- Redacción
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- 2001-11-01 00:00:00
«NO TENÍA NI IDEA DE VINOS. EN AQUELLA ÉPOCA, ERA EL TÍPICO BEBEDOR DE ROSADO»
Los tablones crujen cuando Jake, el perro labrador de doce años, camina por el suelo de madera. Fuera, en el jardín, deja caer a mis pies una pelota de tenis que llevaba en la boca. Tres veces intenté tirársela para jugar con él, pero siempre era más rápido quitándome la pelota. John Shafer, de 75 años, ve con alegría cómo su compañero canino aún está en forma. Los perros siempre han desempeñado un papel muy importante para Shafer. Actualmente Jake está enseñando a su joven congénere Tucker a saludar a los invitados (lametones) y cómo se vendimian y degustan las uvas para uso propio. Llevar la vida de un granjero, conducir él mismo el tractor, vestir vaqueros y zapatillas de deporte, siempre seguido de un perro, esa era la idea de John Shafer cuando en 1972 dejó su trabajo de editor de libros escolares en Chicago y llegó a Napa Valley. «No tenía ni idea de vinos. En aquella época, era un típico bebedor de rosado», recuerda. Las 100 hectáreas de su propiedad, en el corazón del Stag’s Leap District, en el extremo oriental del valle, llevaban entonces tres años en venta. Nadie quería comprar ese terreno. Algo inconcebible desde el punto de vista actual. Pues desde hace más de diez años, sobre todo el Cabernet Hillside Select procedente de allí se cuenta anualmente entre lo mejor de lo mejor. Tampoco han logrado ganarle la mano los florecientes vinos de culto. A pesar de su éxito, la sensación vital de los Shafer sigue siendo la misma. Lo cual también puede decirse de su hijo Doug, que entró a formar parte del negocio familiar ya en 1985 y dirige esta bodega familiar desde 1994.
La característica especial de los vinos de Stag’s
Leap District siempre fue su gran suavidad y elegancia, a pesar de una enorme concentración de fruta. Esto tiene que estar relacionado con el terruño: aunque las colinas pedregosas conservan el calor, las noches son tan frescas, incluso en pleno verano, que no se puede estar sentado a la intemperie. Para conseguir embotellar toda la elegancia de Stag’s Leap, los Shafer apuestan por un tiempo de fermentación y maceración relativamente corto. Las uvas sólo están cinco o seis días en contacto con los hollejos. Después, el vino madura dos años en barrica francesa, resultando los aromas de madera siempre moderados, porque las barricas se emplean tres veces.
Hoy, desde el punto más elevado de sus propiedades, este vinicultor disfruta del florecimiento constante de una aventura del vino que él mismo inició. Allí arriba, bajo enormes y viejísimos olivos, está su sencilla casa de vigas blancas. El ambiente del interior tiene algo de sureño, leve, umbrío. Un antiquísimo banco de madera, un gran armario rústico de madera clara, una lámpara de metal que podría proceder de algún convento español, una sencilla litografía de Chillida titulada «Mangoes and Quince» –toda la decoración demuestra que allí vive una persona muy consciente de la calidad, que aprecia la claridad de las formas reducidas a lo esencial.