- Redacción
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- 2000-11-01 00:00:00
En la lejanía, punteando las ondulaciones, se alzan orgullosas las torres y las iglesias magníficas, casi todas dedicadas a la Asunción de la Virgen, casi todas del gótico tardío y del Renacimiento: torreones, fortalezas aisladas...
Muy tonto sería el viajero si no tomase algunas precauciones sabias antes de lanzar sus pasos por un territorio tan apretado e ilustre como el de la Rioja Alavesa. Por ejemplo, la de conducir automóvil con maletero exiguo, pues sabe que inevitablemente regresará a casa cargado de botellas hasta en el bolsillo del mechero; mejor reducir las tentaciones a base de coches pequeños. Más la prudencia de conducir sólo cuando no se dejen notar los efectos de sus venturosas investigaciones. Pues, claro, los carteles más o menos explícitos de «Se vende vino» lo van a rodear en todas las encrucijadas. Y quién se resiste. Está aquí enraizada una tradición muy fuerte y vieja.
Pero la llamada Rioja Alavesa es muy pequeña, apenas dos docenas de pueblos de definición difícil, pequeños, unos 300 kilómetros cuadrados. Y muchas objeciones podrían hacerse a las decisiones políticas sobre las verdades de la geografía. Por otro lado, en un lugar determinado aparece un gran cartel que dice Abarako Errioxa, de traducción posible, aunque no se escuche por allí a nadie nativo que hable vascuence.
Acerca de los límites políticos, casi todo es confusión. Las fronteras razonables entre las dos provincias o comunidades (Logroño-Álava, La Rioja-País Vasco) deberían ser el río de los iberos o las sierras de Toloño y Cantabria. Pues no. La Rioja muerde un trozo de la margen izquierda del Ebro, por San Vicente de la Sonsierra y Ábalos, o bien al País Vasco se le forma un grano antinatural en esa ondulada llanura del sur que preside el vigilante cerro de Laguardia. Mas así son las cosas, como las dibujó hace casi dos siglos don Francisco Javier Burgos (que era granadino), y mejor no meneallas…
Por otra parte, el famoso río Oja, también llamado Glera, no aparece por parte alguna y ni roza siquiera la provincia alavesa. Sus resecos huesos, pues raramente transporta líquido, se han fusionado a los del Tirón antes de caer en la ciudad de Haro sobre lo que queda del río Ebro, que tampoco es mucho: sin las represas sucesivas, que engañan al ojo, el curso real, las aguas en movimiento apenas superan a las de un par de grifos. A ver cómo se organiza un plan hidrológico nacional con estos mimbres.
¿Es de la Rioja Alavesa Salinillas de Buradón? Se trata de un puñado de extrañas casas abrazadas todavía por los restos de la muralla. No, no debe de serlo. No hay viñas. Dos hombres comparten extramuros una gigantesca cosecha de pimientos y tomates; tomates de hasta tres cuartos de kilo y pimientos cuernicabra que miden cuarta y media. El viejo los mete en el cesto, el joven -que vive en la cercana Vitoria- los asa sobre sarmientos, su mujer los va pelando con calma y con esfuerzo.
- Un puñado de estas semillas valen veinticinco mil pesetas, fíjese usted. Le regalé un bote a un hermano que tengo en Talavera, pero allí no se dan, mucho calor, quién sabe.
- Ciento cincuenta kilos llevamos asados y pelados en la mañana, para meterlos en conserva -dice la mujer.
Los pimientos parecen un misterio tan abrumador e íntimo como las uvas ya maduras, negras y blancas, que cuelgan de las vides. Vides tumbadas o enhiestas entre hilos de alambre.
Más arriba de esa aldea dormida, después del paso de las Conchas de Haro, que son dos formidables peñas hendidas por el Ebro, corre una carretera modesta por el lado norte de las arboladas sierras. Parece una jungla alpina. La primera aldea, mínima y pobre, se llama Ocio, qué bien. Tiene castillo encaramado en una peña. La amplia hendidura es el valle del río Inglares: frondoso, secreto, verde, poco habitado y nada rico. No es Rioja Alavesa, sino su linde septentrional en la Sierra de Cantabria: el pétreo murallón que defiende el valle del Ebro -y los viñedos, claro- de los fríos vientos del norte.
La carretera que trepa al puerto de la Herrera, 1.100 metros, mejora mucho su calidad, como si supiera que pronto, en las altas curvas, va a enfrentarse al suntuoso espectáculo de las tres Riojas, e incluso de los lejanos perfiles de la sierra de la Demanda y de los Picos de Urbión, montañas que aíslan la soledad de Soria. La panorámica es suntuosa, y estupendo el propio mirador. Un panel semicircular empuja al ojo hacia cada pueblo, hacia cada cerro. Sí, ahí están todos y la mayoría sobre un alto: de Oyón a Labastida, de Laguardia a Elciego, de Samaniego a Elvillar...
