DO Rioja Alavesa)
H = Antonio Barbadillo S.A., Sanlúcar de Barrameda (DO)