- Redacción
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- 2003-11-01 00:00:00
Cigales es de las ultimas zonas vitivinícolas de España que quedan por descubrir. Así opinan no solamente los bodegueros que se han asentado recientemente en la zona. No pocos de los enólogos que trabajan en las comarcas vecinas de Ribera del Duero y Rueda miran con ojos codiciosos a esta pequeña D.O. castellana, convencidos de sus interesantes posibilidades de desarrollo. Si Ribera del Duero siempre ha sido el hijo pródigo de la viticultura castellana, Cigales fue el niño desafortunado que nunca llegó a deslumbrar. Es como si a la zona le hubiese faltado gente visionaria que durante el boom español del vino en los ochente hubiera servido de anzuelo para atraer tanto a inversores como a clientes. La historia de Cigales no es la misma que la de la zonas lindantes como Ribera o Toro, que se dejaron besar por unos príncipes de la sabiduría vitivinícola para despertarse de un largo y profundo sueño, para luego ascender en un suspiro al olimpo del vino español. No, la historia de Cigales es una lucha larga, nada principesca, por librarse de prejuicios tanto por parte de los profesionales como de los consumidores, quienes durante casi dos décadas dieron la espalda a una zona que no supo sorprenderles. Si retrocedemos en el tiempo, la historia de Cigales se nos presenta igual o más gloriosa que muchas otras denominaciones españolas. Con la reconquista llegaron los monjes cistercienses, y con ellos nuevamente la viticultura a la meseta castellano-leonesa. En los siglos XV y XVI, los vinos de la pequeña localidad de Cigales y de los pueblos circundantes, como Cubillas o Mucientes, gozaban de una justa fama por su deslumbrante color y su carácter armonioso y amable. También el camino de Santiago, que discurre no muy lejos de Cigales, aportó lo suyo. Entre las decenas de miles de viajeros que recorrían el camino año tras año, más de uno llevaba una cepa en su mochila, lo que convirtió a Cigales en una de los lugares con mas variedades de uva de España. Cuando pocos años antes de que la zona llegara a ser Denominación en 1991 se realizó un estudio ampelográfico, se encontraron todavía unas treinta variedades en total, entre ellas la blanca Chasselas de tierras tan lejanas como el lago de Ginebra. Tal vez eso fue uno de los motivos que condicionó durante siglos el estilo de vino de la zona. Durante mucho tiempo el vino más conocido de la zona fue el famoso Clarete de Cigales. Nada que ver tenía con los claretes que surgieron después en la zona de Valdepeñas. En Cigales el clarete procedía de uva mezcla de cinco o seis variedades de uva plantadas en una misma parcela. Esta uva se maceraba hasta bien entrada la fermentación, y luego se prensaba. Eran tintos claros pero honestos que disponían de la acidez de la uva blanca y del color y de los taninos de un vino tinto. En Castilla, estos caldos se llamaban ojo de gallo. Aún hoy el viajero que pasa por Cigales en otoño puede presenciar el espectáculo que dan algunos viñedos viejos con los colores de hojas de distintas variedades. Mas tarde, ya en el siglo pasado, con las primeras técnicas modernas llegó el turno al tipo del rosado pálido que llegó a conquistar la franja norte de España, dónde recibió justa aceptación en los bares de la costa junto a los tintos cosecheros de la Rioja. Se seguía llamando clarete, aunque ya era un rosado en toda regla, sangrado y fermentado en frío. A pesar de que Cigales no haya dejado de ser una tierra de rosados -la mitad de la producción se sigue embotellando como rosado, aunque en su mayoría se trata del llamado «Cigales nuevo» de color fresa y muy afrutado que debe incluir la añada y que sale pocas semanas después de la vendimia- cuenta ya con un notable número de bodegas ambiciosas empeñadas en mostrar que sus tintos están a la altura de cualquier otro vino de la cuenca del Duero. Viñedos de altura El clima no se lo pone fácil a los viticultores y enólogos de la pequeña D.O. Aunque a primera vista no lo parece, Cigales cuenta con mas viñedos en altura que cualquier otra zona de España. La gran mayoría crece entre los 720 y 760 m. de altitud. Las frecuentes heladas han llevado a muchos viticultores a plantar sus viñedos en los pequeños altiplanos, tan típicos en la orografía del paisaje de Valladolid, puesto que en