En la lejanía, punteando las ondulaciones, se alzan orgullosas las torres y las iglesias magníficas, casi todas dedicadas a la Asunción de la Virgen, casi todas del gótico tardío y del Renacimiento; torreones, fortalezas aisladas... También la estampa de las grandes bodegas, aisladas entre los viñedos o arrimadas al cobijo de los erguidos pueblos; edificios clásicos o con aires vanguardistas. Saltando luego de una carretera a otra, de un pueblo a otro, todos son nombres mágicos y familiares, los que han adornado tantas botellas de grandes vinos trasegadas… Mojones de una santa tradición.
A lo lejos espejean tímidas algunas ilustres lagunas cerca de Laguardia. La de Carralogroño estaba hace apenas cinco años rodeada de un bosque relativamente lucido, con paraje para merendolas y paseos muy ecológicos. ¿Qué ha sido de ese bosquecillo? El hombre que regenta un kiosco en Labastida, y que tiene los precios quizás más bajos para los vinos que despacha junto a los periódicos, lo había claramente explicado ya al viajero. Ya le había prevenido, sí:
- Están desmontando en todas partes para plantar viñas; trepan Sierra de Cantabria arriba y no sé dónde van a llegar. Antes la gente se iba de aquí, de estos pueblos que empezaban a caerse, porque el vino no era negocio; ahora vienen de todas partes a plantar y plantar. Todo desaparece, bosques, frutales, huertas, bajo el imperio de las viñas. Sin duda es un negocio fabuloso. Fíjense cómo se construyen bodegas nuevas por todas partes, cada vez más grandes y más lujosas. Mucho dinero corre por estos campos. Claro que como vengan malos tiempos… Ya el vino joven del año pasado se ha vendido mal. Yo tengo saldos de muchos bodegueros. A mitad de precio que hace seis meses.
Bodegas nuevas, sí. Y lujosas. Incluso con firma de los arquitectos que están en el candelero. Muchos millones alrededor del vino. Auténticos museos. Viejos edificios rescatados, como el convento que es hoy Nuestra Señora de Remelluri o arquitecturas novedosas y llamativas.
Sin embargo, apenas se advierte esa riqueza actual en estos viejos y hermosos pueblos cuyos cimientos están horadados por las antiguas cuevas. Todo son viejas casonas señoriales, con sus escudos en las fachadas de piedra. Buenas puertas de madera. Palacetes con dos o tres siglos de historia aquí y allá. Lujosísimas, grandes y muy limpias iglesias. Pero, como se decía a principios de siglo, no se ve buen comercio. Es decir, escasean las tiendas que son habituales en villas menos ricas de otras comarcas. Comercios de ropas, de regalos, de comidas... También faltan bares de cierta prestancia o restaurantes de calidad. El viajero, sabedor de los caudales que por aquí corren, hubiera esperado una cierta ostentación o abundancia.
Mas la única es la de los siglos pasados.
Casi todos los pueblos son pequeños, aunque sus núcleos han ido enriqueciéndose con modestos barrios periféricos de no gran encanto. A veces se trata de una larga calle, como en Labastida, pero tan elegante y noble, tan cargada de blasones, que vale por muchas de otros pueblos. O por un cogollo elegantísimo alrededor de una iglesia, como en Samaniego y en Elciego, que tiene dos ambientes con ese carácter. Uno alrededor de San Andrés, casi catedral por tamaño y donosura, y otro en torno a la Virgen de la Plaza, en lo alto.
- No deje usted de contemplar el otro ambiente, que ahí abajo están las bodegas originarias del Marqués de Riscal, el que nos trajo a la Rioja los métodos de Burdeos para hacer el vino.
Cerca de esas bodegas cuya sede social está diseñando en estos momentos al californiano Frank Ghery (el arquitecto/escultor del Guggenheim de Bilbao), y que costará dos mil millones, muy cerca hay un discreto campamento de gitanos portugueses, uno entre los muchos que desde mediados de septiembre se han fijado en las afueras de estos pueblos limpísimos. Son cuadrillas contratadas para la vendimia. Discretas y corteses salvo cuando al anochecer se cargan demasiado del vino local. Pero es pecado leve, por ser tan común, pues a ciertas horas se ve a bastante gente, hombres maduros sobre todo, tambaleándose levemente por las calles vacías, de taberna en taberna, incapaces de explicar una dirección a quien pregunta. Noventa pesetas cobran por un buen vaso. Hoy es sábado: colas para pagar.
Laguardia, desde luego, tiene el empaque, la dignidad y la gloria de una pequeña capital. Con apenas mil quinientos habitantes, es el meollo de las grandes extensiones de vid. Lleva diez siglos vigilando las suaves colinas, como quisieron los reyes navarros que la enriquecieron tanto. Le restan murallas de sillería, palacios (en uno de ellos nació el fabulista y secreto pornógrafo Samaniego, a quien se recuerda en un precioso parque), calles sombrías y misteriosas, y unas cuantas iglesias.
