- Redacción
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- 2001-11-01 00:00:00
En ningún lugar del mundo el culto al vino da flores tan extrañas como en Napa Valley. Cada vez más caballeros de la fortuna se apiñan en este valle para erigirse un monumento, cueste lo que cueste, con un vino de 95 o más puntos Parker. Thomas Vaterlaus (texto) y Heinz Hebeisen (fotos) relatan algunos juegos monstruosos del vino y las verdaderas calidades del valle más famoso del «Nuevo Mundo del Vino».
QUIEN QUIERA SER UN PERSONAJE VERDADERAMENTE GRANDE EN ESTE VALLE DE LOS VALLES DEL VINO, NO TIENE MÁS REMEDIO QUE ENCARGAR QUE LE HAGAN UN VINO PROPIO.
Aveces, casi no se puede soportar. Por ejemplo, un viernes a mediodía, cuando una interminable caravana de coches se retuerce valle arriba. Los que se han hecho ricos muy deprisa en Silicon Valley, el establishment de San Francisco y algunos miles de turistas de fin de semana circulan por la Highway 29 para pasar el fin de semana en Napa Valley. Hasta que cae la noche, la mundología que allí se exhibe alcanza tal estado de agregación, que todo el valle parece estar levantando el vuelo: los ciclistas peinan los viñedos sobre sus bicicletas de montaña; las bolsas de golf se amontonan en los vestíbulos de los hoteles; los cuerpos se dejan amasar en los balnearios y, mientras, en los globos aerostáticos que sobrevuelan los viñedos ya se oye el tintinear de copas brindando. En el lujoso Comestibles Dean & Deluca, en St. Helena, unos geniecillos bondadosos transportan jamones pata negra enteros hasta las larguísimas limusinas de un blanco cegador. En estos momentos, en el «French Laundry» en Yountville, considerado el mejor restaurante de los EE UU por razones no siempre comprensibles, hace días que ya nadie atiende al teléfono. Quien quiera cenar allí un viernes por la noche ha de conocer los números de teléfono móvil de las personas adecuadas. No cabe duda de que Napa Valley va camino de convertirse en una Marbella de la cultura del vino. En este valle hace mucho que ya nadie sabe exactamente dónde acaba la exclusividad y dónde empieza el esnobismo. Al menos en algunos locales, el anfitrión será sospecho de tacañería si no invita a un Araujo Eisele Vineyard del 95 a 500 dólares, por lo menos.
Pero quien quiera ser un personaje verdaderamente grande en este valle de los valles del vino, no tiene más remedio que encargar que le hagan un vino propio. En principio, puede hacerlo cualquiera que tenga suficiente calderilla muerta de risa en un banco. Pero ¡cuidado!: el mínimo son 95 puntos Parker. Nada podría ser peor que un fracaso, a pesar del mucho dinero invertido, en el asunto del vino de culto. Don Bryant, un hombre de negocios de San Luis, estuvo al borde de semejante lapsus. Pero entonces contrató a David Abreu como manager del viñedo y a Helen Turley como enóloga, les dio carta blanca, y vean: empezaron a lloverle puntos Parker. ¡Tres veces seguidas una valoración de 99! Ahora Don Bryant es un hombre feliz, pues la fama de sus vinos le sobrevivirá, lo cual posiblemente justifique a sus ojos los importantes gastos.
El verdadero Napa Valley
Por suerte también existe -todavía- el otro Napa Valley. Me refiero al auténtico. Muy arriba, en el extremo septentrional del valle, donde la Highway 29 sigue siendo la pequeña carretera comarcal de antaño, está Calistoga. Hacia 1860, Sam Brannan, un carismático político, hombre de negocios y vividor durante la época de la fiebre del oro, fundó este lugar con fuentes de aguas termales que brotan como géiseres del suelo volcánico. Anteriormente había viajado por Europa, se había alojado en elegantes balnearios y termas, y tenía la intención de construir algo similar en la apartada zona de colinas de Napa Valley. De hecho, Calistoga fue, durante cierto tiempo, el lugar de encuentro favorito de los dandies de San Francisco. Hoy es una pequeña ciudad típicamente americana con su pequeña calle principal típicamente americana, que en este caso se llama Lincoln Street. Hollywood no la podría haber inventado mejor. Allí están todas esas cosas que suele necesitar el hombre para ser feliz, léase: dos o tres bares, algunos restaurantes, hoteles y un coffee shop decente. En el «All Seasons Café», con su distendido ambiente de bistrot de la costa oeste, uno se siente tan relajado y poco protocolario como desde tiempo inmemorial. La cocina californiano-mediterránea se presenta sabrosa y sin grandes aspavientos.