los valles las heladas son más despiadadas todavía. Por la vertiente este, la zona está protegida de los fuertes vientos procedentes del Atlántico por los Montes de Torozo. En el oeste, el río Pisuerga mitiga algo las extremas condiciones climáticas de la meseta. Aún así, Cigales sufre las temperaturas medias más bajas de todas las zonas vitivinícolas de la Comunidad. En Cigales no hay día sin viento, y aún en los años más extremos los días de calor son escasos. Es una zona siempre al borde del abismo, con poca lluvia, fuertes vientos que fomentan el corrimiento de la flor, heladas fortísimas y un permanente peligro de granizo durante el verano debido a las imprevisibles tormentas que suelen azotar la meseta castellana en esa época del año. El paisaje está más dominado por el trigo que por el cultivo de la vid. La superficie de viñedo no alcanza a las grandes extensiones de otras zonas. Sobre todo en el páramo y en las laderas de los cerros pelados, los suelos pardos delatan el alto contenido de substancias calcáreas que lo componen. Suelen ser pobres, aunque en el fondo de los barrancos existen tierras arenosas de bastante profundidad. Sin embargo los terrenos clásicos de Cigales son suelos muy cascajosos de origen fluvial, óptimos para la elaboración de grandes tintos. Visto así, puede parecer extraño que la D.O. Cigales haya tardado tanto en saltar a la fama. La respuesta está, o mejor dicho estaba, en el viñedo. Cuando le preguntamos hace una década a Mariano García, entonces todavía jefe técnico de Vega Sicilia, por qué Cigales no ejercía ninguna atracción sobre los enólogos españoles de fama, que en aquella época comenzaban a moverse por todo el país, el contestó: «La zona en sí tal vez tenga las mejores posibilidades de toda la región en lo que a los suelos y clima se refiere. El problema es que en muchos viñedos se mezclan buenos clones con material bastante inútil. Habría que hacer una selección muy cuidadosa y eso exigiría paciencia, tiempo y una buena inversión de dinero». El reino de la Tempranillo El comentario de Don Mariano resultó ser casi visionario, porque justo hace una década entró en vigor el plan de restructuración de parte del viñedo de Cigales. En la última década se han replantada unas 800 has. de Tinta del País, como se llama a la Tempranillo en Cigales. Gracias a ello, más del 70% de las 2.700 has. inscritas en el Consejo Regulador de Cigales acogen esta variedad reina de España. Solamente Rioja, Ribera del Duero y Toro cuentan en sus viñedos con porcentajes parecidos. Esto ha llevado al Consejo a exigir en el nuevo reglamento de la D.O. que un tinto con la Denominación de Cigales deberá ser elaborado con por lo menos un 80% de Tinta del País. El despliegue paulatino No es que no hubiera bodegas hace diez años. Lo que ocurría era que entonces, de las 44 bodegas y lagares que existían, solamente 14 embotellaban sus vinos. Hoy la situación es la contraria. Una treintena elabora ya con marca propia, y alguna otra anuncia que lo hará próximamente. Lo que no ha ocurrido es un despliegue espectacular de grandes empresas vitivinícolas -con una excepción- aunque nombres conocidos ya hay de sobra. Carlos Moro (Grupo Matarromera), el trío de enólogos Ana Martín (Itsasmendi, entre otras), María Pinacho (Grandes Bodegas) y Pepe Hidalgo (Bodegas Bilbainas), el omnipresente técnico riojano Telmo Rodríguez o el artífice del aclamado Tinto Leda, César Muñoz, llevan más o menos tiempo elaborando en Cigales. El despliegue de estos pesos pesados de la escena vitivinícola española ha sido más bien cauteloso, sin mucho ruido, pero con resultados más que satisfactorios. Los de mayor impacto sobre la crítica han sido sin duda el trío Martín, Pinacho, Hidalgo con su vino Traslanzas, un tinto grande elaborado de un único pago de 10 hectáreas de más de 50 años de edad, en el pueblo de Mucientes. Es sin duda una interpretación conseguida de lo que puede ofrecer la uva Tempranillo en Cigales por su nítida expresión frutal y su vigor contenido y armonioso en boca. Telmo Rodríguez cambió de registros y se concentró en la Garnacha de cepas viejas, uva casi desplazada de la zona, para formar un cuvée con Tempranillo y elaborar el Viña 105, un tinto joven, expresivo y muy jugoso. Carlos Moro, por su parte, decidió seguir los pasos de su familia, que antiguamente estaba