- Redacción
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- 1998-12-01 00:00:00
Su abuela tenía una casa en París con once ventanas que daban a los jardines de Luxemburgo. Los padres vivían en una residencia feudal en Neuilly. Un abuelo suyo era miembro del parlamento de la ciudad de París. El otro, ingeniero de la escuela imperial de Sens y constructor del famoso Puente de Europa sobre el Sena. Su padre era un prestigioso científico que se codeaba con los investigadores más importantes de su tiempo. Entre los clientes de su laboratorio estaba Marie Curie, que le encargó un instrumento para pesar el uranio. No había nada, nada en absoluto que destinara al joven descendiente de una familia de tanto prestigio a una vida de vinicultor en la rural Saint-Emilion. Nada o, como mucho, un capricho de la fortuna.
Entre los amigos de la familia se hallaba un agrónomo de nombre Macquin. Cuando el abuelo Manoncourt estaba buscando una residencia de verano adecuada a la categoría de su esposa y que no costara demasiado, este amigo les aconsejó la compra de una finca vinícola en Saint-Emilion. En 1892, en plena crisis de la filoxera, Figeac, antaño una empresa vinícola importante cuya historia se remonta hasta los tiempos de la ocupación romana, vino a parar a manos de la conocida familia parisina.
La Segunda Guerra Mundial la vivió Thierry Manoncourt como oficial de artillería y prisionero de guerra, como tantos otros jóvenes franceses en aquellos tiempos revueltos. En 1943 fue liberado y consintió en administrar durante un año la finca de la abuela en Saint-Emilion. Tenía 25 años justos y sentía que su destino era algo muy distinto a elegir una finca vinícola semiabandonada como lugar de residencia y trabajo, donde la mitad de las cepas ya no producían, donde no había ni luz eléctrica ni agua corriente y cuyo tejado era lo más parecido a un colador. Así que volvió a París lo más rápidamente que pudo y se dedicó a estudiar la carrera de ingeniero agrónomo.
Después de acabarla, por fin cedió a los ruegos y presiones de su abuela. En 1946 fue nombrado oficialmente administrador de la finca que algún día le pertenecería. Durante la primera época, sólo pasaba tres días al mes en la finca. Pero, poco tiempo después, se instaló definitivamente en Saint-Emilion.
Al visitante que hoy acompaña el señor de la casa por la finca magníficamente mantenida y primorosamente engalanada le será difícil imaginar todo lo que Thierry Manoncourt tuvo que cambiar para conferir a Figeac su actual rango entre las primeras fincas de Burdeos. Tras largos años de experimentación, se consiguió la cepa más adecuada. Se estudió sistemáticamente la fermentación maloláctica, una magnitud desconocida hasta los años 50. Figeac fue una de las primeras fincas de Burdos equipadas con tanques de acero inoxidable, aunque las viejas barricas de madera, recién restauradas, aún siguen sirviendo.
Una cosa es segura: el ya octogenario no se ha aburrido ni un solo instante de su vida. Es más, tiene planes ulteriores, quiere ampliar las bodegas, 30 años después de que un diario le llamara el “faraón de Saint-Emilion” tras las primeras obras de ampliación, de gran envergadura para aquella época.
Sólo una cosa le duele al contemplar la obra de su vida: que en la nueva reclasificación que tuvo lugar hace poco, a su finca se le negó la inclusión en la más alta categoría de los Premier Grands crus classés A de Saint-Emilion, el mismo rango que Ausone y Cheval blanc. ¿Le consolará que le digamos que gracias a sus delicados vinos, ricos en matices, ya lo es desde hace tiempo en nuestros corazones?
Thierry Manoncourt
es el gran señor de
saint-emilion. Desde la edad
de 25 años se ocupa del
château figeac, que bajo sus auspicios se ha convertido en una de las fincas mÁs
legendarias de burdeos. El mÁs ardiente deseo del que hoy ya tiene 81 años: que figeac fuera elevado oficialmente a premier grand cru classé a.