La gran joya, la maravilla de la Rioja Alavesa y también de toda España, es la portada policromada de Santa María de los Reyes. Docenas de figuras góticas guarecidas por el pórtico muestran sus gestos fuera del tiempo. Como para quedarse toda una tarde contemplando apóstoles, profetas y a don Sancho Abarca y su esposa. Por cierto, una de las arquivoltas de piedra consiste en una serie de racimos de uva, qué menos. La abadía a la que perteneció esta iglesia hace más de cinco siglos ya debía venerar sus viñedos.
Si Laguardia destaca en su orgullosa altura, tan llena de arte como fecunda en grandes vinos, en realidad todos los pueblos de esta Rioja Alavesa han sabido guardar muchos de sus monumentos. Grandes iglesias por todas partes, palacios, casonas, delicados rincones.
Una cosa admira, además: el esmero, incluso el entusiasmo de los vecinos por mantener pulcros, amenos y gallardos sus pueblos. Algunos como Samaniego y Elciego parecen una patena. Cualquier viajero sabe que eso no es ni mucho menos común en España.
Agenda del Viajero
Cuatro mil años de historia
Mil quinientos años antes de Cristo ya existía en la Rioja Alavesa una importante ciudad. La han llamado La Hoya y es un interesante museo a un kilómetro de Laguardia. (En invierno sólo abre por las mañanas). Se trata de una especie de Pompeya prehistórica, ya que la gente parece haberla abandonado por causas desconocidas. Las reliquias y el montaje museístico permiten hacerse una idea de cómo vivían los Berones, pueblo celtibérico que colonizó estas riberas del Ebro. Pero en estas colinas hay también muchos vestigios más antiguos. Abundan los dólmenes, quizá de hace seis mil años. Son muy interesantes el de La Hechicera (Elvillar, pueblo donde también sobrevive la hermosa Casa del Indiano), El Sotillo y San Martín (Paganos), Lazaya, junto al mirador de La Rioja.
Visitas
Los pueblos más hermosos de la Rioja Alavesa son Laguardia, Labastida, Elciego y Samaniego. Pero casi todos los demás tienen magníficas iglesias y casonas de interés. Hay que asomarse al Balcón de La Rioja, cerca del puerto de la Herrera. Ya de paso, darse un garbeo por algunos estupendos pueblos: Haro sobre todo, la segunda ciudad de La Rioja, y San Vicente de la Sonsierra, Briones, Ábalos…
Desde luego, conviene intentar conocer algunas de las grandes bodegas. Generalmente permiten a hacerlo, sobre todo si se ha concertado cita por teléfono. Hay mucho donde elegir. En las oficinas de Turismo dan pistas y teléfonos. En Laguardia hay un Museo del Vino, en el palacio de los Samaniego. Y a un par de kilómetros, un parque Ornitológico llamado Los Molinos.
Alojamiento
Destaquemos el Palacio de Samaniego, en Samaniego (Tel. 941 128 226); el Castillo El Collado (Tel. 941 121 200), la Posada Mayor de Migueloa (Tel.9 41 141 175) y Antigua Bodega de Don Cosme Palacio (Tel. 941 141 195), los tres en Laguardia; en Lanciego, el Larrain, una mansión solariega (Tel. 941 128 226); el modesto Hostal Nuestra Señora de Begoña, en Assa (Tel. 941 608 017); y el hotel Jatorrena en Labastida (Tel.941 221 050). Finalmente, en Haro aparece el estupendo hotel Los Agustinos (Tel. 941 3111 308), en un antiguo convento, y también el moderno y funcional Iturrimurri (Tel. 941 311 213).
Gastronomía
Unos cuantos platos de la gastronomía riojana son famosos en toda España. En la comarca se mezclan un poco productos huertanos, incluso de Navarra, gustos castellanos (el cordero) y hallazgos vascos. Lo típico son las patatas a la riojana (con chorizo), no siempre fáciles de encontrar (salvo en el Jatorrena de Labastida, que las sirve riquísimas) y las chuletas de cordero al sarmiento.
Ya se ha dicho que no hay grandes templos gastronómicos; incluso escasean los comedores normales. El citado Jatorrena, popular, simpático y con buenos precios, está muy bien. En Haro son famosos tres restaurantes llamados Beethoven. En Laguardia, Marixa. En Oyón, el Mesón la Cueva.
Compras
Productos comestibles vasconavarros y riojanos clásicos, envasados o no: chorizos, queso, alubias, espárragos, pimientos, buen pan y dulces consistentes y típicos en Haro. Y los vinos, claro. Pero conviene tomar con calma la tentación e ir apuntando precios, pues varían exageradamente de un establecimiento a otro. Los comercios de Haro son de mayor garantía y más surtido. En cuanto a los cosecheros que venden su vino por todas partes, suelen permitir catarlo. Allá cada uno con sus conocimientos y sus gustos. Algunos dan a catar un vino y la caja que venden contiene otro… Conviene regatear.
Información
Oficina de Turismo de Laguardia, Paseo de Sancho Abarca, s/n. Tel. 941 600 845. Ayuntamiento de Labastida, Tel. 941 221 818.