produciendo claretes en Cubillas y que montó la Bodega Valdelosfrailes. Fiel a su estilo, ha conseguido con su vino un caldo maduro y accesible, con una crianza bien medida y marcados toques minerales. Es tal vez el Cigales más internacional por ahora, pero con el inconfundible sello de una Tempranillo muy trabajada. Con pies de plomo La única empresa de peso a nivel nacional que se ha atrevido a invertir ha sido Barón de Ley, aunque «al principio -como admite Víctor Fuentes, uno de los directivos del grupo- fue porque la Ribera del Duero como zona para invertir, tenía unos precios prohibitivos. Aunque después, con la primeras pruebas, quedamos encantados. Cuando contratamos a Gonzalo Rodríguez como jefe técnico para todo el grupo, y él nos confirmó que se podían hacer grandes cosas en Cigales». Gonzalo Rodríguez nos habla de las posibilidades de la zona: «Yo había elaborado en Ribera, y comprobé su parentesco con Cigales. Es curiosísimo que aquí aunque el clima es igual de duro que en la Ribera, la uva madura en un buen año unos seis días antes. Y esto es decisivo a la hora de evitar las lluvias de otoño. También le noto al Tempranillo de Cigales un tanino algo más suave y redondo. Pero la gran fortuna de la zona es la mineralidad de sus suelos. Por muy golosos y maduros que intento hacer los vinos de nuestra bodega aquí, siempre cuido el aspecto mineral». Para dotar la nuevo Bodega, que se llama Museum, igual que los vinos, de las bases necesarias se compraron 30 hectáreas de viñedo viejo y se trabaja con más de 80 proveedores. Museum, que ha presentado sus primeros vinos en septiembre, quiere llegar producir 1,5 millones de botellas entre crianzas, reservas y grandes reservas. ¿Y cómo son los nuevos vinos de Museum? Pues muy al estilo de Gonzalo Rodríguez: Voluptuosos, frutales y jugosos, vinos que anuncian un nuevo amanecer en la zona. Pero todos ellos no son hasta ahora más que la guinda sobre una tarta que es igual de interesante y que ha deparado más de una sorpresa en los últimos años. Estamos hablando de las bodegas de siempre que han luchado por la bandera de Cigales durante años y que ahora están empezando a cosechar sus frutos. Los pioneros Uno de los viticultores más audaces es sin duda Félix Lezcano, el actual presidente del Consejo Regulador. Convencido de las posibilidades de Cigales, plantó ya en los ochenta unos viñedos de Tempranillo en un alto cercano al pueblo de Trigueros del Valle, y los completó con un poco de Cabernet. Aquí el viento sopla sin cesar, pero los suelos muy pedregosos son óptimos para una uva que proporciona vinos complejos y minerales. Sus tintos suelen ser arropados por abundante madera que necesita tiempo para integrarse. Luego se presentan frutales, suaves, con bastantes notas especiadas y balsámicas. Su gran logro ha sido sin embargo la renovación de la imagen del rosado de Cigales. Su famosísimo Docetañidos con un coupage clásico de Tempranillo, Albillo, Verdejo y actualizado con un pequeño porcentaje de Sauvignon Blanc marca pautas en Castilla y León. Otros dos productores han marcado la evolución de los tintos. Por un lado, la conocida dinastía bodeguera Frutos Villar, activa en prácticamente toda la meseta, bodega que optó muy pronto por los tintos criados y que ha desarrollado un estilo entre clasicismo con maderas americanas y una fruta muy golosa que ha convertido su Viña Calderona en uno de los vinos mas exitosos de Castilla, amén de haber ganado con él los más importantes premios nacionales. El segundo es Emeterio Fernández, ya muy cerca de la capital de Valladolid. «Al comenzar el proyecto pensé limitarme estrictamente a elaborar vinos como a mi me gustan. No tan gordos y recargados de alcohol sino finos y elegantes, en fin agradables y bebibles», cuenta Don Emeterio. Su tinto reserva de la marca La Legua es toda una personalidad en la zona. Es fino y a la vez vigoroso, cerrado al principio, como muchos vinos complejos que necesitan su tiempo para abrirse. Pero luego encanta por su conjunto frutal-floral en nariz y su finura en boca. También aquí, como en vinos de productores nuevos y desconocidos como Bodegas Pilcar, representa un papel importante el fino toque de minerales. Este perfil propio de la zona, gracias a los suelos cascajosos, podrá convertirse en un denominador común para los futuros grandes vinos de Cigales.