- Redacción
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- 2001-11-01 00:00:00
«MI DESEO ES FUNDAR UNA TRADICIÓN COMO LA DE LAS GRANDES FAMILIAS DE VINICULTORES DE EUROPA»
La bodega, oculta en las idílicas cadenas de colinas Macayamas, junto a Oakville, parece llevar allí cientos de años. Pero la casa no es antigua. Su constructor, un perfeccionista. Para edificar una cosa de aspecto tan sencillo al estilo de un granero californiano, Bill Harlan, que actualmente cuenta 61 años, empleó piedra caliza de más de cien años, procedente de un antiguo cobertizo para locomotoras en la parte baja de Napa Valley. Y la descompuesta madera de secuoya de aspecto relavado, que el paso del tiempo ha vuelo gris, procede de viejas granjas abandonadas de Kansas. En la vivienda, la primera planta del edificio, uno se imaginaría en el saloon de un rancho del lejano Oeste. Suelos de anchos tablones de madera, luz únicamente a ciertas horas del día, enormes sillones de cuero oscuro para repantigarse, una sólida araña con elevador manual para poder cambiar los catorce velones, lámparas con pantalla de cuero de vaca: tan sólo la enorme cocina es toda de acero cromado.
En realidad, Harlan Estate no responde en absoluto al prototipo de una winery de culto. Al fin y al cabo, produce algunas botellas más, hoy por hoy nada menos que 1.700 cajas. Y el vino tampoco resulta simple, dulzón o cargado de fruta concentrada, sino que es transportado por una acidez sensacionalmente jugosa y unos taninos presentes. Además, Bill Harlan no es un rico recién llegado que simplemente encarga que le hagan su vino de culto. «Llegué aquí por primera vez siendo estudiante, en los años cincuenta, pero me cautivó realmente en 1966, cuando asistí a la inauguración de la bodega de Robert Mondavi». Desde finales de los años setenta, este constructor y agente inmobiliario pasaba largas temporadas en Napa Valley. Dejó que su sueño de una finca vinícola propia tomara forma muy despacio, algo diametralmente opuesto al carácter americano. Sin embargo, desde el principio, tuvo la mirada puesta en las idílicas colinas frescas que bordean la parte occidental del valle, muy altas sobre Oakville. La idea subyacente era sencilla. Se dijo: «Si ya en Oakville maduran los mejores Cabernet en la parte llana del valle, entonces aquí, en las colinas, el vino aún tendrá que ser mejor».
En 1983 pudo comprar las primeras 16 hectáreas, y ha ido ampliando sus posesiones hasta llegar hoy a unas 100 hectáreas, de las que 15 ya están plantadas de vides. Conseguir arrancarle estos viñedos a la naturaleza, roturarlos y prepararlos para la vinicultura supuso un enorme esfuerzo. También en esa época inició su estrecha colaboración con Bob Levy, el inspirado enólogo de Napa Valley. Una vez más, ambos se concedieron ese bien que actualmente es uno de los más preciados: tiempo, mucho tiempo. Sus expectativas eran extraordinariamente altas. Aunque vinificaron las cosechas del 87, el 88 y el 89, nunca las comercializaron. El verdadero nacimiento de Harlan Estate no se produjo hasta 1996, es decir, quince años después de haber plantado las primeras cepas. Aquel año sacaron al mercado las cosechas del 91 y el 92. Estos vinos inmediatamente hicieron furor a escala mundial.
¿Tienen un secreto estos vinos? Bueno, el terruño inclinado, las cosechas, pequeñas (50 hectolitros por hectárea) para una alta densidad de plantación (6.000 cepas por hectárea) y mucha flexibilidad en la vinificación. Entre siete y doce días dura la fermentación, seguida de la maceración sobre hollejos durante al menos otros treinta días. La fermentación dirigida, sobre todo la temperatura, varía según la calidad de los taninos. «Si nos convencen los taninos, subimos hasta treinta grados, y si tenemos dudas, lo dejamos en veinte grados», dice Bob Levy. Después, el vino, que por cierto es una Cuvée de 70 por ciento de Cabernet Sauvignon, 20 por ciento de Merlot y 10 por ciento de Cabernet franc y Petit Verdot, se trasiega a roble francés y madura en la bodega-galería circular que Bill Harlan hizo excavar en la ladera, detrás de la bodega.
Este hombre, que piensa en dimensiones de plazo increíblemente largo, considera que todavía está empezando. «Mi deseo es fundar una tradición como la de las grandes familias de vinicultores de Europa». Tras esta declaración se oculta la esperanza de que sus hijos, Amanda y Will, de once y catorce años respectivamente, continúen llevando la finca. O mejor aún, junto con los hijos de su amigo Bob Levy, que ha sabido trasladar de manera tan genial sus ideas sobre el vino. Tradición y amistad son las columnas en las que se basa el fabuloso éxito de Harlan Estate. El resto lo regula el mercado. Actualmente, las botellas salen de la bodega a 225 dólares. Apenas fuera, ya valen el doble.
Por cierto: antes de que Harlan descubriera el vino, su elemento era el agua. En su juventud fue miembro del equipo nacional americano de waterpolo. Más tarde, vivió durante años en veleros y casas-barco, y con un «Baltic Trader», un carguero a vela de 34 metros de eslora del año 1910, viajó por todo el mundo. Sólo en 1986, tras su boda, echó el ancla definitivamente y cambió el mar por el viñedo.