Y si además el vino es bueno, entonces mi sensación californiana está completa. Cuando digo vino bueno, quiero decir un Cabernet de Mondavi, Diamond Creek, Dominus o Delia Viader; es decir, los que a pesar de su mucha fruta opulenta siguen siendo elegantes y poseen además un deje de severidad, la que ha de tener todo gran vino, como toda letra eñe ha de llevar su tilde. Pero, sobre todo, son vinos que se dejan beber admirablemente bien, cosa comprobable con sólo observar que las botellas se vacían más deprisa de lo que uno habría pensado. En un lugar así, con tales vinos, de repente vuelve esa sensación de levedad que los americanos llaman «easy going». Para mí, constituye la esencia de esa sensación californiana que aún hoy me sigue pareciendo tan maravillosamente misteriosa como antaño, cuando la descubrí por primera vez, tal y como está archivada para siempre en mi cerebro. Creo que tiene algo que ver con el hecho de que en esta tierra se pueden disfrutar las cosas complejas de manera sencilla.
Precios en explosión
Mientras, más abajo, en Yountville, las bombas de fruta hipercultivadas se están pagando a 500 dólares y más. Vinos tan espesos que casi se pueden cortar con un cuchillo. Ya no se puede hablar de «easy going» en los nuevos templos a la moda de Napa. Allí hace ya tiempo que el ambiente es más estirado que en Burdeos y la Champagne. Objetivamente resulta grotesco el absurdo teatro que se monta actualmente alrededor de unos vinos de los que se producen escasas 500 cajas. Un 99,9 por ciento de los amantes del vino nunca catarán un Bryant Family, un Grace Family ni un Screaming Eagle. Visto así, estos vinos de culto no tienen relevancia alguna. El hecho de que las máximas instancias del vino en América, sobre todo Robert Parker y el «Wine Spectator», presten una atención sobredimensionada a estos vinos no presentes (en realidad, que los hayan convertido en lo que son) muestra lo equívoco del papel que actualmente desempeñan estos creadores de opinión. ¿Qué ha de pensarse de unos publicistas que, en cuanto se presenta la ocasión, se erigen como abogados de una amplia y definida clase de consumidores y, al mismo tiempo, hacen grandes a unos vinos que ni están disponibles en el mercado ni se pueden pagar? Ellos serán los responsables si el concepto de «Vino superior» pronto ya sólo parafrasea al caballo de batalla de algunos multimillonarios. En Burdeos, el asunto es muy distinto; allí, los «vinicultores de garaje» tienen toda mi simpatía, porque precisamente ellos le han demostrado a los arrogantes Châteaux que no son el único centro del mundo del vino. Además, algunos de los vinicultores de garaje de Burdeos también arriman el hombro personalmente en el viñedo y la bodega. En Napa Valley, por el contrario, los productores de vino de culto desempeñan el papel de los mecenas clásicos, que dejan hacer a las personas adecuadas por mucho dinero, para luego ver su nombre en la etiqueta. Son juegos elitistas.
El manager de finca David Abreu actualmente tiene 110 empleados para atender los viñedos de sus 25 muy ambiciosos clientes. Pero ninguno está autorizado a meter baza. «Lo único que consiento que me digan es dónde he de llevar las cajas de uva tras la vendimia», dice. A cambio, su nombre garantiza nada menos que la fama. La mitad de sus clientes ya puede llamarse vinicultor de culto. La otra mitad alcanzará ese estatus con alguna de las próximas cosechas. Naturalmente, la entrada a este exclusivo club cuesta lo suyo. En 500.000 dólares calcula David Abreu actualmente el precio por la compra y plantación de una sola hectárea en un viñedo de situación excelente. Y el precio de mercado de la uva Cabernet adecuada para hacer vino de calidad superior se ha triplicado en un tiempo récord. Unos diez dólares se paga actualmente por un solo kilo.
¿Es «Hillside» la medida de las cosas?
