- Redacción
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- 1998-12-01 00:00:00
Anthony Barton nació en Irlanda. Sigue hablando francés con un leve acento irlandés. Fue por primera vez a Léoville-Barton en 1948, poco después de acabar el bachillerato. Estaba haciéndole una visita de cortesía a su tío Ronald. No quedó precisamente arrebatado por las habitaciones de olor mohoso de la casa comercial Barton & Guestier y por las fincas vinícolas mal cuidadas del Médoc. Sólo le gustaron las catas de vino. Entonces seguramente ni siquiera habría soñado con que pronto iba a ser declarado sucesor de su tío, que no tenía hijos.
Después de las vacaciones, empezó la carrera, naturalmente en la afamada Universidad de Cambridge. Por qué no se quedó allí, eso nos lo cuenta con un guiño y un humor típicamente irlandés: ya en los primeros días le robaron la bicicleta. Demasiado arruinado para comprarse otra nueva y demasiado honrado como para robar otra, abandonó los estudios tan rápidamente como los había iniciado. Finalmente, atendió a los ruegos de su familia y se decidió por hacer carrera como castellano y comerciante en vinos en Burdeos.
Allí le esperaban arduas taras. Para empezar, metió en cintura la casa comercial y la dirigió personalmente durante dieciséis años, hasta que la compró Seagram en 1955. Después, fundó su propia empresa comercial, “Le Vin Fins d’Anthony Barton”, actualmente dirigida por su hija Lilian. Y finalmente, convirtió la abandonada Léoville/Langoa-Barton en la finca modélica que conocemos hoy.
El nombre de Anthony Barton es sinónimo de la continuidad de la vinicultura bordelesa. Sus antepasados llegaron a Burdeos en 1724. Pronto se hicieron con un nombre en el barrio de los comerciantes “Chartrons”. Se hicieron propietarios de la finca vinícola de 200 hectáreas Léoville en Saint-Julien. Durante la revolución francesa la perdieron, pasando a propiedad del Estado. Después se dividió en tres y se vendió: un Barton pudo hacerse al menos con una parte. Desde entonces, los Barton están establecidos allí, desde mucho antes que ningún otro en el Médoc, y ya nada ni nadie les arrebataría su quinta; sin embargo, su último descendiente, aunque ha pasado toda su vida en Francia, se mantiene fiel a su nacionalidad irlandesa.
Algo de esa conciencia de tradición y una cierta testarudez irlandesa se percibe también en los vinos de Léoville-Barton. No siguen ninguna moda. En el Cuvier aún hay cubas de fermentación de madera, aunque equipadas con sistemas para el control automático de la temperatura. En Saint-Emilion empiezan a volver a estar de moda tales recipientes para fermentación. Pero los Barton nunca dejaron de usarlos.
Allí, un año tras otro sale elegante, denso y fino, y siempre posee ese matiz amable que quiere decirnos: estoy hecho para la mesa, pero también tengo suficiente carácter como para que una caja vaciada siempre invite a atacar la siguiente. Lo mismo puede decirse del precio: en cuanto a la calidad, Léoville-Barton pertenece a los Superdeuxièmes. En cuanto al precio, ya casi pertenece o se encuentra entre los Crus Bourgeois...
Para almorzar hay pollo de campo relleno, acompañado de un magnífico Léoville-Barton del 59. Naturalmente, estoy completamente entusiasmado, ya no sé exactamente si más por el vino o por el propietario. ¡Ambos son monumentos y, sin embargo, tan increíblemente vivos, tan seductores, tan encantadores y tan jóvenes, pues lo siguen siendo!