- Redacción
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- 2002-10-01 00:00:00
De espíritu portuario y ánimo melancólico, Montevideo es una de las capitales más entrañables de Sudamérica. Sus gentes, sus incontables cafés, sus parrillas y la oferta cada vez mejor de vino uruguayo la convierten en el destino perfecto para el viajero que busca ciudades con alma. Lo mejor es llegar en barco y entrar por el puerto, para vislumbrar los más de veinte kilómetros de playas -bañadas por aguas un día azules, otro marrones, lleguen las corrientes del Atlántico o del inconmensurable Río de la Plata- y el puerto herrumbroso, testigo de un pasado mejor que nunca volverá. Es la carta de presentación más auténtica de este Montevideo melancólico y generoso, plácido y algo pueblerino, habitado por gentes que aceptan mejor que sus vecinos porteños los avatares del destino y los sobresaltos del ser latinoamericano, y que llevan con sensibilidad y modestia el orgullo de su «paisito» que así es como llaman los uruguayos a su Uruguay, encajonado entre los dos gigantes del continente, Argentina y Brasil. Si hay algún lugar en el mundo que pudiera parecerse en algo a Montevideo, ese lugar es Lisboa. Pero se trata sólo de una similitud en el carácter, porque la monumentalidad de la capital portuguesa no tiene parangón en la uruguaya. En Montevideo, lo más recomendable es comenzar el reconocimiento geográfico y espiritual por la Ciudad Vieja, una pequeña península donde aún se conservan algunas construcciones coloniales y que tiene en el Mercado del Puerto su epicentro vital. Construido con estructuras de hierro fundido de origen británico (que tenían como destino una estación ferroviaria en algún lugar de Chile pero que se quedaron en Uruguay), este mercado es hoy un conglomerado de restaurantes, tascas y parrillas, donde se puede disfrutar de un buen chivito (el sándwich nacional uruguayo: solomillo, huevo, lechuga y pimientos), probar el vermut local, la uvita (de tal densidad que se suele rebajar con vino para denominarse medio y medio), o disfrutar de la bacanal cárnica de la parrilla uruguaya (con algunas peculiaridades con respecto a la argentina). Atravesando los vestigios de las viejas murallas de la ciudad, en la Puerta de la Ciudadela, se llega a la Plaza de la Independencia, que marca el límite entre la Ciudad Vieja y el Centro, con la Avenida 18 de Julio como arteria principal: en esta zona están casi todos los hoteles y los restaurantes más reputados de la ciudad. Y también, cómo no, los cafés, que han marcado a fuego la identidad montevideana, tal como recuerda Eduardo Galeano en sus Memorias del fuego, que reconstruyen el Montevideo primitivo: «La pulpería huele a yerba y a tabaco. Es la primera casa con puerta de madera y pared de adobe entre las chozas de cuero desparramadas a la sombra del fortín. En la pulpería se sirve bebida, conversación y guitarra, y además se venden botones y sartenes, galletas y lo que sea. De la pulpería nacerá el café. Montevideo será la ciudad de los cafés. Ninguna esquina será esquina sin un café cómplice para la confidencia o el estrépito, templitos donde toda soledad será refugiada y todo encuentro celebrado y donde el humo de los cigarrillos hará de incienso». Desgraciadamente, la mayor parte de los antiguos cafés montevideanos -como el histórico Tupí Nambá o el original Sorocabana de la Plaza Cagancha, lugar de encuentro de la bohemia local- ha desaparecido y ha sido suplantada por bares clónicos, de plástico y luces tan estridentes que más a la confidencia alientan a la confesión. Sobreviven sólo algunos, que merece la pena no perderse, como el Tabaré. También es recomendable un paseo por Pocitos, un barrio residencial con extensa playa y agitada vida nocturna, y Carrasco, decimonónico y decadente, Casino incluido. Y ya puestos -sobre todo tratándose de un «paisito» donde las distancias son generalmente cortas- llegar hasta Colonia de Sacramento, joya de la arquitectura colonial declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, y Punta del Este -inevitable destino de la jet rioplatense- o dejarse caer por cualquiera de las bodegas que se han modernizado para colocar a los vinos uruguayos en el escenario mundial, muchas de la cuales se encuentran en la regiones de Canelones y San José, a dos pasos de Montevideo. Guía del buen gusto DE BARES 1- Tabaré (Zorrilla de San Martín, 154. Tel.: 598 2 711 59 36). Superviviente de los viejos cafés montevideanos. 2- Wine Bar (Hotel Regency Suites. Calle Gabriel Otero, 6428. Tel.: 598 2 600 13 83). Uno de los escasos locales dedicados exclusivamente al vino en la ciudad. 3- W Lounge (Rambla Wilson. Parque Rodó. Tel.: 598 2 712 11 77. Moderno local, con excelente ambiente. 4- Taberna Las Tapas (Pablo de María 1353. Tel.: 598 2 402 03 74). Gran variedad de vinos por copa y tapas de diverso origen. DE RESTAURANTES 5- El Palenque (Mercado del Puerto. Peatonal Pérez Castellano. Tel.: 598 2 915 47 04). El de más éxito en el Mercado del Puerto. Cocina gallega y parrilla uruguaya. 6- Pentella (Santa Fe, 1090. Tel.: 598 2 200 99 29). Local centenario (sus 103 años lo convierten en el más antiguo del país) con buena cocina italiana y española y clientela famosa. 7- El Ceibo (28 de Noviembre esquina Almería. Tel.: 598 2 613 74 15). Gran parrilla y sorprendente cocina catalana. 8- La Silenciosa (Ituzaingó, 1426. Tel.: 598 2 915 94 09). La refinada cocina de Nacho Quesada (uno de los más reputados chef uruguayos) en un local de gran encanto, una antigua camisería en la Ciudad Vieja. 9- Rincón de Figueira (Prudencio Vázquez esquina Vega. Tel.: 598 2 710 55 13). Auténtica cocina criolla, con algunos exotismos para el visitante europeo, como la nutria en escabeche. DE BODEGAS 10- Casa de Raffo (Molinos de Raffo 776. Tel. 598 2 305 44 33). En la zona oeste de Montevideo, en un edificio histórico se encuentra una de las bodegas punteras de la nueva viticultura uruguaya. 11- Ariano Hermanos (Ruta 48, km 15. Las Piedras, Canelones. Tel.: 598 2 364 52 90). Una pintoresca bodega fundada en 1927, a tiro de piedra de la capital. 12- Zubizarreta (Ruta 22, km 236. Canelones). Una bodega tradicional situada en las ruinas de la Calera de las Huréfanas, donde los jesuitas plantaron las primeras cepas del Uruguay, en el siglo XVIII. 13- Juanicó (Estación Juanicó s/n. Canelones. Tel.: 598 2 335 9725). También en Canelones, una de las bodegas más importantes del Uruguay, construida en torno a una vieja casa de campo de 1840.