Durante mucho tiempo, los vinos de Napa altamente dotados maduraban en el llano del fondo del valle. Esto ha cambiado drásticamente con los nuevos hacedores de vino de culto. Sus terrenos de caza preferidos son las inclinadas «hillside locations». Las zonas de colina más buscadas son las de Oakville, al pie de las Mayacanias Mountains, donde abajo, en los llanos, hay viñedos tan legendarios como To Kalon Estate de Mondavi y Martha’s Vineyard de Heitz. En el flanco este del valle se concentra el interés en la región de Howell Mountain hasta Pritchard Hill. Aunque los hacedores de vino de culto no fueron los primeros en descubrir las excelencias de las mezclas de viñedos inclinados: fincas como Dunn Vineyards, La Jota Vineyard y también Hess Collection Winery producen desde hace mucho excelentes vinos «Hillside». Pero ahora que se ha desatado una verdadera competición por estas serranías, es cuando se plantea la cuestión decisiva: ¿tienen los viñedos de las colinas, en general, mejor potencial cualitativo que los viñedos uniformes situados en el llano? Quizá el mérito más duradero de los vinos de culto sea haber relanzado de nuevo esta discusión.
Las opiniones están divididas. Un drenaje óptimo gracias a la inclinación, en combinación con unos suelos arcillosos y pedregosos, y el microclima variado debido a la orientación distinta de los viñedos parecen argumentos claros en favor de los «hillside locations», los viñedos inclinados. Aunque, por el contrario, no pocos, entre ellos también el influyente enólogo Tony Soter, certifican que el «Benchland», los bancales, tienen mayor potencial. Piensan que allí donde la llanura se encuentra con los flancos del valle está la patria natural de la cepa. En los bancales es posible trabajar sin riego. Aseguran que las suaves colinas ondulantes tienen una estructura de suelo uniforme y están expuestas a la niebla refrescante que retrasa la maduración y, así, produce una buena estructura de ácidos: todo condiciones óptimas para hacer vinos excelentes. Vinos superiores como el Cabernet Sauvignon Backus Vineyard de Phelps y, por supuesto, el estupendo Cabernet Sauvignon Hillside Select de Shafer apoyan esta teoría.
Forma frente a función
Pero la pregunta básica que prácticamente nos han impuesto los vinos de culto de Napa Valley es: ¿Cuánto tiempo aún van a seguir haciéndose estos vinos cada vez más llenos, más maduros, más densos («richer, riper, thicker»)? Porque hasta mediados de los años noventa parecía como si Napa Valley hubiera sabido descubrir un camino intermedio entre los Cabernet tradicionales del Viejo Mundo, con musculoso sabor a pimienta, y las monstruosas fragatas cargadas de casis y madera de cedro de Australia. Después, los europeos copiaron visiblemente el estilo californiano, y California, por su parte, bajo el dictado de los hacedores de vino de culto, tiende ahora cada vez más a la monstruosidad australiana. Cuando leemos los comentarios de Mr. Parker, vemos que este hombre busca, no sólo en la nariz sino también en el paladar, «un derroche de grosella negra». En el caso de algunos vinos a los que certifica las más altas calificaciones, escribe él mismo que contienen tanto extracto de fruta que se pegan al paladar como pura crema de casis. Pero no para todos los amantes del vino, ni con mucho, son éstos los auténticos atributos de un gran vino.
La oposición cobra forma también en los propios EE UU. Los influyentes periodistas enológicos californianos Dan Berger y Bob Thompson (autor del Atlas del vino de California) han criticado la evolución de los vinos superiores de Napa bajo el título «Form versus Function», forma frente a función. Escriben que cada vez más vinicultores ya sólo se centran en la forma, es decir, en un máximo posible de cuerpo, peso y vigor. Pero así claramente se oculta el carácter de la variedad y también el carácter regional. Siguen diciendo que aún mucho peor es el hecho de que los vinos de Napa Valley estén perdiendo su función, es decir, su capacidad de armonizar con la cocina. Mientras que los hacedores de vino de culto argumentan que sólo consiguen llevar a su óptima expresión el potencial de maduración naturalmente presente en Napa Valley, Berger y Thompson ven una intromisión en el viñedo antinatural, incluso exagerada. Con ello no sólo se refieren a la extraordinaria reducción de la cosecha, sino más bien a la poda rigurosa de la cepa, por ejemplo abrir el techo de hojas, exponiendo la uva directamente al ardiente sol de Napa. Así, los hacedores de vino de culto en cierta manera «queman» las notas herbáceas y secas típicas del Cabernet, y consiguen hacer vinos caracterizados por notas de ciruela similares al vino de oporto. Estos dos críticos también cuestionan la capacidad de guarda de estos vinos de culto: piensan que los ciertamente impresionantes componentes de tales zumos concentrados no están lo bastante integrados como para vaticinar un proceso de maduración armónico.
