- Redacción
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- 2001-02-01 00:00:00
Es una zona bien diferenciada dentro de D.O. Rioja ya que, incluso en la distribución geopolitica se sitúa en Alava, en el Pais Vasco.
Son mas de once mil hectareas de viñedo, la quinta parte de toda Rioja.
Enmarcada por el Ebro y las faldas de la llamada Sierra Cantabria, la zona de Álava que forma parte de la D.O. Rioja es una tierra generosa, original y bella. Tanto su geografía como su actividad económica y humana gozan el priviliegio de eso tan difícil que es el equilibrio en la diversidad.
El río, las Lagunas de Laguardia, los montes bajos donde bulle la fauna y, sobre todo, los viñedos , mimados como jardines, son una invitación a la excursión. Villas históricas y reposadas, donde los pasos resuenan en el adoquinado y, en cualquier esquina surge la sorpresa de un palacio, un resto de muralla, un campanario, un escudo señorial presidiendo una casona o un arco.
Esta tierra y sus vinos son capaces de complacer gustos bien diferentes y de expresar sus peculiaridades. Tradicionalmente se vienen conservando dos estilos: el de los pequeños cosecheros que producen vinos jóvenes con claro recuerdo de la uva, alegres, muy populares, elaborados por maceración carbónica; y, en contraste, la línea de las grandes firmas que han hecho historia, los visionarios como el pionero Marqués de Riscal que, a base de sólidas inversiones y de avanzados profesionales, modernizaron los sistemas de alaboración, instituyeron la práctica de la crianza en barrica y, en resumen, gestaron el prestigio y la fama del Rioja de este siglo.
Diversificar es la fórmula. La tradición coexiste con lo más innovador y de ahí nace un catálogo amplio, variado, apto para cada situación y cada plato. La estrella de estos tiempos, como en otras zonas, son los vinos que se califican como “de alta expresión”, un estilo que ha renovado el panorma de los clasicos riojanos. Los tintos de alta expresion de la Rioja Alavesa son una explosión de fruta. Por supuesto triunfa el carácter de la varidad Tempranillo y su sugerencia de frutos silvestres, de moras y arándanos, pero la complejidad se enriquece a veces con el aporte de las viñas experimentales de Cabernet Sauvignon y casi siempre con las tradicionales Graciano y Mazuelo. De ésta llega al paladar un recuerdo de frutas carnosas, de melocotones maduros, esos que casi sólo quedan en la memoria .
Unos y otros se basan en una naturaleza ideal, un suelo equilibrado, entre arcilloso y calcáreo, en una tierra protegida de los vientos húmedos del norte gracias a la Sierra de Cantabria. Tierra seca y sana, de cielos soleados, lluvias adecuadas y una caprichosa combinación de clima atlántico, mediterráneo y continental. Ese capricho y la estructura del territorio generan microclimas bien diferenciados, y con ellos la posibilidad de personalizar vinos de pequeños pagos.
Las variedades de uva, que se expresan en vinos varietales o en coupages, favorecen ese trato personalizado. Este es el reino del Tempranillo que ocupa un 80% de la producción, pero los caprichosos cosecheros han mantenido la Graciano autóctona, Mazuelo y algo de Garnacha y, entre las blancas, Viura y Malvasía.
La calidad que alcanza aquí la Tempranillo es insuperable por las características de terreno, cultivo y clima. Gracias a la feliz conjunción de estos factores se pueden elaborar desde vinos abiertos, al estilo de los antiguos “claretes”, hasta los muy cubiertos que el mercado actual demanda.
Su personalidad, la exquisitez de estos vinos se basa en el equilibrio de fuerza y delicadeza, de inconfundible aroma y sabor pleno pero exento de agresividad, de acidez notable, de astringencia. Fruta, color a veces con tonos violáceos y, como sutil envoltura, el efecto de la madera de nuevas barricas, apenas un toque, que no predomine, que no enmascare la esencia de la uva.
Un milagro, una finura, que no solo vienen consiguiendo los criados en roble sino los jóvenes, los de cosechero.
Porque esa es la tradición más original de la zona y a la que cada vez más se suman las experiencias de otras regiones vitivinícolas: los jóvenes tintos de maceración carbónica, vinos que nacieron con una vocación populista, “de poteo”, de taberna, pulidos hoy hasta la altura de copas de altura. El cuidado en cultivo y selección de la uva y las perfectas técnicas de elaboración son responsables del cambio. En el fondo, está el convencimiento de los bodegueros de que la elaboración de un buen vino del año merece tanto cuidado y reviste tanta dificultad como la de los que pasaran a Reservas. Los “vinos de cosechero”, los tintos del año, son las elaboraciones más históricas y tradicionales de la zona. Nacieron como vinos de casa, de diario, suaves de alcohol y con un marcado y diferenciador paladar, y han pasado a formar parte del fondo anual de bodega en las regiones vecinas, en los hogares donostiarras o vizcaínos.
La peculiaridad de los vinos de cosechero es producto de su elaboración especial. Los racimos recién vendimiados se dejan macerar unos días - hasta una semana- en grandes depósitos que antes eran balsas descubiertas y ahora, generalmente, tinas de acero cerradas. Allí el mosto que escapa de las uvas rotas por la simple presión fermenta espontáneamente, y el carbónico que desprende provoca dentro de los granos enteros una especie de fermentación sin oxigeno que extrae sabores y aromas muy intensos y frutales.
La otra linea clásica son los tintos de crianza, de buena crianza, ya que es en la Rioja alavesa donde el vino español inauguró la fórmula de envejecimiento -o mejor, refinamiento- en esa selecta escuela que son las barricas de roble. Aquí, la crianza en roble, siguiendo el ejemplo francés, ha cumplido más de siglo y medio.
En el año 90 se unieron un puñado de bodegas para formar la Asociación de Cosecheros de Rioja Alavesa. Son ya 46 socios, pequeñas empresas familiares en su mayoría que suman más de ocho millones de litros.
La unión hace la fuerza
Eduardo Gómez preside la Asociación de Cosecheros de la Rioja Alavesa -ACRA- que desde hace diez años viene sumando los esfuerzos de viticultores y elaboradores para mejorar la calidad de sus vinos y hacerlos llegar a las copas más remotas.
«En muchos aspectos este ámbito geografico y humano que es la Rioja Alavesa tiene estupendas peculiaridades, y aquí el talante asociativo funciona. Aunque, por supuesto, las
bodegas compiten por situar sus vinos en el mercado, asumen que trabajar con unos fines comunes es el mejor camino».
Eduardo conoció el mundo del vino en tierras sevillanas, donde nació en una familia dedicada a la viticultura desde tiempo remoto. Estudió en Madrid, junto con su esposa, en la Escuela de la Vid y el Vino y ambos regresaron a los lares de ella a montar una pequeña bodega.
«Otra satisfacción con la que contamos aquí es el apoyo de la Administración. Como asociación, en un sector puntero de la economía
local, podemos contar con los medios y las ayudas necesarias para desarrollar ideas y financiar proyectos».
«De las 46 bodegas asociadas, son muchas las que han mejorado sensiblemente sus instalaciones y cuentan ya con la tecnología necesaria para garantizar la calidad de nuestros vinos y la eficacia de nuestro trabajo. La mayoría somos empresas pequeñas y familiares y el cosechero ha de atender sus viñas y su bodega y no le queda mucho tiempo para la promoción, para estar en todas las ferias y los foros y, en definitiva, para vender sus vinos».