La crítica de Thompson y Berger ha encontrado eco en la Casa Mondavi. Ésta se ha decidido por un camino claramente distinto al de los hacedores de vino de culto. Las enormes sumas que en los últimos años se han invertido en la bodega, de 35 años de antigüedad, en el marco del llamado Proyecto To Kalon, están completamente dirigidas a conseguir vinos elegantes. Así pues, Robert Mondavi resume lo que espera de un gran vino con enorme sencillez, en una sola palabra: «gentle», sutil. Ha de ser elegante y delicado, y no pretencioso ni monstruoso. Esta tendencia que busca conciliar las antiguas virtudes francesas del vino con las características de California ya le ha valido a Mondavi acerbas críticas por parte del «Wine Spectator», por ejemplo. Desde este lado del charco, sólo nos queda decirle: manténgase firme, Mr. Mondavi.
La euforia del Cabernet
La Cabernet Sauvignon, en los últimos años, claramente se ha establecido como la variedad de gala de Napa Valley. El punto culminante de su evolución lo ocupa, hasta la fecha, la supercosecha de 1997. La paleta de vinos superiores de esta añada es inmensa. Pero quien prefiera el contenido de las botellas al nombre que ponga en la etiqueta hará bien en orientarse en las bodegas tradicionales que citamos a continuación. Producen la misma calidad que las wineries de culto, sólo que tres veces más barato, por lo menos.
«Mini» culto
Los vinos de culto de Napa Valley, además de su poderío, tienen en común sobre todo dos cosas: en primer lugar, a menudo están creados por los mismos enólogos y manager de viñedo; y en segundo lugar, se producen en cantidades tan escasas (8.000 botellas es el promedio, con pocas excepciones), que siempre están descatalogados y no se pueden (ya) adquirir en la bodega. Siguen estando disponibles, aunque por un precio muy superior al original. A continuación, algunos de los vinos de culto más buscados y sus precios actuales (actualización: otoño de 2001):
1997 Screaming Eagle, Cabernet Sauvignon US$ 1500.–
1997 Colgin, Herb Lamb Vineyard, Cabernet Sauvignon US$ 800.–
1997 Bryant Family, Cabernet Sauvignon US$ 800.–
1995 Dalla Valle, Maya, Proprietary Red Wine US$ 700.–
1995 Harlan Estate, Proprietary Red Wine US$ 650.–
1998 Grace Family, Cabernet Sauvignon US$ 500.–
1995 Araujo, Eisele Vineyard, Cabernet Sauvignon US$ 400.–
«Maxi» culto
Toda una serie de bodegas de Napa produce desde hace ya veinte años o más algunos vinos extraordinarios con cada cosecha. Estas instituciones son la auténtica columna vertebral de la vinicultura en Napa Valley. Y producen vinos que, a pesar de toda su opulencia, no descuidan el aspecto de la armonía. Que los precios de estos vinos, comparados con los vinos de culto, tengan una relación mucho mejor tiene que ver, sobre todo, con el hecho de que estas bodegas producen algo más que cantidades homeopáticas de sus vinos superiores. Por ejemplo, del Insignia (Phelps) o del Opus One se producen anualmente más de 150.000 botellas:
1997 Shafer Vineyards, Cabernet Sauvignon Hillside Select US$ 150.–
1997 Opus One US$ 140.–
1997 Château Montelena, Cabernet Sauvignon Estate US$ 125.–
1997 Robert Mondavi, Cabernet Sauvignon Reserve US$ 120.–
1997 Joseph Phelps Vineyard, Insignia, Proprietary Red Weine US$ 120.–
1997 Dominus, Napanook Vineyard US$ 100.–
1997 Beaulieu Vineyard, Cabernet Sauvignon, Private Reserve US$ 100.–
1997 Beringer, Cabernet Sauvignon Bancroft Ranch US$ 75.–